“El que no escribió poesía a los diecisiete años, cuando es grande es un canalla”, decía Isidoro Blaisten con su particular sentido del humor. Es una exageración, por supuesto; y además ya lo han dicho otros: se puede ser poeta sin haber escrito jamás un solo verso. Sin embargo, hace hincapié en la adolescencia, esa etapa enfática, en constante estado de cambio, la crisis, donde todo amenaza con ser determinante y definitivo, quizá de ahí su confusión con la etimología que ninguna relación tiene con adolecer sino con adelesco, que en sus variantes de significancia refiere a crecer, humear, arder. Ellas y ellos, los eternos adolescentes, arden de pasión mientras se buscan a sí mismos cuestionando una hoja de ruta trazada por la cultura a la que pertenecen. Ahora habría que cambiar la palabra poesía por enamorarse. El que no se enamoró a los diecisiete años... Parafraseamos. El amor adolescente, revelador y formativo, que contiene, en su arquetipo, una gran variedad de ritos iniciáticos. Y es justamente sobre esos ritos que se va desarrollando una vez siempre, primera novela de Virginia Martínez, a partir del encuentro en un baile entre Melanie Rodríguez, “La Mela”, como le dicen en Sarandí, y Luca, un pibe de Caballito de pronto fascinado con esa chica que pareciera destinada a huir de la felicidad, criada en un barrio, entre amigos como el Negro Sugus y El Fanta, hincha de Arsenal y fanática de la cumbia santafesina, capaz de recitar estrofas enteras de Los del Bohio, como "Cisne cuello negro: No hay un campo negro ni un campo blanco, ni un campo blanco/ Hay un campo inmenso para sembrarlo, para sembrarlo / No hay camino negro ni canto blanco, ni canto blanco". Canción cuyo sentido se irá resignificando constantemente en la novela.
"Una vez siempre es una historia de amor entre dos adolescentes, atravesada por la crisis alfonsinista y la primera etapa menemista. E incorporo dos elementos que me apasionan y que intervienen en todo lo que concibo: la música y el amplísimo campo de lo que podemos designar como la cultura popular”, dice la escritora y guionista Virginia Martínez. “Acá lo hago a través del choque, o cruce, de dos universos culturales bien diferentes, marcados además por la construcción de una identidad -típico fenómeno de la adolescencia-: ella es una chica que nace y vive en la zona sur de la Provincia de Buenos Aires, Sarandí, Wilde, Dock Sud, y él es un pibe de clase media, hijo de madre y padre profesionales, una familia de poco dinero pero con cierta aspiración intelectual. La época que abordo es un momento fundante, lo que será el imaginario cultural que hace posible el menemismo, y al mismo tiempo, lo que ese proyecto político construye como imaginario cultural, porque se trata de un juego dinámico. Es entonces que se da una clara apropiación de lo popular, o lo subalterno, por parte de las culturas dominantes, es el momento en el que Tinelli lleva a su programa a los primeros exponentes de lo que la clase media y media alta empieza a consumir, y a deglutir, cuando elige divertirse: la cumbia. Ese fenómeno representa un movimiento complejo y violento: cómo la poesía se convierte en un petiso que nos vuelve locas, cómo en pocos años los pibes matan, literalmente, por afanarse unas zapatillas, cómo el amor se vuelve corazón dentro de un frasco, cómo las polleras amarillas serán globos, más adelante. Y ganarán elecciones”.
Resulta fascinante la manera en que la autora logra, por medio un elaborado trabajo en el registro del habla de los personajes, reconstruir toda esa época en distintos planos; porque también prevalece una sutil propuesta de humor e ironía que se desprende de la tragedia cuando recupera ciertos aspectos de los vínculos familiares.
Virginia Martínez recuerda que una vez siempre surgió a partir de un trabajo de investigación con el que pensó, originalmente, escribir una serie. Partió de un caso policial que en abril de 1989 se había convertido en un misterio: dos chicas habían sido encontradas muertas en la bañera, en la casa de una de ellas, y durante mucho tiempo, la causa de esas muertes fue inexplicable. “Pero lo que me resultaba verdaderamente atractivo, más allá de los elementos que había para desarrollar un buen policial de enigma, era el contexto en el que el caso había sucedido: esos cuerpos hinchados, esa carne joven que explotaba, parecía una metáfora del estallido inflacionario que golpeaba al país. Un estado de emergencia, muertos y detenidos, ciudades militarizadas, estado de sitio, toque de queda; un país en terapia intensiva que se hundía como los cuerpos de las chicas en el agua de la bañera, cubierta por fauna cadavérica. Y un futuro inmediato de corazones robados: lo que había por delante -lo sabemos ahora- era una gran estafa política. A partir de esta claridad conceptual, es decir, más allá de la trama, siempre busco entender qué opera en el campo de lo simbólico, y es sólo con esa claridad que me dispongo a escribir. En ese sentido, lo que hay en potencia para construir un policial de enigma quedó descartado, no es un género que, en sí mismo, me entusiasme. Así que me concentré en tomar lo que resonaba en mí de aquél caso: un universo adolescente, las heridas de esa crisis política-económica-social, y a eso le sumé lo único que importa siempre, pero por sobre todo porque se descubre a esa edad. Hablo del amor”.
El motivo de la muerte de Melanie, si es que hubo uno solo, no importa tanto como sus consecuencias, o dicho de otra manera: es justamente a partir de la fatalidad que Virginia Martínez despliega su talento narrativo generando un quiebre, una vuelta de tuerca muy original, logrando que de una trama realista, y con todas las características propias de una novela urbana, surja lo fantástico. “¿Qué onda, Luca Jorge? No entiendo por qué todavía no sabés que me dormí. No te importó que no llamé más. No pensás en mí. ¿Tan largo tenés el flequillo que no ves? ¿ O te creció para adentro y no te deja pensar? No estoy, ¿no te diste cuenta? Es el único consuelo que me queda. Que te enteres y que llores; saber que yo te parecía la más linda de la cima de la montaña y más”, piensa Melanie mientras observa a Luca desesperado por encontrarla. Narrada desde ambas perspectivas y en capítulos intercalados, el tratamiento que hace Virginia Martínez de la ausencia y la mitología del amor sorprende hacia el final por las múltiples lecturas que tiene en su nivel simbólico. Una vez siempre es una novela que incomoda por su honestidad y maravilla por su nivel literario.