Para liderar la gestión del área económica se requiere de respaldo político y Martín Guzmán lo había perdido hace bastante. Se puede indicar que lo tenía del Presidente y que esto era suficiente. Lo hubiera sido en otro Gobierno pero éste nació de una coalición cuyos dos referentes con representación electoral le habían retirado el apoyo al ministro.
Cristina Fernández de Kirchner, quien reúne la mayoría de los votos del Frente de Todos, y Sergio Massa expresaron de diferentes maneras que querían otro ministro y con otra política económica. Alberto Fernández lo sostuvo como parte de esta interna política, como si fuera una demostración de fuerza, cuando en realidad era una pieza que lo estaba debilitando y alejando, además de por otros temas, de CFK.
Desde el primer día, la organización del área económica por parte de Alberto Fernández repitió el error de Cristina Fernández de Kirchner en la primera mitad de su segundo mandato y de Mauricio Macri a lo largo de todo su gobierno: fragmentar la gestión. CFK lo reparó cuando nombró a Axel Kicillof al frente del Palacio de Hacienda, dejando atrás al equipo de cinco: Hernán Lorenzino, Guillermo Moreno, Ricardo Echegaray, Mercedes Marcó del Pont y Kicillof.
Al concentrar la tarea en Kicillof en los dos últimos años de gobierno, abarcando todos los resortes del área económica -incluyendo la energética-, CFK logró terminar su mandato sin crisis económica como alentaban y pronosticaba la entonces oposición política y mediática junto a la secta de economistas del establishment.
Macri reprodujo el error una y otra vez durante los cuatros años de gobierno con Alfonso Prat Gay, Luis Caputo, Federico Sturzenegger, Nicolás Dujovne, Francisco Cabrera, Juan José Aranguren, Guido Sandleris, Hernán Lacunza, fragmentando la gestión económica una y otra vez, culminando, por lo tanto, en un estruendoso fracaso.
Alberto repitió la misma estrategia fallida
Alberto Fernández apostó primero a la coordinación económica, a través de la Jefatura de Gabinete con Santiago Cafiero, con un equipo de economistas que se conocían y con lazos afectivos que los unía. A ese grupo se sumó Martín Guzmán. Ellos piensan que esa forma de trabajar permitió dar respuestas inmediatas a la crisis inédita provocada por la pandemia.
Puede ser cierto esto, pero cuando la debacle económica fue contenida con una seria de medidas extraordinarias (ATP, IFE, entre otras) ya era evidente la existencia de un espacio vacío en el debate económico público que debía ser ocupado por un ministro de Economía con poder para coordinador y organizar la cuestión económica. Pero eso no ocurrió porque se mantuvo la decisión política inicial de fragmentar la gestión.
Guzmán lo reconoce ahora en su carta de renuncia, al afirmar que "desde la experiencia que he vivido, considero que será primordial que trabaje en un acuerdo político dentro de la coalición gobernante para que quien me reemplace, que tendrá por delante esta alta responsabilidad, cuente con el manejo centralizado de los instrumentos de política macroeconómica necesarios para consolidar los avances descriptos y hacer frente a los desafíos por delante".
No hubo un ministro de Economía con poder
En general, no aparecen cuestionamientos sobre las cualidades técnicas de Guzmán y no son contundentes las observaciones críticas acerca de su papel como negociador de la deuda con acreedores privados, primero, y con el Fondo Monetario Internacional, después. La clave pasa en la necesidad que tiene la economía argentina (bimonetaria y con un régimen de inflación elevada) de un ministro firme también en términos políticos para ordenar las expectativas de los agentes económicos.
Además, fundamentalmente, para ordenar el manejo de resortes claves de la política económica, como el área energética. Para ello se requiere de un ministro de Economía con poder como parte de un proyecto político cohesionado tras el objetivo de mejorar la calidad de vida de los sectores postergados.
Al comienzo del gobierno, Guzmán estaba convencido de que las diferencias al interior de la coalición se superaban dialogando con los principales referentes para alcanzar una síntesis de gestión. Quedó demostrado que esa estrategia no funcionó por más buena voluntad invertida tras ese objetivo. Las internas a cielo abierto, como la que existe en el área energética, lo fueron debilitando hasta que se volvió insostenible su continuidad en el cargo.
