El jurado popular dio su veredicto. Farré fue condenado de manera unánime a prisión perpetua por el homicidio de su esposa. Los tribunales bonaerenses cerraron sus puertas, las luces se apagaron. Culpable. Pero la oscuridad y el silencio de la cárcel duraron pocas horas. Las luces se volvieron a encender, el hombre de Barrio Parque, el “ex gerente”, el “ejecutivo internacional”, pasó a mirar a un jurado mucho más amplio a través de la pantalla televisiva: esta vez no un jurado “popular”, sino un jurado “social”, una nueva instancia en la cadena judicial propuesta y transmitida desde los medios de comunicación.
Los fríos ladrillos y la cortina poco glamorosa de la habitación de la cárcel que se ven en la toma televisiva funcionan como una escenografía que contrasta con el personaje arreglado, bien peinado, con un suéter y una camisa de buen calce. Durante la entrevista, el hombre toma sus lentes de fino marco y lee unas páginas con claridad y buena entonación. La escena parece que llevara a quien está del otro lado de la pantalla a preguntarse: ¿Ese hombre debe estar donde está? ¿Pertenece a esos ladrillos? ¿Alguien que habla con esa soltura, tono elegante, racionalidad, puede ser un victimario? ¿Al menos no tenemos el derecho (y el deber) de escuchar lo que tiene para decir? ¿No tendrá sus razones? El micrófono y la cámara se trasladan a la prisión y permiten con su contenido que el espectador se haga preguntas y escuche argumentos de un hombre (un hombre) que no cumple con el estereotipo mediático y social de asesino.
Matar a “sangre caliente” es su argumento en el banquillo televisivo de los acusados. En el horario central, las imágenes hacen que los espectadores entren donde no suelen ni pueden hacerlo, en los surcos de esos anchos ladrillos carcelarios, y escuchen palabras que justifiquen lo injustificable, que dan argumentos para poner palabras sobre el silencio que deja la muerte de una mujer. Cuando el victimario justifica sus actos, discursivamente vuelve a ser inocente, al menos hasta que se demuestre lo contrario. Y el show de la justicia mediática vuelve a empezar.
El efecto de sentido parece indicar es que el que está en frente es un hombre que da la cara, que toma la palabra e incluso indica los pasos a seguir en caso de ser culpable. Si el jurado que está en sus livings lo encuentra culpable, entonces su castigo debe estar a la altura de un show de alguien que no pertenece a esas grises paredes. “Le pedí al jurado pena de muerte, por silla eléctrica o colgado sea de la 9 de Julio o en el mástil de San Isidro”, plantea. Un castigo no popular cercano a los veleros anclados en el río de zona norte.
¿Todas las pantallas dan la palabra y muestran los gestos y las justificaciones de los victimarios? Estas imágenes también nos permiten hacernos estas preguntas. ¿Todas las víctimas son visibles en cadena nacional en los noticieros televisivos del horario central? Quizás las pantallas calientes, igual que las “emociones calientes”, sean más posibles para algunos sectores sociales.
* Investigadora del Conicet. Facultad de Ciencias Sociales (UBA).