En el otoño de 1927, a raíz de la publicación de una entrevista realizada a Sigmund Freud[1], éste recibió la carta de un médico norteamericano en la que expresaba su sorpresa ante su declarada falta de fe religiosa. Al mismo tiempo que le describió las revelaciones infalibles sobre la existencia de Dios que él mismo había vivido, le aseguraba que si consideraba el tema sin prejuicios le sería revelada la verdad divina.
“Le respondí cortésmente que me alegraba enterarme de que esa experiencia le hubiera permitido conservar su fe. En cuanto a mí, Dios no había hecho tanto, nunca me había hecho oír una voz interior como aquella y si --en vista de mi edad-- no se apuraba mucho, no sería por mi culpa que siguiera siendo yo hasta el final lo que ahora era: aninfideljew (un judío infiel)”.
¿Qué juego de artilugios esconde la respuesta del maestro del psicoanálisis para que una sonrisa emerja en los lectores?
Pocos meses antes del relato de esta anécdota, Freud había escrito un breve artículo sobre el humor, lo que nos permite suponer que aún perduraba en él el efecto placentero que el tratamiento del tema le producía. El chiste y su relación con el inconciente de 1905 contiene una innumerable cantidad de chistes que Freud había coleccionado durante varios años, muchos referidos a su condición de judío que le deparara tan buena cantidad de sinsabores. Precisamente, la condición de relegamiento y humillación es elevada a la condición de chiste en su carta de respuesta.
Resulta atractivo imaginar que, de haber contado con el escrito sobre la sublimación prometido por Freud, el chiste habría ocupado un destacado lugar en él. La transformación de aquello que causa sufrimiento en motivo de placer supone un complejo trabajo psíquico y constituye, sin duda, una de las preciadas virtudes del alma humana.
Aunque el trabajo del sueño y el del chiste se valen de mecanismos de elaboración semejantes para hacer oír alguna verdad inconciente, el chiste es fundamentalmente un acto social, una celebración con el otro. Mientras el sueño se gesta en la absoluta intimidad del soñante, el chiste se consagra como tal recién cuando la risa del oyente se hace oír. Un lazo de complicidad logra aunar a quienes participan de la experiencia humorística. La risa resulta la confirmación del placer compartido.
Las restricciones que la cultura nos impone pueden ser soslayadas de manera placentera y sin culpa cuando la trasgresión o la impostura se producen a través del humor. La imposibilidad de cumplir con los ideales que nos son impuestos genera en el sujeto un estado de tensión que se manifiesta en los sentimientos de culpa o de inferioridad. Echemos una mirada a los motivos morales que Freud desafía y a algunos artilugios que emplea para tramitar los malestares que le ocasionara ser parte de una comunidad estigmatizada, la judía.
La estructura de la construcción del chiste suele contar con una introducción que sirve a los fines de distraer o desorientar la atención del destinatario. En este caso la conservación de la fe por parte del médico norteamericano es motivo de alegría para Freud, según lo expresa en su respuesta. Sin embargo, dicho motivo es puesto en cuestión en el remate del chiste.
Las figuras de autoridad suelen ser objeto privilegiado de los chistes. Toda organización social está sostenida en el respeto de los ciudadanos a las autoridades que detentan el poder. Dicho respeto supone la represión de aquella hostilidad originaria dirigida a las figuras parentales. Con exquisita elegancia, Freud ridiculiza a la máxima autoridad, aquella que está por encima de todos los hombres y que gran parte de la humanidad venera, al poner en cuestión su omnipotencia. Al mismo tiempo, le atribuye la culpa de que él siga siendo anindifeljew si no se apresura lo suficiente para hacerle oír su voz. La absoluta impotencia del hombre frente a la muerte es transformada en un irónico desafío a la divinidad para que dé muestras de su poder.
Asumir su ser judío y además de infiel a causa de la impotencia divina, trasunta la sensación del triunfo generado por la liberación de la tensión de haberse librado de un estigma social.
Los efectos que produce en el lector el relato que mencionamos evidencian la condición de que el chiste constituye una celebración compartida, un encuentro de genuino placer. A diferencia de otras celebraciones sociales, el humor permite abordar los temas que más afectan nuestro narcisismo, al mismo tiempo que acorta la distancia impuesta por los prejuicios sociales.
Adela Costas Ántola y Ezequiel Achilli son miembros de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires e integrantes del Área de lectura y clínica freudiana.
[1]Freud le había concedido al periodista germano-norteamericano George S. Viereck una larga entrevista el año anterior. La publicación de la misma concitó interés y recibió amplia difusión en los Estados Unidos.