¿Es lo mismo caminar con un destino prefijado, que hacerlo por el simple placer de andar por la ciudad? El ritmo es diferente. Buscar a una persona con el único dato de una dirección hace que el camino sea menos importante, una vez trazado el objetivo. Es sábado a la mañana, en una ciudad que se desangra. Y allá voy, acompañada por Caetano Veloso, que me canta Alegría, alegría. “Caminando contra el viento, sin pañuelo y sin documento”, canta y yo también voy. No tengo más que mis palabras para decir, y sospecho que serán insuficientes.
En medio de tantas noticias insoslayables, hay una que pasa desapercibida, y se convierte en obsesión. ¿Adónde voy esta vez? Atravieso unas 40 cuadras, no es una gran distancia, pero se percibe la transformación de la ciudad en el ritmo de sus calles: la calma se va convirtiendo en bullicio, en largas colas en una verdulería con descuentos, en ómnibus que pasan repletos para llevar a quienes viven en el barrio de la comunidad qom del suroeste al noroeste, en la acumulación de cajones de madera en una vereda, las carnicerías con carteles de grandes ofertas. La ciudad va ganando en frenesí a medida que se aleja del centro. Las contradicciones también atraviesan mi playlist, no podría ser de otra manera. Suena Gente humilde, por Mercedes Sosa. No llego a la zona de villas, más bien las esquivo, pero la transformación del paisaje me alienta a escuchar la canción en su idioma original, esa colaboración entre Vinicius de Moraes, Garoto y Chico Buarque. Suena de nuevo Gente Humilde, me acuerdo de que hace pocos días -el 19 de junio- fue el cumpleaños de Chico. Así es la caminata, te lleva por otros rumbos aunque sepas donde vas. Gracias, Chico, por toda la música que hizo un mundo. Sí, voy a incluir La banda, simplemente porque es de las que más me gustan entre tantas de tus bellezas.
Entre la música y el vuelo de los pensamientos, voy en busca de la hermana de una adolescente que murió en un hogar en el que estaba alojada por una medida excepcional de protección dispuesta por la Subsecretaría de Niñez de la provincia de Santa Fe. Suena Plegaria para un niño dormido, y pido disculpas por ser un poco obvia. La chica tenía 13 años, una discapacidad moderada y problemas de salud mental. Papá y mamá muertxs, la hermana apenas mayor no podía cuidarla, pero siempre estaba en contacto. Después del almuerzo del 1° de abril, allí, en el hogar Santa Cecilia, quisieron sacarle algo que escondía en su corpiño. Se resistió. Era un diente que ella misma se había arrancado en la escuela. Los operadores la acostaron boca abajo, le apretaron los brazos. Ella se quedó callada. A la acompañante le llamó la atención que ya no dijera nada y cuando la fue a ver, la vio morada. Estaba muerta.
Suena Cálice, de Chico Buarque, sólo para poner un poco de música en este horror. El médico de la institución firmó el certificado de defunción como “muerte súbita”. Era viernes, la llamada llegó a Niñez cuando se iban los equipos de trabajo, lo tomó la guardia. La nena fue enterrada. La hermana debió pagar el sepelio. ¿Cuántas veces escribí esta progresión de hechos? Varias. Hubo tibias explicaciones. Y esta columna, que no tiene nada que ver con las noticias de cada día, repite la sucesión sólo por la impotencia que genera el estruendoso silencio. Hay reuniones entre funcionarios, pedidos de explicaciones de la Defensoría de Niñas, Niños y Adolescentes. Quiero poner una canción, y se me atraganta. Pero la música hace falta: Cómo que no, de Gustavo Pena, habla de penas de niños, justamente. Bueno, hablemos de niñas y de niñes, pero escuchemos.
Hay una hermana que va casi todos los domingos a llevarle flores al cementerio. Sólo quedan sus flores y sus poemas. Hay un poco de suerte: la encuentro en la puerta, subida a la moto, yendo a trabajar. Me mira con desconfianza, me da su teléfono. Más tarde me responde que no quiere hablar más del tema, ya habló con mucha gente y no pasó nada. Le hace mal. Dice que las notas deben darlas los demás. Me desarma con sus razones y la desazón me lleva por música que pida justicia. Que ponga a esta niña entre las banderas. Que busque reparación. Me repito, ya lo sé, pero voy por Canción sin miedo, de Vivir Quintana. Es la que resuena.
Y entonces, hay un cambio de rumbo en la caminata. No me resulta posible, en este momento, llegar a pie hasta Beravebú, y menos aún a Melincué, que queda a 128 kilómetros de distancia. ¿Qué pasó allá? En el mediodía del jueves, Fabiana Morón siente algo de reparación con la condena a prisión perpetua del femicida de su hija. ¿Quién es Fabiana? La mamá de Julieta Del Pino, de 19 años, asesinada por Cristian Romero en julio de 2020. La fiscal Susana Pepino dice que Juli floreció en justicia. Se refiere así a la canción de Vanesa Baccelliere, la lidereza de Girda y las del Alba, Florecerás en cumbias. Vanesa leyó en Página/12 que Fabiana, a pocas horas de haber encontrado el cadáver de su hija, pidió en una marcha en la plaza del pueblo de 2000 habitantes: “Eduquen a sus hijos. Las mujeres no son objetos”. Decidió buscarla para hacer la canción. Y Fabiana se encontró luchando por ese Ni Una Menos que antes miraba por televisión.
El recorrido tiene un final provisorio en la marcha contra los travesticidios que llena de color y furia travesti las calles del centro de Rosario, en la tarde del 28 de junio. Las brujerías travas dieron su fruto: la mañana gris se convierte en una tarde soleada y -casi- cálida. Desde los suburbios llegan las compañeras, montadas, con sus lentejuelas y maquillajes. Patricia lleva un enorme penacho del carnaval de Salta, con toda hidalguía, durante toda la marcha, desde la plaza San Martín. Vive en Rosario, pero cada año vuelve a su provincia para la fiesta de febrero. Suena el himno A quién le importa, por Alaska y Dinarama. Y otra vez la contradicción: queremos que importe la vida de las travas. Ellas están ahí, visibles, enormes. La poesía de Morena García, la música de Ayelén Beker, las adolescentes que se besan mientras caminan llevando las bicicletas. Le fotógrafe no binarie, Rulos, que recuperó la sonrisa después de unos meses catastróficos. Que importe. Todos me miran suena por Ayelén, mientras el documento dice con claridad: “Tenemos voz propia y decimos basta de travesticidio social”, pregunta ¿Dónde está Tehuel? Y reclama “reparación histórica post dictadura para travestis trans”. Vuelve a sonar Ayelén, La Nena Dinamita, para recordar que el promedio de vida, de 30 a 35 años, duele. Marchar juntes, recuperar las calles, recordar que los brujos piensan en volver, como dice otra canción, y saber que nos tenemos. Es la más bella forma que encuentro para andar.
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