El tiempo, el implacable, el que pasó,
siempre una huella triste nos dejó.
Qué violento cimiento se forjó,
llevaremos sus marcas imborrables.
Poema de José Martí, hecho canción por Pablo Milanés.
Primer tiempo
Aunque ni usted ni usteda ni ustedo ni yo podamos creerlo, estimada lector, hemos llegado ya a la mitad de 2022. O sea que, a partir de ayer, comenzó el segundo semestre. ¡Alegría, alegría!
En verdad, este dato que acabo de afirmar con toda mi "certeza delirante" es relativo, como todo lo que tiene que ver con el tiempo.
Por ejemplo, si en vez de usar un reloj usáramos el cálculo de inflación para medir el tiempo, ya estaríamos a fin de año. En cambio, si tomásemos el poder adquisitivo de un salario, podríamos estar en enero de 2016 (no digo que podamos comprar lo mismo, sino que con nuestro salario actual estaríamos muy bien en ese momento).
Como sabemos, se puede viajar en el tiempo y, de hecho, desde que nacemos nos la pasamos haciéndolo, pero… siempre hacia el futuro. Y a una velocidad de un seg/seg o, si quiere, una hora/hora.
No podemos viajar a la velocidad de la luz, ni siquiera a la velocidad del aumento de la tarifa de la luz, sobre todo si usted es rico y tiene tres departamentos (póngale, de un ambiente cada uno) y no el humilde poseedor de un solo piso en Libertador. En fin. Volvamos al tiempo.
La oposición precámbrica cree estar en el 2023, o en todo caso, lo más lejos posible del período 2015-2019. Incluso pueden decir que ese momento nunca existió. Total, ya pasó.
Dijimos en esta columna que hay nostálgiques del 1983, del nefasto 1976, del '45, de 1815 (o sea, antes de declarar la Independencia) o incluso del virreinato o de 1491, un año antes de que América descubriera a Colón y, con él, las ventajas de la cultura europea, quevino a resolver problemas que jamás hubieran existido de no ser por la propia cultura europea.
Quizás le suene raro, lectore querido, que esta columna trate el tema del tiempo, pero si lo piensa un poco, está en la base de todo: la salud (tome este antibiótico cada ocho horas), el dinero (cobro tantos pesos por hora) y el amor (“necesito un tiempo para pensarlo”, extraña manera que tiene la gente de distanciarse de otra gente).
Los políticos piden tiempo: “En un par de años se van a ver los resultados”, solía decir el anillaquense más famoso mientras nos llevaba al Primer Mundo sin pasaje de regreso, lo que nos obligó a vender la bijouterie de la nona para poder retornar. Los chicos necesitan tiempo crecer y para entender este mundo que a los adultos ya nos resulta imposible. Si uno está enfermo, necesita tiempo (además del tratamiento del caso) para curase. Aprender un idioma, una ciencia, un deporte, lleva tiempo.
El amor –sí, el amor, contra lo que muches pueden pensar–, si es de verdad, necesita tiempo para poder reconocer al otro/a y que deje de ser una proyección de nosotres mismos, así lo/a podemos querer a él/ella y no a nuestra imagen reflejada en el otre.
Segundo tiempo
Las unidades de tiempo son relativas, pero nos sirven para llegar a acuerdos. Una hora, un segundo, un año, un nanosegundo. Un mes. Otras son más relativas todavía: una horita se compone de sesenta minutitos, los que a su vez tienen sesenta segunditos cada uno. Un momento son varios momentitos; un rato, varios ratitos. No sé cuántos segundos son “un instante” o “un santiamén”. Y dicen que en ciertos restaurantes si el mozo te dice “ya se la traigo”, la comida tardaría unas tres horas (u horitas), pero si te dicen “ahora se la traigo” es que no piensa traértela nunca jamás.
También hay quien usa como medida “una vida”, aunque nunca escuché decir “esto tarda unas dos vidas y media”. Y luego están los “mestres” (nada que ver con Nito): bimestre, trimestre, demuestre, etc.
Los ciclos hormonales femeninos (maso cada 28 días) y los ciclos salariales de todos los géneros (maso menos de un mes, que a veces parecen cuatro) también regulan nuestros tiempos.
Por otro lado, cada país tiene la hora que tiene, no de acuerdo a cuán lejos o cerca esté de pagar su deuda, sino por su ubicación respecto del meridiano de Greenwich, sea al este o al oeste.
Todas estas medidas son relativas y tan válidas como el “santiamén”,“la escupida de músico”, “el canto del gallo” o “lo que tarda un huevo en ponerse duro”. Algunas son más fáciles de medir que otras, y por eso se usan.
Pero –siempre hay un pero... y hay un Cleto–. Nuestro Cleto, el del voto no positivo, propuso, desde su puesto legislativo, que atrasásemos un poco. No hasta 2008, para cambiar su voto y rehacerla historia, sino… una hora. Que en vez de “menos tres” estemos en el huso “menos cuatro”. A los que ya les cuesta llegar a fin de mes, tener que bancar todo una hora más no les va a gustar nada, por supuesto.
Encima, los científicos están estudiando la posibilidad de cambiar la manera de medir el segundo. Esto nos puede complicar la vida: por ejemplo, si cada segundo pasa a durar un segundo y medio, el período presidencial vuelve a seis años (de “antes”) en vez de cuatro. Todos los récords olímpicos aumentan (por ejemplo, si era de 12 segundos los 100 metros llanos, ahora sería de 8) y los partidos de fútbol durarían 67 minutos (de los de antes) cada tiempo. Por el contrario, si cada segundo de antes ahora pasase a valer medio, elegiríamos presidente cada dos años, viviríamos el doble de años –con el mismo sueldo– y seguro que el FMI presionaría para que nos jubilásemos a los 120.
Tiempo de descuento
Mientras divagamos felices alrededor de lo inasible, y nos divertimos en este mundo cada vez más parecido a una novela de ciencia ficción (de las malas), el dólar blue sigue aumentando. Y el problema es que los morrones también.
Sugiero al lector acompañar esta columna con el video “La resistencia” de RS+ (Rudy-Sanz):