Aunque Milagro Sala fuera el diablo en persona, como la pinta el gobernador jujeño, tampoco hubiera sido excusa legítima para imponer una Corte, jueces y fiscales adictos y corromper testigos supuestamente con el único objetivo de perseguirla, encarcelarla en forma irregular y con acusaciones falsas, demonizarla y martirizarla. En esa escena que involucra al partido radical, un partido que se asume como guardián de la República y las instituciones democráticas, está incubado el argumento de las dictaduras para justificarse, así como el respaldo que siempre tuvieron desde un sector de la sociedad.
La reacción airada de Gerardo Morales por la visita de Alberto Fernández a la prisionera, la carta donde ironizó sobre el reclamo de carcel común para los que violaron los derechos humanos, la presencia patética frente a la clínica de un grupito de cinco o seis personas que se autodesignaba como “víctimas de Milagro Sala” y la irrupción destemplada de una agente penitenciaria en el cuarto donde la prisionera se repone de su trombosis, para decirle que deberá estar presa hasta 2024 por la causa del “robo de las bombachas”, describen el escenario que protagonizan el gobernador republicano y la dirigente social “terrorista”.
Por encima de los colores políticos, en esa escena, el terrorista es el gobernador que la orquestó para contrarrestar el efecto que pudiera tener la visita solidaria del Presidente. Hay ciertos ecos, resplandores y reflejos de la forma como reaccionaba la dictadura cuando la acusaban los organismos de derechos humanos internacionales.
Pasa lo mismo con la estructura de la justificación con la que busca la complicidad de los ciudadanos: “Era la única forma de recuperar la paz y poder gobernar”. Una clase media enojada por los cortes de ruta de los movimientos sociales que se referenciaban en Milagro Sala quiere creer esos argumentos y respalda al gobernador, aún cuando sabe que transgredió los principios más elementales de un país democrático.
La decisión “oportuna” del juez, la violencia de la agente penitenciaria y el grupito mandado para protestar resultan tan bizarros, tan propios de un tiranuelo, que demuestran que, en vez de ocultarlo, el gobernador incluso se jacta de lo que hizo, porque un sector de la sociedad jujeña lo aplaude, fue su carta más fuerte en las elecciones.
La justificación también trae reminiscencias de los argumentos de la dictadura: “para defender a las instituciones, las rompemos”, o “el golpe es para defender la democracia” o “tuvimos que invadir la Corte y designar jueces propios porque era la única forma de detenerla”. Hay un retintín, un regusto familiar no tan lejano.
Tiene sentido que esta situación de persecución a una dirigente social y a la organización que dirige (la Túpac Amaru ), y con esos argumentos, despida esas emanaciones. Y también la tiene el respaldo, casi complicidad, que consigue en una parte de la sociedad jujeña, porque en sus primeros años la dictadura tuvo un respaldo similar en cuanto a la complicidad de usurpar las instituciones para disciplinar y poner en caja a la protesta social.
Ese voto de respaldo sabe que Morales intrusó con dos de sus diputados a la Corte provincial, sabe que digitó jueces y fiscales y que compró y presionó a testigos. Paradójicamente, es un voto que a nivel nacional es convocado por el discurso de lo opuesto. Lo que revela esa supuesta ambigüedad es que si se trata de alguien propio, puede hacer lo que le dé la gana: cortar rutas con La Rural, manipular a la Justicia y mentir.
Porque la otra pata de esa estrategia es la mentira al estilo de las falsas noticias o fake news. No puede justificar ante la sociedad el atropello a la Justicia sólo para meter presa a una dirigente popular. Para explicarlo y que lo acepten, necesita demonizar a su víctima, convertirla en el enemigo público, un criminal peligroso.
Cuando reaccionó para criticar la visita de Alberto Fernández a Milagro Sala, Morales mintió, dijo que era responsable de “muertes”, de “acciones terroristas”, “de cientos de víctimas que sufrieron la violación de sus derechos humanos”.
Pero ella no está presa por asesinato, ni por acciones terroristas. Y le abrieron trece causas. Ni los represores de la dictadura tienen tantas. Si fuera responsable por alguno de esos delitos graves, estaría presa por esa causa. Pero la causa que un juez sacó de la manga para hostilizar aún más a Milagro Sala cuando se estaba reponiendo de una trombosis venosa profunda fue por el robo de unas bombachas supuestamente tras una pelea entre dos feriantes. Y Milagro ni siquiera estaba en el lugar. Le dijeron que habían sacado mal las cuentas y por eso tenía que cumplir dos años más de condena.
Cumple condena porque fue acusada de desviar dinero destinado a la construcción. Con el dinero que le asignaron, la organización de Milagro Sala construyó más casas de las que hubiera construido una empresa privada. No existe forma de que después de construir barrios como los de Alto Comedero, con cuatro mil viviendas, quedara nada para desviar. Solamente podía ser condenada por un tribunal adscripto al gobernador.
Ningún gobierno en la historia de Jujuy construyó más casas que la Túpac Amaru y Milagro Sala. Pudo hacerlo porque al mismo tiempo organizó cooperativas de trabajo para la construcción y fábricas de bloques, además de escuelas, salas de salud y gimnasios y piletas de natación en los barrios que construyó. Pero el tribunal local, la Casación provincial y la Suprema Corte de Jujuy la condenaron a trece años por ser “jefa de una asociación ilícita” que se dedicaba a estafar al Estado. El procurador interino, Eduardo Casal, obviamente se sumó a la campaña y ahora deberá resolver la Corte Suprema nacional.
Resulta claro que esas obras le confirieron una poderosa convocatoria popular y la convirtieron en un referente de poder importante en Jujuy. Por esa razón el gobernador radical necesitaba destruirla. Si hubiera hecho la mitad de lo que hizo y se hubiera apropiado del dinero, no hubiera sido tan peligrosa para el gobernador radical.
Gerardo Morales estuvo el jueves con intendentes radicales de la provincia de Buenos Aires. Junto con Facundo Manes, son los radicales que disputan dentro de Juntos para el Cambio por la candidatura presidencial para el 2023. El gobernador ensaya un discurso moderado, que trata de posicionar al radicalismo frente a Mauricio Macri.
En simultáneo, el hombre que habla contra la grieta y los extremos, trae detrás de sí la imagen de Milagro Sala presa y humillada sólo por haber sido una dirigente social con gran poder de convocatoria. Es el moderado que pudo arrasar con el Poder Judicial de su provincia para encarcelar, mortificar y atormentar en forma cruel y persistente a la figura que representa la voz de los excluidos; es el ciudadano civilizado que no tiene piedad con los que ponen en peligro la estabilidad de un sistema injusto que se molesta por las protestas y no escucha los reclamos.
El combo del hombre moderado que habla sumado a los hechos autoritarios que lo preceden es más peligroso que el gritón desaforado de los libertarios. Aunque después se arrepintió, la sociedad de a pie que respaldó a las dictaduras y el orden de los cementerios, la que se regodeó con el prejuicio que genera odio y crueldad hacia quienes piensan diferente, constituye la piedra más pesada para arrastrar en el camino a una convivencia democrática en paz. Esa piedra está muy reflejada en la abyecta persecución contra Milagro Sala.