En marzo de 1990, Astor Piazzolla ensayó una definición sobre sí ante Natalio Gorín, uno de sus biógrafos. En honor a la verdad, se dijo, se pensó, mitad angelical, mitad diabólico y “un poco mezquino”. “Hay que tener algo de todo para seguir adelante en la vida”, fue su autoveredicto. Claro que la visión era –u operaría-- en retrospectiva. Su vida llegaría al final un sábado de hace hoy justos treinta años. Un final previsible tras la trombosis cerebral que le había pegado fortísimo, a la sazón letal, en el baño de un hotel de su amada París, veintitrés meses antes.
Fueron casi dos años de un trascender feo, de una agonía en la que uno de los músicos que más miró y escuchó en el mundo musical del siglo XX, miraba sin mirar, y oía sin oír. Colapsaban así sus deseos de vivir hasta los 82, tocando el piano frente al mar, o de escribir una ópera bajo el nombre de Gardel.
El 4 de agosto de 1990, también sábado, fue el día en que el daño cerebral puso a Piazzolla en el portal del cielo --o del averno-- como si alguna deidad celestial --o infernal-- se hubiese ofendido por sus dichos ante el casete de Gorín, cinco meses antes. Tenía entonces 69 años. Era un momento bastante feliz en su trayecto. Tal vez no el más inspirado estética y musicalmente, si se compara con sus épocas como arreglador estrella de Aníbal Troilo; como exquisito compositor de tremendas gemas –la que se quiera entre “La muerte del ángel” e “Invierno porteño”--, del extraordinario Octeto Buenos Aires, o de la mítica y extraordinaria Orquesta del 46`. No era eso. Incluso estaba cansado de sus músicos, al punto que cuando colapsó se encontraba de gira por las Europas sin acompañamiento estable.
Más bien –eso era-- estaba disfrutando de las mieles de su triunfo musical y económico después de tanta lucha, y no quería lidiar con músicos, coexistencias y contratos. Por eso había viajado solito y solo con su bandoneón, y arreglado fechas con el Quartetto di Mantova, en cuyo seno activaba la violinista argentina Anahí Carfi. Tenía pensado recrear obras escritas para cuarteto de cuerdas y bandoneón, por caso, en un ciclo en Varese en que compartía cartel con Wayne Shorter, Dizzy Gillespie y Miles Davis. Entre ellas, Suite Punta del Este --bella obra que su muerte le impidió grabar--, Cinco sensaciones del tango, y Concierto para bandoneón y orquesta.
Así fueron los últimos días musicales de Astor. Hacía tres años le habían publicado The New Tango, el disco en vivo grabado con el vibrafonista Gary Burton en el Festival de Jazz de Montreaux. Hacía dos que había pasado lo mismo con Piazzolla Soundtracks y Tango apasionado, y que había grabado Concierto para bandoneón y orquesta junto a la St luke`s Orchestra dirigida por Lalo Schifrin en Nueva York, diez años después de su estreno en Buenos Aires. Y hacía uno que la emotiva banda de sonido de Sur había visto la luz, mientras en lo personal su corazón hervía por todos lados. De amor por Laura Escalada, con quien se casó en abril del 88`, aprovechando la recién sancionada Ley de Divorcio en la Argentina, por un lado. Y de dolor por otro, ya que por esos días sus médicos le hicieron un by pass que, en teoría, le garantizaría al menos diez años de vida.
Año después, fortalecido por ambas situaciones, armó el Sexteto Nuevo Tango (The New Tango Sex-Tet, disco en "cipayo") junto a Julio Pane en bandoneón, Gerardo Gandini en piano, José Bragato en violoncello, Horacio Malvicino en guitarra eléctrica y Héctor Console en contrabajo. Pane, uno de los únicos tres bandoneonistas que –a excepción de los de la orquesta, claro-- tocaron en tándem con Astor, se integró a la agrupación recomendado por Leopoldo Federico y Roberto Di Filippo, dos músicos admiradísimos por Astor. Y así lo recuerda hoy ante PáginaI12. “Un día, estando yo con la Orquesta del Tango de Buenos Aires, vino Leopoldo y me dijo `te va a llamar Astor`. Y me llamó, nomás”, evoca el maestro Pane. “Claro que para mí fue un lujo la convocatoria. De adolescente escuchaba mucho el Octeto Buenos Aires, y sentía que, por ejemplo, el arreglo de Piazzolla en ´El Marne´ de Arolas estaba en la esquina de México y Catamarca, donde vivían los De Caro, y Arolas iba a visitarlos, algo de lo que me enteré después de lo que sentí. Astor me marcó muy fuerte en lo emocional… fue el músico más grande de la segunda mitad del siglo XX en adelante, sin dudas. Era de esas mentes brillantes que aparecen una o dos veces por siglo”.
Una de las primeras acciones musicales del Sexteto fue grabar un ensayo abierto en el Club Italiano de Buenos Aires, que terminó publicado en Milán bajo el nombre de Tres Minutos con la realidad. De ella fue parte Pane. “Tuve la oportunidad de tocar `La Camorra` con el Sexteto. El tema, que quedó grabado en vivo es impresionante, es como si se te viniera un misil ruso encima. Como algo que te pega en el pecho y te preguntás ¿cómo mierda puede ser que el tipo haya compuesto esto? Yo lo tenía al lado, lo miraba, lo escuchaba y sentía que tocaba a una velocidad inimaginable… estaba en contacto con el cosmos, que es estar en contacto con el arte verdadero ¿no? Digo más, en esa época tomábamos muchos aviones, y su música parecía que estaba ahí, entre las nubes”, recuerda Pane. “Yo creo que Astor nos avivó a todos”, concluye.
