La primera vez que fui al MALBA la obra de un hombre saltando en blanco y negro me llamó la atención mientras subía las escaleras mecánicas. Tenía un poco más de dieciocho años y estudiaba arquitectura. Primero visité otras salas, supongo le resté importancia a la obra porque estaba sola en un espacio de circulación que miraba hacia la nada. Cuando me enfrenté a ella, la cédula decía: “Triunfo de la muerte (1998) Políptico de 6 piezas 6 fotografías en blanco y negro sobre papel y vidrios baleados con pistola Automática Walther P. 889 mm. Oscar Bony. Posadas, Misiones,1941”. No me acuerdo cuál fue la primera sensación al verla, pero si recuerdo quedarme paradx, como intentando descifrar algún secreto. El nombre de la obra es homónima a una pintura de Pieter Brueghel y también a una cita del poema “Augurios de inocencia” de William Blake que empieza diciendo: “Ver un mundo en un grano de arena / y un cielo en una flor silvestre / tener el infinito en la palma de tu mano / y la eternidad en una hora”. Algo de este principio puede nombrar la sensación. La eternidad en una hora.
Al ver la obra imaginaba el recorrido de la bala hacia la fotografía. La marca del impacto en los vidrios rotos. El disparo a la imagen del propio cuerpo. Siempre me llamaron la atención las huellas que dejan las acciones en las obras, como si eso acortara la distancia entre lx artistx ausente y lxs espectadorxs. Creo que por eso mi curiosidad por el arte fue a través del cuerpo, seducidx por las artes performáticas. Ahí la distancia no existe y lxs artistxs se enfrentan al público. El acontecimiento sucede o no sucede nada. El día que vi “Triunfo de la muerte” podría haber terminado el recorrido en frente de esas fotografías. Pero como buen provincianx, recorrí todo el MALBA hasta marearme como si fuera el fin de los museos.
El título de la obra refiere a otro fragmento del poema de Blake: “Quien respete la fe de un niño triunfa sobre el infierno y la muerte”. Oscar Bony había expresado en algunos ensayos su deseo de trascender a la muerte: el arte como la única forma posible. Gozaba de la fe infantil de seguir creyendo en un arte maravilloso y misterioso. La seguridad y la inocencia sobre la posibilidad de burlar a la muerte. Estoy segurx que él lo había logrado. Quizás ese era su secreto.
Luego de ver las fotografías, necesité saber más sobre este artista. Bony había filmado en los 60 hombres corriendo desnudos en un paraíso de arena en Submarino amarillo, había creado La familia obrera, había fotografiado una bragueta abierta con dos sugestivas cortinas de terciopelo verde, había hecho fotos para los discos de Los Gatos, Almendra y Manal. Discos que había escuchado en las mesas familiares los domingos antes del chamamé de mi infancia subtropical. Oscar Bony era un rockstar del arte y un chongazo de primera. Esas seis fotografías, la traición a su propio estilo y toda su libertad de lenguajes me habían hecho dudar de todo lo que me habían enseñado sobre arte. Ese día algo había cambiado en lo que pensaba sobre el (ser) y hacer(se) artista. ¿Qué era ser artistx y quiénes podían serlo? No entendía porque no había estudiado artes, qué hacía estudiando arquitectura, o si alguna vez había decidido eso.
Bony nació en Misiones igual que yo. Este dato puede sonar cursi, ya se. Pero en ese momento no lo fue para unx pibx que pensaba que no había artistxs que habían trascendido en su lugar de origen. Crecí con la idea de que ser artistx era algo que veías por la televisión y no una cosa a la que le podías poner el cuerpo. Cuando era chicx dibujaba detrás de los planos viejos de mi madre. Eran para mí espacios gigantes para ser rayados. Si te gustaba dibujar, ibas a ser arquitectx o diseñadorx gráfico o algo así.
Años más tarde, para un ejercicio de un taller de artes performáticas con Maricel Álvarez, decidí tomar “El triunfo de la muerte” como obra icónica para hacer un reenactment: una recreación de una obra pasada como estrategia artística. El objetivo consiste en volver a poner en acto una pieza para hacerla propia. Creé una acción llamada “27 aproximaciones a la muerte” (tenía 27 años). Ensayaba formas de trascender a la muerte. La acción consistía en “matar” de formas diferentes figuras de cartón mías. Cada año que pasara agregaría una aproximación y una forma de matar. Prometí hacerlo una vez al año durante el resto de mi vida, pero nunca lo cumplí. No estaba preparadx para hablar de la muerte con tanta juventud o ligereza.
Hoy pienso en esa acción como mi primera obra (aunque no creo que exista realmente tal cosa) y solo sucedió hace seis años. También como un intento desesperado por desviar mi camino, un acto de fe hacia algo que todavía no comprendía. No fui unx artistx joven, no sabía mucho de arte y nunca había hecho un solo taller de pintura realista de paisaje misionero. Pero algo del salto triunfal de Bony me hizo envalentonarme y entender que el arte no tenía que ver con otra cosa más que con las obsesiones y los deseos torcidos que uno trae consigo.
Tiempo después entendí que mi cachetada de éxtasis con la obra tuvo que ver con la complejidad de las relaciones que había creado y a la vez con la simplificación a la que había llegado. Digo simplificación no como algo negativo sino todo lo contrario: algo maravilloso y secreto como esos ejercicios de matemáticas que nos enseñaban en la escuela en donde, por arte de magia, todo se terminaba reduciendo a un número, a un gesto o a una bala.
Nico R. Sosa nació en 1989 en Posadas, Misiones. Es artista visual, gestor cultural y escenógrafx. Ha participado de muestras en el Museo Sívori, C.C. Recoleta (Bienal de Arte Joven), Premio Itaú, Premio Klemm, entre otras. Ha ganado Becas de creación en Artes Visuales (FNA) y la beca Proyecto Ballena del C.C. Kirchner por el proyecto Museo de la triple frontera. En septiembre de este año presentará su primera muestra individual en Galería Komuna (C.A.B.A.) y en octubre será parte de CURADORA Residencia.