Tendría nueve años de edad. Ese verano solía ir al club. Me encontraba sentado en un banco junto a mi primo cuando, de pronto, pasó un pibe algo mayor que él. De un manotazo le arrebató la toalla. Jugó con ella unos instantes. Luego la arrojó a un charco y la arrastró varios metros. Recuerdo el polvo de la cancha de tenis sobre la blanca tela absorbente. Al cabo de unos breves minutos se fue. Sin hesitar mi primo atinó a decir: “Es un tipo que pasó a tercer año. Yo pasé a segundo”. Mi primo era alumno de un colegio secundario dependiente de las Fuerzas Armadas.

Recordé este episodio de mi infancia cuando hace unos días leí sobre la muerte del subteniente de veintidós años de edad, acontecida durante un rito de iniciación en el Grupo de Artillería N° 3 del Ejército Argentino, sito en Paso de Los Libres. Matías Ezequiel Chirino murió ahogado con su propio vómito cuando, tras ser obligado a ingerir una descomunal cantidad de alcohol y comida, se lo arrojó a una pileta. “Es completamente inaceptable que sucedan esos bautismos o rituales en donde se compromete al ingresante a superar o cumplir ciertas cosas”, manifestó el ministro de Defensa Jorge Taiana, para quien existió “una deformación en el mando”, un abuso de poder de los jefes sobre los nóveles subtenientes. Indaguemos en qué consiste este abuso de poder y la naturaleza del rito de iniciación aquí puesto en práctica.

El rito, el corte, la pérdida

Por lo pronto, lejos está este episodio de constituir un hecho aislado. En el año 2016 un cadete de cuarto año del Liceo Militar fue internado en grave estado a causa de un golpe propinado por un cadete de sexto año. Según testimonios, la víctima ya había sido sometida a la operación de tortura denominada “calzoncillo chino”, la cual consiste en jalar hacia arriba la prenda de manera que la misma apriete los testículos y otras partes íntimas de la víctima. El golpe que motivó la internación fue la desobediencia en que el cadete menor incurrió al no acatar la orden: “cuando te hablo, me mirás, date vuelta”.

Estos episodios en la vida cotidiana de instituciones con una fuerte estructura jerárquica derivan de una muy particular interpretación del lugar que los ritos de iniciación guardan en todo ámbito: sea el familiar con la fiesta de quince o el Bat Mitzvah; la escuela y su viaje de egresados; las graduaciones en la universidad; las despedidas de soltero/a, etc. Por lo pronto, al señalar la indispensable función de corte que los ritos imprimen en el ser hablante, Lacan señala que: “Están destinados, y por parte de los sujetos mismos que los experimentan, a efectuar un cambio de naturaleza en el sujeto”[1]. Toda la cuestión radica entonces en la cualidad del cambio que estas ceremonias introducen. ¿Se trata de prácticas destinadas a instalar la pasividad necesaria para asegurar el poder del Amo o, por el contrario, rituales con que trazar una marca simbólica para así facilitar el despliegue deseante del sujeto?

En su texto No cosas, el filósofo Byung Chul Han señala que “los ritos son técnicas temporales de clausura (...) Son arquitecturas del tiempo. De este modo hacen que el tiempo sea habitable, incluso transitable, como una casa”[2]. Destacamos aquí la dimensión de pérdida que el rito introduce al sancionar con un corte el paso del tiempo y la invitación que la comunidad (la casa) efectúa al sujeto respecto de asumir esta “castración” como condición para el deseo. Por algo, al referirse a las sociedades primitivas, Lacan agrega: “La mutilación es aquí el índice de una realización del ser en el sujeto”[3]. Va de suyo el carácter simbólico del rescate de esta mutilación aquí mentada.

Lo cierto es que poco espacio queda para la pérdida en el triste episodio que aquí nos convoca. La imagen de la víctima obligada a comer y beber hasta el hartazgo habla más bien del exceso derivado de la voluntad de goce de quienes, lejos de recibir a un nuevo integrante de la comunidad, vuelcan en su cuerpo el sadismo impenitente que los anima.

Al respecto vale señalar una precisión respecto de estas prácticas. Ronda la idea de que el sufrimiento experimentado de manera pasiva en los primeros años transcurridos en estas instituciones es resarcido por el goce que proporciona pasar al rol activo, a medida de que se crece en el orden jerárquico. Además de transgredir las más elementales pautas de civilización el argumento es falso de cabo a rabo. No hay reversibilidad entre activo y pasivo, las personas somos esencialmente pasivas ante las amenazas imaginarias que nos habitan por más que no haya agresores cercanos, de hecho el sádico se detiene una vez que logra la angustia de la víctima. Solo que, a veces: ya es tarde.

La renegación del duelo en la fiesta

La muerte del subteniente constituye una advertencia, cualquiera sea el ámbito del que se trate, para toda celebración en que se deja atrás una etapa y se inicia una nueva. Sucede que hoy asistimos a una degradación del lugar de la fiesta, hito social por excelencia, en su función de marcar un antes y un después en el sujeto. Es que el origen cultual de la fiesta indica que lo celebrado no es otra cosa que la porción de goce que hemos cedido a cambio de postergar la muerte: la entrega que se le ofrenda a la divinidad a cambio de un nuevo pacto de convivencia. “La fiesta funda una comunidad entre los hombres y con los dioses”, dice Han en La desaparición de los rituales[4]. Durante un cumpleaños, la reunión de amigos o en la rave, lo que nos convoca es el acceso a un renacimiento entre-otros. “La fiesta es comunidad, es la presentación de la comunidad misma en su forma más completa.”[5], dice Gadamer en La actualidad de lo bello. De allí el desenfreno o la euforia que suele suscitar la re-unión. Pero, si se liberan impulsos y se da rienda suelta

Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires.

Notas

[1] Jacques Lacan (1958-1959) , El Seminario: Libro 6 “ La interpretación del deseo”, Buenos Aires, Paidós, 2014, p. 429.

[2] Byung Chul Han, “No cosas”, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Taurus, 2022, p. 95.

[3] Jacques Lacan (1958-1959), El Seminario: Libro 6 “La interpretación del deseo”, op. cit. p. 430.

[4] Byung Chul Han, “La desaparición de los rituales”, Argentina, Herder. 2021, p. 59.

[5] Hans georg Gadamer, La actualidad de lo bello, Barcelona; Paidós, 1991, página 102.