El turismo masivo ha vuelto a Barcelona y aunque todavía no estamos en las mismas cifras que antes de la pandemia, estamos muy cerca y esto ha reactivado el malestar de una ciudadanía que durante dos años había recuperado calles y plazas. El debate se ha reabierto: los movimientos sociales se movilizan por el decrecimiento turístico y el Ayuntamiento quiere reducir el número de cruceros. Pero ¿realmente se puede limitar el turismo masivo en Barcelona?
Expertos y empresarios difieren en el diagnóstico de la situación, pero coinciden en que, pese a los discursos al inicio de la crisis sanitaria, el sector no se ha reconvertido: "En pro de la recuperación estamos viendo un crecimiento aún más acelerado que antes", afirma Asunción Blanco, profesora del Departamento de Geografía de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). Los académicos que defienden el decrecimiento discrepan en los modos en los que se podría hacer efectivo, pero lo consideran fundamental en el contexto de emergencia climática y crisis energética: "Si no lo planificamos, nos acabará llegando de repente", advierte Blanco.
En 2019, Barcelona marcaba un récord histórico al alojar a 12 millones de turistas, un 5% más que el año anterior, y recibir a más de 28 millones de visitantes. "La pandemia no ha cambiado el paradigma, al contrario. Volvemos a lo mismo y con muchas más ganas de crecer y restablecer la misma dinámica", afirma Claudio Milano, antropólogo y profesor en la UAB.
Un pacto de Estado
Más allá de los propios impactos negativos del turismo señalados por los expertos, entre ellos la contaminación de los cruceros, la congestión y la privatización del espacio público, la precarización laboral, la mercantilización de la vivienda y la pérdida del comercio de proximidad, el peligro de no afrontar un decrecimiento planificado es que se acabe imponiendo forzosamente: "Las incertidumbres actuales deberían alertarnos; no podemos volver a reproducir el mismo nivel de dependencia del turismo", apunta Ernest Cañada, investigador postdoctoral de la Universidad de las Islas Baleares (UIB) y miembro de Alba Sud.
"El decrecimiento no es un frenazo ni es abolir el turismo. La cuestión es cómo se gestiona"
La regulación, y en última instancia el decrecimiento, es un escenario planteado incluso para preservar a la propia industria: "Hay que poner medidas o arriesgarnos a matar a la gallina de los huevos de oro", enfatiza Blanco. Hasta ahora, algunas de las medidas adoptadas por los poderes públicos —principalmente, el Ayuntamiento— se han dirigido a redistribuir a los visitantes, ya sea con la desestacionalización o con la promoción de zonas fuera del recorrido turístico. Cañada tacha de "eufemismos" estos discursos y sostiene que "la masificación no se resuelve llevando a los turistas a más sitios", sino que contribuye a profundizar el proceso de pérdida del espacio público.
Sin embargo, para afrontar el decrecimiento turístico sería necesario un "pacto social" o de Estado, entre el conjunto de las instituciones y también el propio sector, que permitiera avanzar en una planificación consensuada y con medidas a largo plazo. "El decrecimiento no es un frenazo ni es abolir el turismo. La cuestión es cómo se gestiona", puntualiza Blanco. Para llegar haría falta un acuerdo entre la administración local, incluyendo el ayuntamiento y el ámbito metropolitano, la Generalitat y el Estado para pensar medidas a largo plazo, incluyendo una diversificación económica para rebajar la dependencia del turismo: "Al sector le va la vida en eso, pero en vez de verlo como una opción de estabilidad, hablan de estancamiento", lamenta la geógrafa.
Este pacto debería permitir trabajar en tres líneas: por un lado, reducir el turismo en las zonas más masificadas, con procesos pactados y coordinados entre las distintas administraciones; diversificar la actividad económica de las partes más dependientes del turismo; y también transformar el propio sector para adaptarlo a los retos que plantea la crisis climática, potenciando los recorridos cortos y repensando los ámbitos de ocio de la mayoría de la población. "No podemos plantear medidas que sólo tengan en cuenta las competencias de la administración", defiende Cañada.
Reducir el monocultivo turístico
Una de las principales cuestiones, en estos momentos, es la dependencia económica que hay del sector turístico, que representa un 12% del PIB tanto en Barcelona como en Catalunya. "Habría que cambiar el modelo de ciudad para que no haya monocultivo turístico, que ha hecho que ciudades como Barcelona sean las que más han sufrido en pandemia", apunta Milano.
