El gran pensador marxista italiano Antonio Gramsci sintetizaba en la idea de “bloque histórico” al conjunto de relaciones que, en un determinado momento, se establecían entre la estructura socioeconómica y la superestructura jurídico política, conceptos ultra conocidos por cualquier lector de K. Marx y que constituyen la base de análisis de aquello que los manuales de marxismo de la vieja URSS denominaron “materialismo histórico”, término jamás utilizado por el maestro alemán. Es interesante desprender del análisis gramsciano que las citadas relaciones se establecen a través de las clases sociales, concepto tan certero como demonizado por la teoría mainstream, clases que se manifiestan en el discurso público a través de sujetos y corporaciones. Por eso, como explicaba Hugues Portelli, el concepto de bloque histórico es inseparable del de hegemonía, lo que remite a otro de los grandes aportes de Gramsci: la concepción funcional de las clases sociales.
La pregunta que aquí y ahora interesa es: ¿quiénes son los integrantes del “nuevo” bloque histórico sintetizado por Cambiemos, es decir, los sujetos de la nueva hegemonía? Entenderlo empieza por los hechos. Y los hechos parten de la “doble estafa” electoral de 2015. La estafa del actual gobierno que ocultó de su programa electoral el shock neoliberal que hoy ejecuta, ofreciendo en cambio, a través del marketing político, la archivada “revolución de la alegría” y el famoso “no vas a perder nada de lo que ya tenés”. Y la estafa de parte de la oposición que llegó a sus bancas en las boletas del FpV, supuestamente para defender las conquistas del modelo nacional–popular, pero que bajo la excusa de la gobernabilidad votó todas y cada una de las leyes que posibilitaron el cambio de régimen económico a una velocidad inusitada.
La mera descripción de los integrantes del nuevo bloque histórico es impresionante: el complejo agroexportador, la mayoría de la gran industria ya consolidada, el sector financiero, los organismos multilaterales de crédito, la embajada estadounidense, la porción más importante de los dueños de los sindicatos que hoy conducen la silenciosa CGT –la misma que le hacía paros a Cristina Kirchner por Ganancias, pero que hoy mantiene una “impasibilidad táctica” frente a la cotidiana pérdida de derechos de los trabajadores–, el grueso de la llamada “familia judicial” y, por supuesto, los oligopolios mediáticos.
Se trata de un bloque que representa sin fisuras la totalidad del poder real, el económico o económico-mediático, como corresponde denominarlo en el capitalismo avanzado, donde el control del capital en el mundo del trabajo es inseparable del control de las subjetividades a través de los medios de comunicación. Un poder permanente que, se supone, debería estar separado del poder político, el que se construye a través del sufragio.
Dicho de otra manera: si bien la diferencia de votos que obtuvo la Alianza PRO fue de solo dos puntos y no de veinte, el nuevo gobierno expresó la consolidación de un bloque amplio y extendido de poder real que le permitió conducirse como una súper mayoría. Luego, si bien su déficit inicial aparentaba ser el poder legislativo, un poder claramente político, no tardó en descubrirse que no sería un escollo. En el Senado, donde no faltan comedidos, suele atribuirse esta circunstancia al eficiente manejo de la billetera por parte del poder central, sin embargo, no debe descartarse la velada simpatía de clase por el viejo neoliberalismo que, en la práctica, manifiestan la mayoría de los gobernadores, lo que incluye al legendario conservadurismo popular de los peronismos provinciales. En Diputados, como se dijo, el cuadro se completó con las defecciones de muchos legisladores que llegaron en representación del voto del FpV, pero que inmediatamente armaron nuevos bloques que acompañaron la sanción de las leyes clave para el cambio de régimen.
La extensión de este “nuevo” bloque histórico, que ya operaba durante el kirchnerismo, refleja dos cosas. Para el gobierno precedente evidencia sus dificultades en la construcción de una alianza de clases comprometida con el proceso de desarrollo con inclusión, clases que quizá no existan entre los sectores dominantes, un verdadero problema estructural pensando desde el objetivo del desarrollo autónomo. Para el gobierno actual debería significar la conciencia de que la alianza que lo respalda trasciende largamente a quien supo ponérsele al frente. Como en la célebre obra de Luigi Pirandello, se trata de una Alianza extendida que buscaba catalizar su autor.
El peor error que podría cometer cualquier fuerza transformadora que aspire a reemplazar a la rediviva plutocracia gobernante es subestimar al adversario, un enemigo que también lo será de los gobiernos populares de la tercera década del siglo XXI. La persona de escasos recursos intelectuales y políticos que ejerce la presidencia es mucho más que ella misma. Mauricio, la encarnación del personaje buscado por el “nuevo” bloque histórico, es mucho más que el hijo de Franco Macri.