El personaje de Elisa aparece en pantalla recién durante el último tercio de Dulces sueños, el más reciente largometraje del italiano Marco Bellocchio, que tuvo su estreno el jueves pasado. Pero esa mujer interpretada por la franco-argentina Bérénice Bejo, a pesar de ser un papel secundario en términos formales, presenta un peso específico narrativo y dramático de enorme importancia. Será ella, una médica que está de guardia cuando el protagonista del film sufre un ataque de pánico, quien comenzará a sanar algunas de sus heridas espirituales y/o psicológicas, arrastradas desde la más tierna infancia como consecuencia de la imprevista muerte de su madre. “Trabajar con Bellocchio fue como encontrarme con mi propia familia, porque más allá de que vivo en Francia, mi familia es argentina, mi mamá tiene origen italiano y mi papá español”, afirma Bejo desde su país adoptivo, en comunicación exclusiva con PáginaI12. “Durante la filmación me parecía que estaba rodeada por mi entorno familiar: la manera de hablar, de gritar, de putear. Todo el mundo hablaba fuerte y se reía, comíamos juntos; algo muy familiar, que también existe en Francia, pero que de repente me pareció más cercano”.
El lugar común periodístico a la hora de hablar de la actriz se impone: Bérénice Bejo nació en Buenos Aires en 1976 (sin las tildes sobre las letras “e”), pero debió exiliarse del país tres años más tarde junto con su familia, escapando de la dictadura, para instalarse en Francia e iniciar allí una nueva vida. Su padre, el productor y realizador Miguel Bejo, dirigió dos únicas películas que nunca fueron estrenadas comercialmente, y su nombre suele relacionarse casi indefectiblemente con el de otros realizadores de su misma generación como Bebe Kamin, Julio Ludueña, Edgardo Cozarinsky y Rafael Filippelli, con quienes compartía amistad y afinidades estéticas. Esa fuerte impronta cinematográfica fue quizás – al menos, en parte– la que empujó a la joven Bérénice a interesarse en la actuación, metier que comenzó a practicar profesionalmente a mediados de los años 90. La actriz que saltó a la fama mundial con su rol de Peppy Miller en la película El artista, dirigida en 2011 por su esposo Michel Hazanavicius, habla un perfecto español porteño con un acento francés que se cuela fuertemente al pronunciar ciertas palabras o frases. Y debió practicar un italiano que no domina pero que, seguramente, su lengua materna ayudó a perfeccionar para sus líneas de diálogo en Dulces sueños. “Bellocchio tiene 75 años, pero parece un pibe de 25, es realmente increíble”, continúa la actriz. “Le encanta su trabajo y lo hace con mucho amor y respeto por el público. Siempre busca la mejor manera de contar una historia. Yo tenía mucho miedo porque no hablo italiano y con el español y el francés se me mezclaba todo. Además, agregaba escenas de un día para el otro. Nos divertimos mucho y para mí fue maravilloso que me haya dado su confianza para estar en la película; es increíble trabajar con alguien que comenzó su carrera con I pugni in tasca. Fue un rol pequeño, pero un gran encuentro con Marco y con el actor Valerio Mastandrea, que me ayudó mucho porque habla español”.
–La figura de la madre es fuerte en la cultura italiana y muy fuerte en el cine de Bellocchio. De alguna manera, su rol tiene algo de maternal, a pesar de no serlo de manera literal.
–Así es. Le dije a Marco que había matado a la madre en su primera película y en esta también (risas). Mi personaje es una suerte de mujer-madre, simpática y linda. Me reía mucho con él por ese tema, aunque no sé bien qué pasó con su mamá. Y con la religión. Sus películas están siempre llenas de niveles diferentes. Esta película es una adaptación, pero la hizo muy propia, realmente habla de él mismo, de la transformación de Italia, del periodismo. Es una película muy fuerte. Marco está en plena forma, en cuerpo y en mente. Cuando terminamos el rodaje nos agarró a Valerio y a mí y nos dijo ‘no sé si haré otra película, porque estoy viejo, pero si es así me gustaría hacerla con ustedes’. Me conmovió mucho eso, porque además es el primero en estar en el set y el último en irse a dormir. Trabaja los sábados y los domingos, todo el tiempo.
–Durante los últimos años ha trabajado junto a directores muy diversos, como Bellocchio, el iraní Asghar Farhadi (en El pasado), su propio marido en varios films, incluido el muy reciente film biográfico Le redoutable, que tiene como figura central a un Jean-Luc Godard de ficción. ¿Cuán diversas pueden ser las formas de dirigir a los actores y actrices?
