Esperando la carroza es una de las películas que más veces vi en mi vida. Hubo un tiempo en que me la ponía de fondo mientras limpiaba la casa. Tiene un efecto canción: repito mis frases favoritas como si fueran estribillos. No me pasa a mí nada más. Con mis amigues intercalamos dichos de los personajes en nuestras charlas más encendidas. Dos frases que usamos mucho: “¡¿Qué duda cabe?!”, vociferada a lo Elvira, y el venenoso “¿Con quién, con quién?” de Nora tratando de desenmarañar un chisme. A esas se suma obligatoriamente la de la sorda: “¡¿A dónde está mi amiga?!”.

Si algo me faltaba para comprobar que es un fenómeno marica híper vigente, el otro día miré el documental Carroceros. Lo proyectaban en el Gaumont en el único horario de las tres de la tarde; para mi sorpresa, la sala estaba bastante llena. El docu, idea de Mariano Frigeiro y Denise Urfeig, le da voz a “les enfermites” de Esperando la Carroza, una constelación de fans que miran la película por lo menos tres veces por semana. La mitad de elles son maricas. ¿Viste? ¡La casualidad!

En un momento, les carroceres deslizan una pregunta que yo misma me estuve haciendo. ¿Por qué una película que no tiene representaciones cuir está tan vigente entre las personas LGTBIQ+, sobre todo entre las maricas? Un carrocero llamado Marcos arriesga que se debe al personaje de Nora, la mostra interpretada por Betiana Blum, que vendría a ser una especie premonitoria de ícono marica. Pero la respuesta se queda ahí, como una momia griega sembrando la duda.

La charlatana de al lado

Yo no me cosí la lengua y fui directo a hablar con Mariano Frigeiro. Para él, cuya voz va hilando los diferentes testimonios carroceros, “es muy difícil encontrar una respuesta. A diferencia de un cine como el de Almodóvar, en Esperando la carroza las huellas de nuestro mundo no son tan evidentes”. Hecha la comparación con las pelis de El deseo, Mariano observa que en el film de Alejandro Doria “también hay algo del destape de los ochentas, en personajes como Matilde o Dominga, minas exuberantes y sexualmente activas”.

¡Nos sacamos las caretas!

Ahora ya sé lo que piensa Mariano y estoy de acuerdo con él. Nuestra atracción hacia Esperando la Carroza se relaciona muy probablemente con el poder de sus mujeres. Las maricas siempre terminamos abducidas por las grandes presencias femeninas en pantalla. De hecho, con pocas excepciones como la de “¡Tres empanadas!”, las frases que repetimos sin cansarnos son precisamente las de los personajes femeninos. La más parafraseada debe ser Elvira, ¡tan cínica y mandona!, una mujerona que a muchas nos remite a nuestras madres y tías.

No sé, en realidad, cuántas veces me divertí pensando si mi vieja es más una Elvira o una Susana. Creo que tiene algo de las dos. El personaje de Nora, en cambio, me recuerda mucho a una tía que detesto y que, con los años, mostró la hilacha. Esperando la carroza no se olvida de ese trecho entre la risa y el horror, al que tan acostumbradas estamos nosotras; es más, le saca provecho. “Los realizadores de la peli eran homosexuales, así que, tal vez a nivel inconsciente, propusieron un código que a ellos mismos les parecía significativo y gracioso”, reflexiona Mariano.

¿Será que en todas las familias hay una Elvira, una Nora y una Susana?

—Yo creo que sí. La productora Diana Frey dice en Carroceros que la película, aparte de ser un ícono marica, es muy argentina. Genera una identificación inmediata cuando une la ve. El tiempo pasa y eso sigue sucediendo. Ese aire familiar que tiene, tanto en el humor como en lo serio, hace pensar en cosas que todas las familias pasan. Por ejemplo, la cuestión de quién cuida a les viejes.

El personaje de Betiana Blum es muy amado por el especto marica.

¿En qué situaciones decís “uy, esto es muy Esperando la carroza”?

—Bueno, quizás es una obviedad, pero lo digo cada vez que voy a un velorio. Más allá de los familiares directos, todos los personajes que hay en un velorio me hacen pensar en los de la peli.

¿A qué personaje le llevarías unas masas, con cuál te irías a un cabaret con doscientos marineros y cuál no querrías que te pise la casa?

—El personaje de Elvira me parece una diversión total, ¡todo lo que hace y lo que dice! Me mata cómo encierra una crítica a la clase media, con frases como “¿Qué se puede esperar de la hija de un mozo de bar de barrio?”. ¡Me divierte un montón! Con ella y con Nora compartiría unas masas y me iría de fiesta. El que no me pisa la casa es Antonio, el personaje de Luis Brandoni, porque representa muy directamente al facho argentino.

Un parafraseo de cierre

En definitiva, ¡vamos, Nora!, las maricas no cambiamos por ser más o menos fieles a nuestros personajes favoritos. Ya ven, hace treinta y siete años que miramos la misma película y seguimos siendo las mismas.