El Pacará (Enterolobium contortisiliquum), también es conocido como timbó u oreja de negro. Habita en regiones tropicales y subtropicales con clima húmedo o subhúmedo. Se trata de un árbol que en zonas selváticas desarrolla un gran porte, llegando a medir 30 metros de altura y generar una copa de gran diámetro. En Argentina habita naturalmente en Misiones, Formosa, Chaco, Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe, Salta, Jujuy, Tucumán y Catamarca, llegando a formar parte de las selvas Paranaense y de Yungas. Por sus propiedades, puede utilizarse como desinfectante o jabón.
El Pacará posee pequeñas flores blanquecinas y aromáticas que atraen muchas especies de insectos polinizadores, por lo que cumplen un rol ecológico fundamental. Además, su gran porte y su extensa ramificación permiten a muchas especies de aves anidar sobre él de forma segura. Produce un fruto, una vaina, de color negro y redondeada, similar a una oreja. Esta característica es la que le dio el nombre de oreja de negro. “En Catamarca es autóctono de los departamentos Paclín, Santa Rosa, El Alto y Ancasti, creciendo naturalmente por la franja que conforma lo que se conoce como Selva Pedemontana o Basal de Yungas”, contó a Catamarca/12 el biólogo e investigador Gonzalo Martínez.
Si bien se ha podido comprobar que la ingesta de estas vainas es tóxica para el ganado, tal parece que para animales autóctonos no lo es. Según algunos estudios, el pacará tiene una relación interespecífica con el tapir o anta, el herbívoro más grande de Sudamérica. Este gran animal puede comer las vainas sin ningún problema, siendo el principal dispersor de las semillas de este magnífico árbol; incluso logra escarificar estas semillas con su tracto digestivo, acelerando el proceso de germinación.
Martínez explica que “la extinción del tapir que tuvo lugar en Catamarca hace muchos años, sumado a la deforestación, puede haber hecho retroceder las poblaciones del pacará en su área de distribución natural. Aún así, el gran poder de germinación que poseen las semillas logra mantener una cierta población natural en las selvas del este provincial, aunque se encuentra en estado vulnerable”.
Si bien son muchos los usos que las comunidades originarias le daban al pacará, como el uso de los frutos para lavar (como jabón o desinfectante), debido al alto contenido en saponinas que posee dicha vaina, hoy en día su principal uso es ornamental o forestal, usado en parques, plazas y fincas de todo el país. Esto se debe a que es un árbol estéticamente muy bonito, con una copa “aparaguada”, un tronco recto y blanquecino, y además brinda mucha sombra en el verano.
“Por las funciones ecológicas que brinda, hacen del pacará un árbol magnífico y digno de conservar. Para ello, resulta indispensable crear áreas naturales protegidas en las regiones donde habita de forma autóctona y por qué no, pensar en que alguna vez se pueda reintroducir al tapir. Después de todo, las yungas australes también fueron su hábitat natural hasta que llegó el ser humano con su ambición de poder para extinguirlo junto al yaguareté, su depredador natural”, concluye Martínez.
La leyenda del pacará
Según la cultura guaraní (llamado por ellos Cambá Nanbi), el pacará o timbó simboliza el amor paternal.
Como la mayoría de las leyendas tiene una raíz patriarcal. La del pacará, cuenta que un famoso cacique guaraní llamado Saguáa adoraba a su hija Tacuareé.
Ella se enamoró de un cacique de una tribu lejana y abandonó a su padre, quien desesperado salió a buscarla.
En su búsqueda afronta peligros y en su desesperación por no encontrarla cree escuchar sus pasos en la selva, por lo que apoya frecuentemente el oído sobre la tierra. Ya al límite de sus fuerzas, cae rendido por la fiebre y muere con el oído pegado al suelo fértil.
Cuando tiempo después los hombres de la tribu lo encuentran, descubren que su oreja está unida a la tierra, por lo que debieron cortarla para rescatar el cuerpo.
La oreja había echado raíces y dió origen al árbol al Cambá Nanbi, característico por sus frutos en forma de oreja.