–En algún punto todos hacen el mismo trabajo: el director es director y el actor es actor, así hable francés, italiano o cualquier otro idioma. Se trata de hacer una película, de contar una historia. Farhadi y Michel son de trabajar mucho la escritura y no sólo están presentes en el rodaje –obviamente– sino también durante la edición. Y además están muy atentos a todo: la cámara, el vestuario, la luz. Ambos son parecidos en el set, muy precisos y en control. En cuanto el actor llega al set, ellos son los que lo llevan por su camino. El camino lo pone el director y una como actriz tiene que encontrar su libertad allí. Es como en el caso de los bailarines, que tienen que bailar a partir de algo que ya está escrito. Al menos yo lo veo así, que me considero una intérprete. Pero Marco, que también controla todo, es un director que habilita una mayor libertad, alguien que durante las noches puede reescribir y cambiar algunas cosas, que permite una evolución constante e incluso se deja inspirar por lo que una le pueda proponer. Eso le interesa mucho. Son métodos diferentes, pero en el fondo son todos directores fuertes, con un punto de vista muy claro, aunque con métodos diferentes para llegar al destino. Joachim Lafosse, con quien trabajé recientemente en la película Después de nosotros, permitió que casi todo fuera absolutamente improvisado: los actores escribían en parte el texto y decidían dónde querían ubicarse o cómo se sentían. Michel y Asghar, en cambio, llegan y te dicen ‘bueno, vas a ir desde este lugar hasta aquel otro, te vas a llevar la mano al cabello en determinado momento, vas a bajar la cabeza y recién ahí vas a hablar’. Dan muchas indicaciones, pero de manera extraña todo te lleva a la emoción, como si fuera una pintura que ya está completa y uno tiene que buscar su libertad allí.
–Usted tuvo un fugaz paso por Hollywood hace más de quince años, cuando actuó en la película Corazón de caballero, dirigida por Brian Helgeland. ¿Se trató de un intento por iniciar una carrera allí o un trabajo circunstancial?
–No fue un intento de nada, realmente. En aquel momento estaba de novia con un norteamericano y vivía en los Estados Unidos, aunque a pesar de eso estaba comenzando a filmar bastante en Francia, con lo cual mi vida estaba llena de viajes de ida y de vuelta. Hice el casting para esa película y el director me quiso dar el rol femenino principal. Pero el estudio dijo que no porque Heath Ledger era australiano, Paul Bettany inglés y Laura Fraser escocesa y entonces, si la actriz era francesa, ya no iba a ser una película americana. Así que no se dio y me ofrecieron en cambio el rol de sirvienta. ¿Por qué no? A pesar de que en Francia estaba logrando tener roles principales, había que probar, seguramente le iba a hacer bien a mi ego. Fueron doce semanas de filmación y me gustó, me divirtió, pero no intenté realmente hacer una carrera en Hollywood. En Francia estaba despegando y era un riesgo muy grande. Ahora tengo familia, chicos e irme allá… No lo veo ni me muero de ganas. Ya estoy vieja (risas). Estoy contenta de trabajar con directores franceses, italianos y de otras nacionalidades. Y estoy segura de que dentro de poco estaré haciendo una película en Argentina.
–¿Puede contar algo sobre ese proyecto en su país de origen?
–Hay dos proyectos en proceso de escritura y espero poder hacer uno de ellos dentro de unos meses. Pero no quiero meter presión, por si llegan a leer esta entrevista. No quiero tentar a la mala suerte.
–¿Es relativamente fácil o difícil acceder a buenos papeles en Francia?
–Creo que es igual en todo el mundo, en especial cuando se habla de papeles femeninos. A veces leo muy buenos guiones, pero lamentablemente el rol está escrito para un hombre. Es como si las historias se pensaran primero, siempre, con la imagen de un hombre. No me puedo quejar, pero no hay tantos guiones realmente interesantes.
–¿Cómo sintió la recepción de Le redoutable en el Festival de Cannes, donde interpreta a la recientemente fallecida guionista y realizadora Michèle Rosier?
–Diría que la recepción fue buena en un 85 por ciento; nos fuimos de allí bastante contentos y el público creo que, en general, salió de la sala alegre. A la mayoría de los periodistas les gustó, aunque, claro, a otros no les cayó nada bien la idea de que Michel se metiera con Godard. Sobre todo, aquí en Francia. Algunos dijeron: ‘No se puede hablar así de Godard’. Creo que es una película que lo retrata de una manera muy humana, en un momento particular de su vida, y eso algunos periodistas no lo pueden ni pensar. Pero excepto ellos, creo que el resto la vio como lo que es, una comedia muy linda. Y al mismo tiempo triste, porque es la historia de un hombre que está en la cima de su vida –todo el mundo lo ama y lo idolatra– y decide cambiar radicalmente lo que hace, mandar a la mierda lo anterior. Y en ese momento, la mujer que está enamorada de él ya no encuentra a ese hombre y de a poco se deshace la pareja, como se deshace el Godard de los años 60.