La dama parece emerger directo del magma de la tierra, y mira al cielo, ávida por explorar el infinito. Tiene los brazos levantados, y sus manos -que simulan ser un telescopio- son de un dorado resplandeciente, “tan brillantes como las estrellas que ella escudriñó toda su vida”, en palabras de la laureada artista boloñesa Sissi, autora de esta flamante escultura de bronce, de casi 3 metros de altura, que homenajea a la formidable astrofísica Margherita Hack (1922-2013) en el centenario de su nacimiento. Acaba de inaugurarse en la plaza Largo Richini, frente a la Università Statale di Milano en, obviamente, Milán, y se trata de la primera escultura que Italia dedica a una científica, según el rotativo La Repubblica. Acorde a voces oficiales, no solo pretende honrar los muchos méritos profesionales de Hack, “símbolo de excelencia en el campo STEM”; también busca “enriquecer el patrimonio del arte público con la imagen de un modelo positivo para futuras generaciones de científicas”.
Científica fuera de serie, Hack fue la primera mujer en dirigir el Observatorio Astronómico de Trieste, entre 1964 y fines de los 80s. A fuerza de empeño, talento, inteligencia, obtuvo además una plaza permanente como profesora de astronomía en la Universidad de Trieste; cité portuaria del noreste italiano a la que -dicho sea de paso- le legó su biblioteca entera: casi 25 mil libros de los más diversos temas, tras fallecer a los 91 años.
Margherita aseguraba que no le temía a la muerte porque “cuando ella llegue, yo ya no estaré”. También creía que “el cerebro es el alma”, y descreía de la vida después de la muerte, “mucho menos en una versión de paraíso tipo condominio donde reencontrarse con parientes, amigos, enemigos”. Atea prácticante en un país eminentemente católico, planteaba que la idea de un Dios resultaba “demasiado conveniente, demasiado fácil. No deja de ser una forma de darle sentido a lo que la ciencia todavía no ha podido explicar”.
A lo largo de su carrera, Hack “hizo grandes avances en el campo de la radioastronomía (el estudio del espacio a través de las señales de radio) y la espectroscopía estelar (el estudio de las estrellas a través de todo el espectro de energía que desprenden)”, anota la periodista especializada Rocío Pérez Benavente. Y suma que “publicó más de 200 papers científicos y hasta tiene un asteroide con su nombre, el 8558 Hack, descubierto en 1995”. Asimismo, integró equipos de trabajo de, por ejemplo, la NASA, y abogó porque astrofísicas/os de Italia ampliasen el alcance de sus investigaciones accediendo y participando de datos e imágenes de satélites internacionales.
MH había nacido en Florencia el 12 de junio de 1922, y fue en la Universidad de Florencia donde empezó sus estudios en… literatura. Solo hizo una materia: enseguida se pasó a física, doctorándose en astrofísica con una tesis dedicada a las cefeidas (un tipo de estrella cuya radiación varía en pulsos; esa luminosidad cambiante sirve para medir las distancias de las galaxias desde la Tierra). En esos años, descollaba además como atleta: ganó varios campeonatos nacionales en salto de longitud y de altura.
De espíritu democrático, hizo un enorme laburo como divulgadora científica, devenida popular invitada de tevé en programas donde discurría en lenguaje coloquial sobre hallazgos de física y astronomía. Fundó también una revista, L’Astronomia, en 1978; y durante un tiempo fue directora de la publicación científico-cultural Le Stelle. Suyos además ¡cantidad! de libros que buscaban hacer accesibles saberes específicos de física y astronomía al público general.
Aunque ferviente estudiosa del cielo y las estrellas, también se ocupó de asuntos “terrenales”, conocida por su compromiso y activismo por causas de distinta índole. Con frecuencia bramaba por la influencia del Vaticano en asuntos del estado tano, criticaba la corruptela en la política y, a la par, defendía enfáticamente: el acceso al aborto; la eutanasia para una muerte digna; la investigación con células madre; los derechos de la comunidad LGBTQ+; el trato digno a los animales…
Margherita se jactaba de haber pisado la iglesia en una única ocasión, y a regañadientes. Fue en 1944, en el día de su casamiento con Aldo De Rosa, un hombre de letras al que definía como “una enciclopedia viviente que consulto todo el tiempo. Impredecible, tímido, soñador. Un extraterrestre”. Decía que él era su “opuesto”; un opuesto complementario con el que se llevaba de perlas. Las nupcias, por cierto, fueron “para darle el gusto a mis suegros, que eran muy creyentes. Porque, sinceramente, ¡qué cosa inútil el matrimonio! Como vestido de novia, me di vuelta el abrigo; creo que el forro era color celeste. Fue una ceremonia pequeña, muy sencilla. Cuando terminó, fuimos a una trattoria los dos solos, y comimos unos espaguetis. Lo recuerdo porque tenían un gusto espantoso”.
Con Aldo nunca quisieron tener hijos; “preferimos nuestros gatos”, se carcajeaba Hack (que escribió un libro infantil sobre los “amigos felinos” que la acompañaron de niña, en el Observatorio, ya casada, titulado I gatti della mia vita). “Por suerte crecí sin que nadie me anclara en roles estereotípicamente femeninos”, manifestaba ella, elogiando la crianza que recibió de su mamá Maria Luisa Poggesi (políglota, graduada de Bellas Artes) y su papá Roberto Hack (contador de ascendencia suiza, insaciable lector), que le inculcaron “dos valores fundamentales: la libertad y la justicia”. Le transmitieron además un profundo respeto por los animales y, vegetariana desde niña, Margherita abordaría este tema en otro libro, Perché sono vegetariana, donde argumentaba que “matar a cualquier criatura viviente es un poco como matarnos a nosotros mismos. No veo la diferencia entre el dolor de un animal y el de un ser humano”.