¿Cómo será vivir sin ver? Se había preguntado, sentado en la silla de madera, butaca improvisada en el galpón donde se ponía la obra de Teatro Ciego.

Habían entrado en fila, apoyando la mano sobre el hombro del que estaba adelante, guiados por la voz de una joven que le indicaba a cada uno dónde sentarse. La oscuridad era absoluta, el negro lo invadía todo.

Habían estado expectantes al inicio del primer acto, mientras escuchaban el murmullo de los otros espectadores.

—No veo nada, —dijo él en voz baja.

—Esa es la idea. Tranquilo, va a estar bueno.

Se dio cuenta que estaba abriendo los ojos de manera desmesurada, tratando instintivamente de distinguir alguna imagen o descubrir un haz de luz filtrada a través de alguna ventana. Nada, no era posible ver nada.

-No veo nada, -insistió.

-Yo tampoco. No hablés y tratá de escuchar. Espero que estos de adelante se callen cuando empiece la función.

Se quedó quieto, intentando detectar palabras y sonidos, cuando de pronto se escucha el teclado de una máquina de escribir y se inicia el diálogo entre dos personas. Atento, registra frente a él, las voces de los actores y alrededor los sonidos que identifica como los de una oficina en horas de trabajo.

La acción se desarrolla en los años cuarenta, en un periódico de Nueva York. El periodista relata a su colega las aventuras que vivió y que volcará en el suplemento viajes.

Suena la sirena de un buque. Enseguida el susurro de las olas golpeando la proa los lleva a navegar. Una fina llovizna los rocía inesperadamente, haciéndolos sentir en la cubierta, inmersos en la neblina húmeda.

El relato de Mike continúa, pasando por ciudades diferentes y recorriendo países exóticos, llevándolos a todos allí, a través de sensaciones, olores y sonidos. Estambul los recibe con aromas de canela, sumak y azafrán, que se suceden uno tras otro, agudizando todos los sentidos.

Cierra los ojos, se apoya en el respaldo incómodo de la silla y se deja llevar por esos olores, por el voceo de mercancías en idiomas extraños, por las bocinas de los autos y los relinchos de los caballos tirando de los coches.

En un rato está en el desierto, subido a un camello, y el calor lo obliga a quitarse el abrigo. Está traspirando. En pocos minutos la sirena del buque anticipa el regreso y se encuentra zarpando desde un puerto remoto. Siente en el rostro el viento fresco del mar y la melodía de una orquesta lejana lo invita a bailar.

Finaliza la obra y los aplausos reemplazan todos los sonidos.

—¡Bravo! Fantástico. —Exclamó él.

Se encienden las luces y cinco personas saludan al público. Todos se ponen de pie y continúan aplaudiendo. El director presenta a los actores, tres de ellos ciegos, y relata la experiencia mientras se ve el escenario despojado, donde se encuentran una máquina de escribir, una bocina y otros elementos varios.

La pareja sale del galpón y la luz de la plaza les parece más intensa.

-Buenísimo, muy creativo. -comenta él.

-Me encantó. Cuando leés una novela podés viajar con la imaginación, pero esto fue mucho más.

-Mañana es domingo y está pronosticada lluvia. Podemos quedarnos en el departamento y hacerlo. -Le propone, fascinado por la experiencia.

-¿Hacer qué?

-Vivir un día como ciegos.

-¿Cómo?

-Cerramos todas las persianas, cubrimos las ventanas con frazadas y tapamos la luz que pueda entrar por debajo de la puerta con trapos y así tenemos todo a oscuras.

-Dale, -se entusiama ella, y continúa-. Yo puedo hacer cosas sin luz. Sé cómo servir una taza o un vaso: ponés un dedo doblado en tu segunda falange sobre el borde, y llenás hasta que sientas el dedo mojado.

-Sí, te he visto también caminando con los ojos cerrados. ¿Lo hacés por si te quedaras ciega? Y ya sabemos que también usas los dedos de los pies casi como los de las manos. ¿Pensás quedarte sin manos?- Le responde y sonríe mientras le acomoda el cabello que el viento despeinó.

-No podremos prender fuego porque eso ilumina y porque sería peligroso. Tendrás que usar el microondas para cocinar. -Le anticipa ella.

-De acuerdo, cocinaré, como siempre, pero vos tendrás que bañarte sin velas y no necesitarás luz para perfumarte. Viste que hay que acentuar los estímulos a los sentidos, ¿no es así mi amor?

-Sí, y además del olfato hay que apelar al tacto… Queda aún un poco de ese aceite de lavanda para masajes... ¿Te parece que servirá?

-Se sonríen cómplices y se abrazan mientras se dirigen hacia su pequeño monoambiente.

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