Exponer a cielo abierto en la Patagonia es romper con el paradigma de una muestra de fotografía tradicional. Quien observa va en general hacia un destino determinado y no elige detenerse para ver una obra de arte a la intemperie.
Sin embargo, al encontrarse en viaje por ese tramo de 65 kilómetros de la Ruta Nacional 3, de Trelew a Puerto Madryn, en Chubut, se topa con una gigantografía deslumbrante que mira hacia el oeste. Está emplazada a la vera del camino, con lectura al tránsito que ingresa desde el este. Ese itinerario se transforma y transforma. La inmensidad no tiene horizonte, la sensación de infinito moviliza.
La mano de una mujer agarra con fuerza la crin de un caballo. Esa imagen es la primera de la serie de la artista Laura Ferro, “Si la nombro, la pierdo”. Fue tomada con otras siete en 2020, en Península Valdez.
El montaje se realizó en febrero último en el kilómetro 1418. Hay una segunda foto, en el pueblo Paso de Indios (a unos 400 kilómetros de la anterior), colgada hace unas semanas. Es la misma mujer, con su pelo trenzado. Está de espaldas, baja hacia el suelo y recuerda la esencia de las personas y las cosas elementales de este mundo distantes del vértigo y la tecnología sofisticada. El dorso de esa mujer permanecerá allí, mirando al oeste, durante los próximos tres meses.
“De frente soy Alicia, de espaldas es la historia, de donde vengo. El pelo representa el paso del tiempo, la raíz, lo colectivo.” Apenas un epígrafe para que el público complete las escenas con su imaginario personal.
¿Publicidad? No, arte.
Las gigantografías se colocaron sobre unas estructuras metálicas preexistentes que suelen usarse como soportes de publicidades o propaganda política. En esta provincia que fue tierra de comunidades mestizas de mapuches y tehuelches, este proyecto busca producir otro efecto: una torsión estética y ética que estalle en el pensamiento y el corazón de quien fuera que sea su privilegiado testigo. La foto es un recorte sincrónico. Detrás, siempre, inexorablemente, hay un proceso, una diacronía.
Si se recorre el paisaje despierto será inevitable tener un encuentro con esta dimensión cuasi onírica, que conecta lo femenino y territorial entre el mar, la estepa y la meseta patagónica. Para hacer este trabajo cuya factura final resulta impactante, Ferro utilizó una cámara digital full frame y una cámara de formato medio analógica.
Nacida y criada en Bariloche hasta los siete años, la artista, también psicóloga junguiana, utiliza la foto, el video, la escritura y la investigación en archivos de imágenes, arqueológicos y epistolares, para conformar un cuerpo de obra. Se formó en la Escuela Argentina de Fotografía y en el taller de Andy Goldstein.
“Si la nombro, la pierdo” nació en el territorio delimitado por un universo de hombres y se adentró en la figura de Alicia Cora, una mujer que habita en Puerto Pirámides desde hace 50 años, cuando el fenómeno turístico de la región apenas despuntaba. El caballo pertenece a Carolina Fazzari.
Para la autora, crear junto a Alicia significó un encuentro con la libertad, aquello que está por fuera del mundo tangible y del orden establecido, de lo productivo, de lo que tiene una finalidad.
Es probable que en un futuro próximo aparezca otra imagen ocupando un tercer cartel. Las escenas del conjunto completo incluyen un ramaje de árbol seco sobre una superficie de arena ondulante, un alambrado con forma de pez que parece delimitar una frontera, el cabello de la mujer dándole continuidad a las crines, un pie sobre un fondo fuera de foco preparándose para el galope, el cabello nuevamente acariciando los pies sobre la tierra seca y quebradiza.
En ese tránsito inevitable de la naturaleza a la cultura resuenan ecos contradictorios: la domesticación de los animales salvajes, el sometimiento bestial de las cuerpas, la ambigüedad de una mano que sujeta con energía o dulzura, el pelaje de un animal o el cabello envejecido de una hembra con historia.
Son escenas bidimensionales que producen sinestesia: las figuras traen sonidos, aromas, texturas. La luz del pelo se oye, la mano que lo sujeta baila, la trenza viaja al pasado.
El sur, caminos de tierra y dolor
En la actualidad, Ferro vive una parte del año en Buenos Aires y otra en Chubut. Ganó un Premio del Fondo Nacional de las Artes para el proyecto fotográfica “El tiempo es UN PAISAJE”, de 2019. En 2020 fue finalista en Fotógrafas Latinoamericanas para exponer su trabajo en París en Le monde vu par les femmes d’ Amérique Latine. En 2021 participó de la residencia de arte Canserrat, en Barcelona. En 2022 obtiuvo una Beca para el Master en Creación Fotográfica en LENS Escuela de Artes Visuales, de Madrid.