Cuando existe una ruptura de la confianza política entre los actores principales de una alianza gubernamental las decisiones en materia económica quedan contaminadas de esa turbulencia. Quien reemplace a Guzmán tendrá que lidiar con esta limitación, a menos que aparezca un mínimo espacio de convivencia, lo que no parece que vaya a suceder.
Game over: la negociación con el Fondo
El acuerdo con el FMI fue la última estación de las tensiones que venían de arrastre desde casi el comienzo del gobierno del Frente de Todos. Desde entonces ya no hubo marcha atrás y el deterioro de la relación ha sido constante, como así también el debilitamiento de Guzmán.
Las diferencias conceptuales y políticas que generaron la negociación y posterior acuerdo con el Fondo Monetario, el modo de refinanciación de una deuda impagable y las condiciones macroeconómicas definidas en el programa fueron el último eslabón de una cadena de desencuentros en la coalición de gobierno, que recién ahora tuvo el desenlace con la renuncia de Guzmán.
Aquí aparece el núcleo central de la controversia política alrededor de la cuestión económica. CFK está convencida de que la política económica de Guzmán es de ajuste que perjudica las condiciones materiales de su base electoral, y el ahora exministro sostiene lo opuesto.
Así lo expresó en la carta de renuncia: "Como la única forma de poder refinanciar la deuda con el FMI es con una acuerdo de programa y como Argentina no tiene los dólares para pagar semejante deuda, tuvimos que negociar un programa de políticas económicas para evitar caer en default y desestabilizar a la economía argentina. Si había default, iba a haber menos financiamiento para la Argentina, e iban a escasear más las divisas. Y cuando en la Argentina hay menos divisas, se puede producir menos, hay menos empleo y más inflación. Es decir, hay ajuste. El gran mérito del acuerdo es haber evitado cualquier ajuste, ya sea por quita de derechos a las y los trabajadores y a las y los jubilados…".
Todo mejoró menos los indicadores de inflación y salario real
De todos modos, más allá de las condiciones del acuerdo con el FMI, no es un misterio que las tensiones políticas en los gobiernos quedan al descubierto cuando existen resultados económicos malos en dos indicadores sensibles: inflación e ingresos.
Es cierto que el resto de las variables macroeconómicas exhiben una sostenida recuperación: actividad, inversión privada, empleo, exportaciones, ganancias empresarias, entre otras. De la evolución positiva de estos indicadores se aferra Guzmán para defender su gestión, y también lo hace Alberto Fernández en su enfrentamiento con Cristina.
Pero los aumentos de precios castigando la capacidad de mejorar el poder adquisitivo definen, en última instancia, la suerte de un ministro de Economía, en especial en una fuerza política que llegó al gobierno de la mano de CFK.
La tasa de inflación de junio y la que se perfila para este mes no son muy alentadoras y la meta de precios en sendero descendente, como había prometido Guzmán, no se estaría verificando. La renuncia de este sábado se estaría adelantando a una decisión futura ineludible de Alberto Fernández.
Los ingresos de los sectores populares arrastran una caída promedio del 20 por ciento en términos reales de los cuatro años de la gestión macrista-radical. Durante los dos primeros años de gobierno del Frente de Todos no hubo un mayor retroceso y sólo hubo una leve recuperación en algunas ramas, quedando atrás los trabajadores informales y los empleados públicos. Y en este tercer año todos están corriendo detrás de las subas persistentes de precios.
El riesgo de un nuevo ciclo neoliberal
Poco más de seis años de acumular deterioro en las condiciones de vida de la mayoría de la población, con una tasa de inflación muy elevada y derrota en las elecciones de medio término, constituyen la base de la actual crisis política. Ya sea por los efectos de la pandemia y del conflicto bélico en Ucrania, por las deficiencias en la gestión o por las debilidades en la construcción de una relación política entre AF y CFK, la coalición de gobierno está cruzada por internas furiosas.
Así, con una crisis política del oficialismo de magnitud, donde el Presidente y la Vicepresidenta no se hablan sino a través de cartas, tuits, mensajes vía Telegram, documentos públicos y discursos en actos proselitistas, se le agrega la carencia de una conducción unificada en el área económica.
La incomunicación entre estos dos polos, que por ahora se muestran incapaces de alcanzar una síntesis o puede ser que no sea posible hacerlo, puede derivar en un costo elevado para su propia base electoral, además de un horizonte inquietante para el entramado productivo-laboral, en caso de una eventual reedición de un nuevo ciclo de neoliberalismo a partir del 10 de diciembre de 2023.