El hombre de Toronto    4 puntos

The Man from Toronto; EE.UU., 2022.

Dirección: Patrick Hughes.

Guion: Robbie Fox y Chris Bremner.

Duración: 110 minutos

Intérpretes: Kevin Hart, Woody Harrelson, Kaley Cuoco, Melanie Liburd, Ellen Barkin y Lela Loren.

Estreno en Netflix

Resulta llamativa la nula difusión que hizo Netflix del lanzamiento de El hombre de Toronto, sobre todo cuando el elenco está encabezado por dos actores con peso propio como el comediante Kevin Hart y el todoterreno Woody Harrelson. El silencio podría atribuirse al hecho de que se trata de una película perteneciente a ese género históricamente considerado menor y con poco y nada de prestigio que es la comedia. Pero la bombástica campaña publicitaria de la reciente Garra anula de raíz esa hipótesis. Una teoría más probable es que los ejecutivos hayan tenido un lapsus de honestidad brutal durante el que se rindieron ante la evidencia de que entre manos no tenían una comedia cualquiera, sino una de las peores que se hayan filmado desde que Hollywood recuperó la dinámica habitual de rodajes tras el parate pandémico.

El hombre de Toronto es una “comedia de acción” (así se presenta) deslucida, inverosímil aun dentro de su ilógica lógica narrativa y con dos protagonistas encorsetados por un guion no muy dispuesto a aprovechar la lengua viperina ni el cuerpo eléctrico de Hart, así como tampoco las aristas más desatadas y enloquecidas de Harrelson, un actor doctorado en la interpretación de personajes excesivos, desbordantes de burbujas. Difícil que una comedia (auto)limitada e igual de maniatada que su elenco llegue a buen puerto. Y si no llega, no se debe a una premisa trajinada, pues hay varios antecedentes de buddy movies –aquéllas en la una pareja despareja es obligada por las circunstancias a unir esfuerzos en pos de un objetivo en común– de notable eficacia cómica.

La dupla central está integrada por un asesino a sueldo huidizo y con métodos infalibles para conseguir confesiones (Harrelson) y un tal Teddy (Hart), un vendedor sin mucha suerte que, intentando remontar una relación amorosa estancada, alquila una cabaña para el cumpleaños de su novia. Pero la dirección del lugar es apenas legible en la impresión, y Teddy lee lo que era una “ocho” como un “cinco”. El error lo lleva a una casa donde esperan con ansias la llegada del “Hombre de Toronto”, contratado por unos venezolanos con ganas de volar por los aires la embajada de ese país en Washington. Como el asesino termina llegado tarde, los cabecillas de la banda lo confunden con Teddy, haciendo que ambos deban seguir adelante hasta cumplir el objetivo. Desde ya volarán unas cuantas cabezas (preferentemente trigueñas), al tiempo que la dupla establecerá algo parecido a una amistad.

Más allá de que las situaciones carezcan de todo verosímil, algo reforzado por efectos especiales inusitadamente berretas, la cosa hubiera funcionado si en las interacciones entre los hombres de apellido con H apareciera la creencia en lo que hacen y dicen. Pero no. A cambio, repiten sin ganas un compendio de líneas sacadas de un guion de hace 20 años que dibuja una dinámica humorística que confunde blancura con pereza. Todo se reduce, entonces, a que uno aprenda que tiene que ser mejor marido y el otro, que más vale ablandar un poco el corazón.