El beso lésbico que dura menos de cuatro segundos en la película de Pixar, Lightyear, levantó un tsunami de comentarios reaccionarios y antiderechos, en su mayoría provenientes de grupos católicos y evangélicos, que pusieron el grito en el cielo con esta escena. Rasgándose las vestiduras -y las sotanas-, salieron con toda su artillería pesada para iniciar una cruzada mediática y virtual contra este estreno de Disney.
Como no podía ser de otra manera, el colectivo LGBTIQ+ demostró una vez más todo su ingenio elaborando memes virales para reírse de esta persecución encarnizada. De todas formas, en un contexto en el que estos discursos retrógrados tienen cada vez más legitimidad -sobre todo política-, no hay que ignorar esta disputa librada al grito del clásico hit ultraconservador: “¡Con mis hijos, NO!”.
Sin embargo ellos, que dicen estar preocupados por los mensajes que reciben les niñes, nunca se escandalizaron con los horrores difíciles de digerir que abundan en las películas más icónicas de Disney.
Es indudable que la filmografía clásica de esta factoría está cimentada sobre historias trágicas y perversas. La mayoría de sus protagonistas son huérfanxs que sufren la crueldad de seres malignos que los llevan al límite físico y mental en un mundo hostil. Quasimodo es torturado y humillado por sus características físicas, el novio de Pocahontas muere fusilado por un colono inglés, la Sirenita es mutilada para seducir a un hombre que conoció tres días atrás del castigo, Simba ve morir a su padre, Bambi a su madre, la mamá de Dumbo es explotada en un circo, Bella termina presa de un tremendo síndrome de Estocolmo.
A pesar de estos ejemplos de violencia explícita, estos cuentos de hadas tienen desenlaces que refuerzan lógicas heteronormativas donde el bien y el amor (tóxico) heterosexual siempre triunfan contra el mal, el desorden y la desviación. El equilibrio se reestablece a través de la fe y el amor. Las jerarquías monárquicas y la disciplina prevalecen sobre el caos. Un mensaje que, evidentemente, se alinea con las voces conservadoras.
No es casual, asimismo, que quienes representan a la maldad sin matices se orienten a identidades queer o a cuerpos que personifican la fealdad en términos canónicos. Esto último ocurre sobre todo en los personajes femeninos: las hermanastras de cenicienta, la madrastra de Blancanieves, Cruella De Vil y la bruja de La Bella durmiente y la de La Sirenita son solo algunos ejemplos de cómo Disney nos recuerda permanentemente que para ser merecedoras del amor romántico puro una tiene que ser flaca, linda, etérea, joven, femenina y delicada. Además de saber cantar en un tono agudo y comunicarse con los animales del bosque.
Sin embargo, ¿qué pasa con los “malos malísimos” masculinos? Es imposible pasar por alto cómo Disney volcó sobre ellos características queer que se fugan de la masculinidad hegemónica y conservadora establecida para los príncipes azules, que son valientes, fuertes, audaces, bondadosos y todo lo pueden, además de tener el cuerpo de una escultura griega.
Scar, el tío perverso de Simba; Hades, el dios del inframundo que persigue a Hércules; Jafar, el consejero malvado de Aladdin y hasta Radcliffe, el colono que quiere conquistar las tierras de Pocahontas encarnan todos los prejuicios socialmente instalados para con el arquetipo de la “marica mala”. Son extremadamente vanidosos, petulantes, estruendosos, exagerados, tiemblan ante el peligro, son manipuladores, envidiosos, resentidos, inadaptados sociales y tienen intereses oscuros. Además de que corporalmente son gordos o se ven flacos y débiles. El mensaje es claro: hay que desconfiar de los invertidos.
OTROS MUNDOS POSIBLES
A pesar de que los grupos evangélicos y ultracatólicos están preocupados y ocupados en prohibir “Lightyear”, se les pasó por alto que hay un sinfín de películas infantiles, sobre todo las producidas a partir de los 2000, que proponen mundos alternativos sumamente queers.
Y no solo eso: también vienen con mensajes insumisos que ponen en tensión la concepción tradicional de las familias y que giran en torno a las luchas de clases y la injusticia del sistema capitalista. Además, revalorizan la amistad por sobre el amor romántico, trabajan sobre la organización colectiva para vencer un peligro común y juegan con la idea de formar manadas interespecies a través de lazos amistosos.
En “Pollitos en fuga” (2000) un grupo de gallinas feministas e indisciplinadas se rebelan contra los dueños de una granja, donde son obligadas a poner huevos hasta que son asesinadas cuando no pueden más. Luego de tomar conciencia de su condición de clase como obreras explotadas, se organizan para elaborar un plan colectivo que las llevará a un paraíso anárquico (sin la ayuda de ningún varón que les diga qué hacer, claro).
En Antz (1998) la hormiga proletaria Z, que está harta de sus labores como el último eslabón en una organización verticalista, también sueña con una colonia utópica que opera de forma horizontal y cooperativista.
Pero elles no son lxs únicxs que se manifiestan contra la explotación capitalista. Hasta Bob Esponja está agotado de trabajar para Don Cangrejo y lo que más disfruta es compartir su tiempo con su amigo Patricio. Ambos performatean una identidad ambigua en torno a su sexualidad y no responden a cómo deben ser, en términos normativos, los personajes masculinos tradicionales. Son amables, adorables, tiernos, cometen errores y no tienen miedo de demostrar sus sentimientos.
Otro ejemplo de animales insurrectos es Madagascar. Aquí vemos cómo un grupo de personajes (una hipopótamo, una jirafa, un león y una cebra) forman una familia interespecie que rompe con el estatus quo escapando de las jaulas de un zoológico. En La Era del Hielo, a su vez, también vemos cómo una manada diversa atravesada por lazos cooperativos y amistosos se une para hacerle frente a un presente adverso.
Elsa, la protagonista de Frozen, tiene un interesante subtítulo lésbico: esta princesa, que reniega de las expectativas de género que recaen sobre ella, no está interesada en ningún hombre y se recluye en un castillo de hielo para escapar de estas imposiciones sociales. Dentro este escenario helado, donde ella se encuentra en su elemento, canta: “¡Libre soy! ¡Libre soy! No puedo ocultarlo más”. No es casualidad que Elsa se haya convertido en un símbolo queer.
Por otro lado Monsters Inc (2001) muestra cómo una corporación monstruosa y extractivista explota a los niños para producir, con sus sustos, energía para su ciudad. Al generar un vínculo empático y amoroso con una de estas víctimas, uno de los obreros, que también es sometido a esta práctica verticalista corporativa, toma conciencia de la injusticia y se rebela contra esta forma de producción generando una revuelta entre sus compañeros.
Shrek (2001), a su vez, sigue la historia de un inadaptado social que termina liderando una pueblada para derrocar a un dictador que persigue a disidentes y hasta tortura a sus presos políticos. Aunque este relato está atravesado por un arco narrativo vinculado al amor romántico, es innegable el carácter insumiso de este ogro entrañable y su amigo Burro, que se enamora de una dragona gigantesca.
En definitiva, un besito de cuatro segundos entre dos lesbianas no es mucho más disruptivo que estas historias, que proponen otros universos posibles, diversos y contestatarios, que se oponen diametralmente a los clásicos de Disney, que refuerzan lógicas disciplinantes y heterocis sexuales. Pero parece que los evangelistas y ultracatólicos no pueden ver estos matices. Mejor así.