“Mi vida estuvo marcada desde siempre por el sur, recorrí muchos caminos de tierra junto a mi familia, yendo y viniendo, atravesando paisajes extremos. El sur tiene muchos significados, difíciles de poner en palabras. Tierra, viento, estepa, océano, fuerza, aridez. Volver es siempre retornar a mi origen, siento una pertenencia muy fuerte con esos territorios que forjaron mi carácter y persona”.
Sobre el binomio de fotos expuestas, señala que es intransferible a un discurso de la lengua. “Surgió en un juego de preguntas. En una de ellas yo me planteaba: ¿qué es la libertad? Y sentía que si la nombraba la perdía. Hay algo en el nombrar que reduce un estado y deja por fuera gran parte de su significado, que es inabarcable. Por eso me gustan las metáforas, porque aluden a algo, pero no terminan de definirlo”.
En cuanto a Cora, protagonista de las fotos, se trata de una pionera de Puerto Pirámides, único centro poblado dentro de la península, área declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. “Desde que era pequeña mi padre me llevaba a ver sus obras. Alicia recolecta algas en la orilla del mar y con sus manos dibuja símbolos, imágenes de caballos y paisajes”.
Ferro es autora de “Lo salvaje apareció en mis sueños”, un libro de
arte bilingüe de 2018 que toma imágenes capturadas por cuatro generaciones de
su familia en el campo de la Patagonia combinadas con sus textos poéticos. Se
trata de una exploración del deseo persistente de retratar el paisaje y la
identidad genealógica, como un caleidoscopio donde diferentes capas y puntos de
vista se entrelazan hasta llegar a su abuelo Emilio, a quien no conoció, y a las
valijas repletas de diapositivas que le legó. “A través de ellas y de sus
palabras, pude sentir cómo el desierto lo atravesaba. Ese escenario heroico de
viento y vacío reclamaba su presencia, lo llamaba un destino incierto”.
Todxs tenemos un paisaje adentro
Gravitando sobre su ancestro, la artista percibió que “es la naturaleza, mutable, eterna, la que nos observa y nos retrata. Es el perfume del instante en esa tierra el que persiste y me recuerda el pasado compartido. Todos tenemos un paisaje que nos atraviesa al mismo tiempo que intentamos atraparlo. Estuve suspendida en los bordes del reconocimiento, fui la mujer perdida en el paisaje”. Parte de estos textos bien valen para este nuevo proyecto visual que hoy puede admirarse gracias a la activación de Cristina Querol, de Ruta Site Specific, y Ezequiel Fernández, de Via Publica Patagónica, quienes convocaron a Ferro para la propuesta de exposición a cielo abierto en Chubut.
“No somos nosotros quienes encontramos las fotografías en el paisaje, son ellas quienes en las rutas nos inquietan, mujeres que miran hacia adelante, como “Frau Goerli”, de Lena Szankay, quien camina detrás de un hombre, para observarlo en el contexto de Berlín, Alemania, seis meses antes de la caída del muro. Pero podría ser una foto del desembarco en Gales, Chubut, que se resignifica en el nuevo contexto, Cabo Raso, al montarse sobre las ruinas de una escuela rural de más de cien años. Fue un hecho colectivo, una ceremonia en la que colaboraron Eduardo González y Eliane Fernández Peña, además del público. Esa imagen, aclara Querol, fue la primera que expusimos en Ruta, en setiembre de 2021, antes de la mujer de Ferro, que se nos cruza y nos invita a detenernos, nos espera, parece que se dará vuelta y algo develará”. La idea de Querol es aprovechar el espacio de libertad al aire libre para generar conversaciones y sucesos que no suelen darse en los pueblos chicos donde “a veces se desestima la mirada hacia la vida ajena. Queremos concentrarnos en el trabajo de nuevos artistas y retroalimentarlo con el de otros”.
Todas las gigantografías requirieron de una etapa especial de tratamiento para resistir los embates del clima hostil. El material se imprimió por un sistema digital ecosolvente de tintas resinadas, con protección UV, sobre lona frontlight, apta para soportar las inclemencias típicas de la región. De todos modos, es interesante lo que va sucediendo con el paso del tiempo: la imagen montada comienza a ser parte del paisaje. Los pájaros revolotean a su alrededor y dejan su marca, el viento lo va gastando, la lluvia lo limpia, la tierra lo cubre.
“Ver las fotos colgadas fue muy fuerte porque es un espacio donde ‘debería’ mostrarse una propaganda de un producto o una campaña política”, dice Ferro. “Intenté aportar imágenes poéticas, romper con lo esperado. Es como si el mismo paisaje se estuviera anunciando: ‘Acá estoy, no se olviden de mí’. Como una dimensión dentro de otra”, algo que quiebra la mirada, aunque no deja de ser armónico.
Ferro ya está enhebrada y enredada, en un nuevo proyecto acerca de la lana, “como el hilo conductor con mi padre que falleció hace dos años y siempre vivió de su oficio en los corrales, con las ovejas, clasificando, con los esquiladores, con la lana, con los gauchos Ese era su hábitat, poniéndole el cuerpo a esos paisajes áridos”.
Laura Haimovichi
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