Para la generación habituada a que cualquier pieza audiovisual esté al alcance de un click en segundos, la cuestión resulta incomprensible: cada sábado por la noche había una cita de honor, un momento ineludible de sentarse frente a la TV a ver rock en vivo. Era la previa antes de salir a vivir la misma ceremonia pero poniendo el cuerpo. Para quienes no vivían en Buenos Aires, era la única oportunidad de entrar en contacto con esos artistas que estaban revolucionando todo. Eran los '80 sucediendo en vivo en nuestras pequeñas pantallas a no del todo nítido color. El rock en nuestra forma de ser.
Cómo no agradecer eternamente a Juan Alberto Badía.
Podías perderte varios segmentos de esa laaaarga propuesta, un "programa ómnibus" hoy también inconcebible. Podías no reírte demasiado con la caricatura de Paolo el Rockero, o no compartir el entusiasmo de tu vieja por el Profesor Lambetain. Pero la hora final era sagrada. Era Spinetta, Charly, Fito, Calamaro, David Lebon, Los Abuelos de la Nada, Virus, Soda Stereo, Los Cadillacs, GIT, Los Enanitos Verdes, Celeste Carballo, Metrópoli, los que estaban escribiendo la historia con total naturalidad, tocando en vivo, nada de playback ni simulaciones con instrumentos desenchufados. Acostumbrados a que la tele fuera escenario de viejos vinagres, gente que no, de pronto ese cachito de tiempo era plenamente nuestro.
Ahí lo vimos a Charly en su década perfecta, y a los raros peinados nuevos cambiando el panorama (¡Soda con Coleman!), y al desquicio de la Ray Milland Band, y a Luis Alberto clásico y Luis Alberto modernoso, y a Fede Moura con todo su aplomo escénico, y en la caja del cartón pintado todo era real, todo era palpable. Afortunadamente, Quijotes como El Boxitracio permiten revivirlo en su cuenta de YouTube: si no, todo parecería apenas un sueño. Sí, había pasado Malvinas y nuestro rock ya no era un ghetto, pero aún así. Solo la porfía de Beto hizo posibles esas ceremonias.
Era lógico, porque a Badía ya lo conocíamos de la radio, asociado al nombre de esa otra heroína que fue Graciela Mancuso. Junto a El tren fantasma y Lalo Mir y la Negra Vernaci en 9 PM y el Submarino Amarillo de Rubén Darío Vega y Tom Lupo, eran los pequeños oasis de nuestra cultura rock, que aún se sacudía el terror impregnado en las calles por los milicos asesinos. Que Beto conservara la formalidad del saco no le restaba pertenencia: no se limitaba a hacernos compañía, le abría las puertas a un movimiento al que le habían cerrado todo en las narices demasiado tiempo.
Es cierto, nos encanta que hoy todo esté a un click de distancia. Pero en el corazón sigue existiendo un lugar para esa hora en que el mundo se detenía, y era todo nuestro. Y entonces: señor Badía, gracias por la compañía.