Al terminar el ciclo Pane en el Sexteto, Astor convocó en su reemplazo a otro de sus "avivados": Daniel Binelli. “Astor me conoció a través de un concurso televisivo que gané a mis 16 años, y que se llamaba ´Nace una Estrella”, evoca el bandoneonista a este diario, desde Valencia, España, donde reside actualmente. “Recuerdo que en esa ocasión toqué `Picasso`, una obra de su autoría, y cuando terminó el programa me llamó para invitarme a su casa. En fin, cada vez que venía a Buenos Aires me traía un casete y nos encontrábamos, hasta que en el 89' me convocó para tocar con su Sexteto”.
El debut de Binelli en la última agrupación de Piazzolla se produjo en un concierto en Chile. Días antes del viaje, cuenta él, Bragato le entregó las partes que tenía que tocar, luego asistió a un ensayo en casa del mismo Astor y las última palabras de éste antes del debut fueron: “nos vemos en Ezeiza”. “Prácticamente no ensayamos, porque Piazzolla no creía en los ensayos”, evoca Binelli.
La idea de Astor con su nueva agrupación --vaya novedad-- era buscar un sonido nuevo. En busca de tal fin, pasó partes de violín a cello en ciertas piezas para ganar en colores melódicos, e incluyó pares suyos al bandoneón, bajo el fin de sonar como si fuera solo uno. “Yo creo que logró su cometido absolutamente”, asegura Binelli, y da sus razones: “Primero, porque incorporó a un pianista de música contemporánea y un improvisador en el estilo del jazz, como Gandini. Con su piano, él le dio otro color al Sexteto. Y segundo, porque el violoncello en lugar del violín aportó un sonido oscuro, atrayente y melancólico. Y finalmente, bueno, la participación de dos bandoneones en tándem sumó una emoción muy particular. Mi labor fue en gran parte la de ser el sostén armónico. Fue también muy interesante el sonido de los dos bandoneones al servicio de una atmosfera especial. En suma, el Sexteto fue uno de los grupos más creativos e interesantes que hizo Astor”, asegura el ex bandoneonista de Alas en cierto contrapunto con el mismo Piazzolla, que puso en duda esas valoraciones, porque creía que el grupo abusaba de los graves, y que Binelli era muy agresivo, incluso más que él.
Promediando 1989 se produjeron dos cambios nodales en el sexteto: Carlos Nozzi ingresó por Bragato en el cello, y Angel Ridolfi hizo lo propio por Console en el contrabajo. Esa formación duró hasta noviembre de 1989, fecha final del proyecto, y dejó como vestigio una grabación publicada luego como 57 minutos con la realidad. “Las grabaciones del Sexteto fueron extraordinarias. El famoso video de la BBC, primera oportunidad que se escuchaba la música de Piazzolla grabada en Londres, fue un gran éxito. También 57 minutos con la realidad, que grabamos en Alemania y fue ecualizado en Estados Unidos”, evoca Binelli, que tiene previsto viajar a Buenos Aires hacia fines de julio para estrenar una obra sinfónica dedicada a la Orquesta Nacional de Música Argentina, el miércoles 17 de agosto. “Los conciertos con el Sexteto también fueron muy disfrutables para mí porque, al estar al lado de alguien como Piazzolla, aprendí que en la música resulta fundamental dar todo de vos en cada uno de los temas. El compromiso debe ser total y absoluto… junto a él aprendí que hacer música es algo muy serio. Y que hay que estudiar continuamente con quienes saben más que uno”.
Los últimos días musicales de Astor también pasaron por la reunión cumbre con Osvaldo Pugliese del 26 de junio de 1989 en The Royal Carré Theatre Amsterdam, que desembocó en parte de la grabación del discreto Astor Piazzolla y Osvaldo Pugliese, Juntos, vol I –también conocido como Finally Together Volume I--, en el que el Sexteto convive con la Orquesta Típica del santo comunista, y donde la participación de Gandini con su puente al piano entre “La yumba” y “Adiós Nonino” es sencillamente maravillosa.
Por entonces, en el tren del disfrute citado, Astor descansaba bastante, y usualmente hacía no más de ocho conciertos por mes. Por lo demás, lo habían nombrado miembro definitivo de la Sociedad de autores y compositores de Francia (SACEM), donde se lo consideraba con sobrada justicia, claro, al nivel de Debussy y Ravel, mientras los ballets de casi todo el mundo bailaban sus músicas. Amplía Binelli al respecto: “Piazzolla tenía una luz tan potente que iluminaba a todos los que tenía a su alrededor. No enseñó desde un Conservatorio, pero sí lo hizo al mostrar su compromiso permanente con la música. Era tan grande que su sola presencia lo convertía en un gigante. La verdad es que me sigo emocionando cuando hablo de él. Y cada vez que ejecuto su música, lo tomo como un compromiso total”.
El último registro sonoro de don Pantaleón publicado en vida fue La Camorra, donde las tres partes de la pieza central grabadas por el Quinteto conviven con “Soledad”, “Fugata”, “Sur”, “Los Sueños” y “Regreso al amor”. Los dos realizados con el Sexteto --al igual que el encuentro con Pugliese-- verían la luz, en tanto, en forma póstuma: Tres minutos con la realidad, “el de Pane”, que incluía dos de las tres partes de La camorra, y una bellísima recreación de “Preludio y Fuga”. Y 57 minutos con la realidad, “el de Binelli” que, además de las únicas cuatro piezas grabadas en estudio por el grupo, incluía otras tantas tocadas en un concierto para la BBC de Londres. Es el de la extraordinaria y última versión de “Buenos Aires Hora Cero”.
Y claro, si todo estaba empezando.