Reacio a recostarse en la comodidad de la consagración después de haber ganado el Premio Nobel de Literatura 2006, el escritor turco Orhan Pamuk tardó cinco años en escribir Las noches de la peste, novela que narra las consecuencias de la peste bubónica a principios del siglo XX, e interrumpido por la pandemia de coronavirus en su empresa literaria, confirmó aquello que primero había intuido gracias a la ficción: "La negación es universal, no reconoce épocas y afecta a las personas y a los gobiernos".
Considerado un autor hábil en tender puentes intelectuales entre Oriente y Occidente, traducido a más de 70 idiomas y crítico en su rol de intelectual con Recep Tayyip Erdogan, Pamuk (Estambul, 1952) logró reconocimiento internacional gracias a la novela El astrólogo y el sultán, aunque su consagración definitiva llegó en 1998 con Me llamo Rojo, ambientada en la ciudad turca en el siglo XVI bajo el reinado del sultán Murad III. En 2006, con solo 54 años, recibió el Nobel y se propuso cumplir a rajatabla sus planes literarios: "Mi última novela la pensé por 40 años y ahora voy a escribir otra en la que estoy trabajando hace 35", cuenta.
Con ecos de Diario del año de la peste, de Daniel Defoe, y La peste, de Albert Camus, Las noches de la peste, recientemente publicada por Random House, Pamuk narra en 600 páginas y en la voz de una historiadora un relato que entrevera literatura, fábula e historia y que comienza cuando un barco comienza su viaje hacia la imaginaria isla de Minguer, en el Mediterráneo Oriental, con la misión de confirmar los rumores de que la peste azota.
Por Zoom y desde su Estambul natal, ciudad por la que se mueve con guardaespaldas desde que en 2008 fue considerado blanco posible del nacionalismo turco, Pamuk cuenta cómo se piensa como novelista, el rol creativo que le asigna a sus prejuicios y cómo su última novela lo preparó para entender el discurrir de la pandemia de coronavirus, pero también sobre el autoritarismo de los gobernantes ante ciertas crisis y el rol de Putin en la guerra en Ucrania.
-A pesar de que estudió arquitectura, usted alguna vez contó que se siente más cercano a los ingenieros civiles que hay en su familia, porque cuando escribe usa "pilares y cálculos". ¿Cuáles fueron los pilares y los cálculos que tuvo que hacer para edificar Las noches de la peste?
Orhan Pamuk: -Existe una suerte de vieja antinomia. Goethe decía que podía escribir sin plan, como si estuviera poseído por Dios. Mientras Schiller necesitaba cálculos y planes como un ingeniero. Tengo momentos de inspiración poética que aprovecho, pero la mayor parte del tiempo estoy editando, borrando, calculando y busco predecir los efectos en el lector. Entonces, en ese sentido, me siento parte de una familia de ingenieros. A veces esto se ha entendido como que escribo sin corazón, sin sentimientos, sin pasión y no es exactamente así: por supuesto que tengo un corazón y sentimientos, pero los pongo a trabajar cuando creo que vale la pena. Más allá de Las noches de la peste, en mis libros, en todos ellos, hay cierta interioridad. Pero para ser sincero creo que la mayor parte del trabajo de un novelista es planear, editar, contar palabras y pensar al mimso tiempo en la misión de cada capítulo y en el efecto total de la obra.
-¿De dónde viene su interés por las plagas?
-Creo que de muchos lugares al mismo tiempo. Me interesaron siempre mucho las cuarentas del cólera en el Medioevo y sobretodo esa tendencia de los musulmanes de no atender a las pandemias porque como la muerte venía de Dios... Otra cosa interesante que siempre me impactó es que cuando sobrevenía lo peor, la gente entraba en pánico, criticaba a los gobiernos y eso provocaba más autoritarismo desde el poder, para protegerse, pero también porque era necesario forzar las cuarentenas. Hay varias etapas: la primera es la negación y ante esto debo decir que la negación es universal, no reconoce épocas y afecta a las personas y a los gobiernos. Pero hay una paradoja: los individuos les piden a los gobiernos que frenen la peste y cuando imponen las cuarentenas, se rebelan ante ellas. Es imposible de resolver y creo que esta paradoja está en el corazón de mi novela. El estudio del tema que hice a lo largo de los años me lleva a pensar que hay una continuidad entre la enfermedad, el autoritarismo y las revueltas. Claro que encuentro diferencias, nosotros tuvimos suerte porque afrontamos el coronavirus con ciencia y educación, estamos comunicados con Internet y pudimos ver con nuestros ojos los efectos de lo que pasaba en países sin cuarentenas.
-¿Escribir sobre aquella pandemia lo ayudó, en lo personal, a atravesar la situación?
O.P: -No, pero ocurrió otra cosa. Me permitió entender y empatizar con las reacciones humanas frente a las pandemias: frustración, negación, enojo con la naturaleza o el deseo de escapar a un lugar lejano en el campo... Como un novelista, entender a las personas es parte de un gran panorama que tenía que captar que, en el caso de este libro, es la caída del Imperio Otomano.
-En la novela, usted cuenta cómo los gobernantes se vuelven más autoritarios a medida que están bajo mayor presión política. ¿Es similar a lo que está ocurriendo hoy en Rusia?
-En parte, pero no creo que Putin haya inventado esta guerra por presión interna o externa. Es más fuerte de lo que era, es agresivo y autoritario. Creo que parte de su retórica es mostrarse presionado, por la OTAN especialmente. Creo que en verdad lo que ocurre es que las naciones de la ex Unión Soviética están eligiendo valores occidentales, en un sentido amplio, y él capta cómo eso hace apagar su imperio. Ante la decadencia, inventó una guerra.
-Sultan Abülhamid II, el 34º sultán del Imperio otomano y uno de los personajes de esta novela, hablaba francés, amaba la ópera y tenía un teatro propio en el palacio. ¿Cómo explica que fuera islamista al mismo tiempo?
-Debo decirle que creo que hay un poco de prejuicio en su pregunta. Hay muchos islamistas con claros gustos occidentales que son, a la vez, profundamente religiosos; no hay contradicción en eso. Él no era cínico frente a la religión, era fuertemente religioso pero sin ser un fundamentalista. Era un positivista, creía en la ingeniería, en los doctores, en la ciencia y la industria. La diferencia es importante: un fundamentalista rechazaría la ópera porque no está en el Corán, mientras un islamista moderno, en cambio, puede disfrutar de la ópera y regir su vida por el Corán.
-¿Por qué decidió escribir la novela desde la perspectiva de una mujer?
-Bueno, por varias razones. A medida que me vuelvo viejo, me identifico más con los personajes femeninos y me interesa trabajar con esas voces. Yo no me olvido de que soy un autor de Medio Oriente y como tal, también cargo con muchos prejuicios. Entonces, este recurso literario de asumir la voz de una mujer es una forma de saltarlos. Creo que examinar nuestros prejuicios no es solo una cuestión ética, también es un desafío artístico y estético. También me ocupé de dejar en claro que no todas las mujeres atravesaron aquella pandemia de la misma forma, había grandes diferencias entre las mujeres de clase alta y baja.
-¿Cómo resultó ese desafío ético y artístico? ¿Lo logró?
-Sí. Escribir una novela es una acrobacia para salir de uno mismo y entrar en la mente de otros. Es un movimiento que hay que hacer con cuidado para que funcione, es complejo: el autor sale de sí mismo y la gente lee novelas porque disfruta de ver el mundo a través de los ojos de otros.
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