Sebastián Battaglia recorre como director técnico de Boca el mismo camino que Carlos Bianchi, en la misma posición, transitó hace ya 20 años: despreciar los torneos locales con tal de conquistar la Copa Libertadores. Tiene espalda de sobra para hacerlo: Boca viene de ganar la Copa Argentina y la Copa de la Liga y sus millones de hinchas no le dirán nada si en el actual torneo, la campaña no es buena o se pierden partidos que no deberían perderse. Claro que para ello, si o si tendrá que alzar la Libertadores o por lo menos, llegar a la final. Por menos de eso, los cuestionamientos reaparecerán con fuerza renovada. Y las decisiones, tildadas en principio de lógicas e inteligentes, automáticamente pasarán a ser todo lo contrario.
La obsesión que hay en la Bombonera por volver a ser campeón de América luego de 15 años es tal que el viernes por la noche, el estadio entero cantaba "queremos la Copa" mientras en la cancha, el equipo hacía un partido impresentable ante Banfield. En otro momento, el aire hubiera sido surcado por silbidos, insultos y protestas. La Bombonera habría hablado porque de ninguna manera Boca puede jugar tan mal como lo hizo sobre todo en el primer tiempo. Pero a los hinchas (y pareció que también a muchos de los jugadores) sólo les importaba la revancha ante Corinthians. Volver a perder de local como ante Unión y sumar tres derrotas en cinco fechas, a una gran mayoría (por no decir a todos) por ahora les resulta irrelevante. Pero solamente por ahora. Mientras que la ilusión de avanzar en la Copa esté pendiente, nada será mas importante que eso.
Boca ha sido pionero en relegar los torneos locales en beneficio de la Libertadores. Antes de jugar la primera final de la Copa de 1963 ante Santos de Brasil, su técnico Adolfo Pedernera puso un equipo de suplentes ante San Lorenzo en la Bombonera y perdió 3 a 0. Las críticas por entonces fueron feroces. No se aceptaba desprestigiar así porque sí el campeonato de primera y pagarlo con derrotas. Casi sesenta años más tarde, las costumbres son otras. Los hinchas reclaman y hasta exigen rotaciones amplísimas y los técnicos no quieren correr riesgos innecesarios. Cuidan a los titulares y mandan a la cancha a los que circunstancialmente no lo son. Ganar o perder los partidos de entrecasa es lo de menos cada vez que aprieta la fiebre copera. Lo valedero es lo que pasa en la semana.
Nadie se acordará del papelón ante Banfield si Boca supera a Corinthians y pasa a los cuartos de final. En todo caso, se lo considerará un efecto no deseado. Pero no es bueno que la obsesión xeneize por volver a ganar la Libertadores impida ver lo que hay al costado del camino. Es correcto enfocarse deportiva e institucionalmente en un gran objetivo. El problema es que por pensar tanto en la Copa, los jugadores, el cuerpo técnico, los dirigentes y los hinchas de Boca parecen olvidarse de todo lo demás.