Hace años que reclaman no destinar dinero público a la promoción turística
Por otra parte, las vías que permitirían implementar un decrecimiento turístico de facto serían reducir la planta de alojamiento de la ciudad, restringir las vías de acceso, es decir, limitar el transporte aéreo y marítimo y reducir la promoción internacional. Esta última es una reivindicación largamente reclamada por movimientos como la Asamblea de Barrios por el Decrecimiento Turístico, pero, sin embargo, en estos momentos el Ayuntamiento alega que ha diversificado la promoción para incluir zonas menos visitadas. "No se puede destinar más dinero público a ello cuando nos está despojando de la ciudad", afirma Cañada.
Reducir la planta de alojamiento o restringir las vías de acceso se plantean, en estos momentos, como un escenario complicado a nivel de competencias y legislación, por lo que los académicos apuestan por pactos políticos que puedan superar estas limitaciones.
Jordi Ficapal, director de la Cátedra de Turismo responsable e innovación del Institut Químic de Sarrià (IQS), considera el decrecimiento turístico "un concepto teórico" que no se puede aplicar con el ordenamiento jurídico actual, pero sí defiende que es necesario regular los impactos negativos del sector para evitar la "saturación" de la ciudad: "En el momento en el que no hay vida de comunidad, pierde interés turístico y esto es un límite a evitar".
Destinar la tasa turística a mejorar los servicios en los barrios más tensionados, como el Gòtic o el Raval, así como un refuerzo de la convivencia y el orden público, son medidas propuestas por el experto. "Promoción turística es también mejorar la vida de los vecinos en zonas turísticas", sostiene.
El Ayuntamiento ha impulsado medidas para romper la dinámica del crecimiento
El Ayuntamiento, bajo el mandato de Ada Colau, apuesta por decrecer en visitantes pero ante los obstáculos planteados ha impulsado medidas para, al menos, romper con el crecimiento y regular el sector. Un ejemplo de ello es la nueva guía para regular los recorridos de los grupos turísticos, el Plan especial urbanístico de alojamientos turísticos (PEUAT) o la moratoria hotelera.
Estas propuestas son vistas, al menos parcialmente, como soluciones demasiado a corto plazo, aunque han permitido romper en cierto modo con la dinámica de crecimiento sostenido. "Las herramientas están, pero hay que desarrollarlas. Ahora se está pasando por encima, y así no podemos continuar", señala Blanco.
Por otra parte, el sector también afronta problemas internos, como la falta de personal, especialmente en la restauración, debido a las malas condiciones laborales. Ponerle solución podría suponer una oportunidad para revalorizarse como "generador de riqueza y bienestar" a ojos de la ciudadanía, defiende Blanco.
El turismo de calidad y los peligros de pagar entrada
El debate que hay en Barcelona no es el único y ciudades como Venecia o Ámsterdam también están explorando las vías para reducir los impactos negativos del turismo. Son ciudades que están impulsando políticas concretas, aunque parciales. "No hay referentes claros", reconoce Cañada. La ciudad holandesa ha prohibido los pisos turísticos en el centro y también ha reducido la promoción, mientras que en Venecia se ha planteado —aunque no ha salido adelante— que los turistas tengan que pagar por entrar. "Se busca la elitización como un mecanismo de control de los problemas que ha causado el sector", rechaza el investigador.
Venecia propuso que los visitantes pagaran por entrar
Se trata de una medida que a la larga profundiza en la privatización del espacio público y que entronca directamente con las críticas al llamado "turismo de calidad", defendido actualmente por la industria como forma de minimizar sus impactos negativos. "Atraer un turismo de alto poder adquisitivo no garantiza que se redistribuya mejor", señala Cañada.
El director general del Gremi d'Hotelers, Manel Casals, reconoce que la voluntad del sector es escoger y potenciar este tipo de turismo: "Queremos un turismo de calidad, que deje dinero", afirma. Casals enmarca el crecimiento en número de visitantes en una tendencia mundial y explica que ya se ha producido un aumento de los precios de los hoteles, en parte debido a este objetivo y también para hacer frente a la inflación. En caso de que esto provoque una elitización del turismo, defiende que no es negativo: "No dejamos de ser una industria, y como empresarios queremos sacar el máximo rendimiento de nuestras inversiones".
Los académicos alertan de que esta elitización revierte en un sobrecoste, también, para el vecindario, a nivel de comercios y vivienda, pero Casals no lo comparte. "El sector debe regularse. Tenemos que gobernar el turismo antes de que nos gobierne a nosotros", concluye el antropólogo Claudio Milano.