En la sucesión de detalles el alma se revela. Como si fuera Travis, el protagonista del film Taxi Driver de Martín Scorsese, el personaje de esta historia está atado a las rutinas de una soledad que funciona como tema. El tipo es alguien que no consigue ser parte, que solo logra insertarse en la realidad más cercana desde la funcionalidad que le da su oficio de policía. Su conducta es la de alguien que mira al entorno desde afuera, que percibe todo lo que sucede como si se tratara de una masa confusa, inhabitable, un territorio que decodifica bajo su manera esquemática y simple de razonar.
El ser en cuestión está alistado en las fuerzas del orden y la estructura de la obra responde a su relato. Ese punto de vista, lejos de generar una lectura totalizadora, sirve para entender y enmarcar a este personaje pero también para tomar distancia. Su lenguaje y sus modos de asimilar y de contar lo que sucede excluyen la idea de empatía, hablan de un prototipo que no queda limitado a sus propias fórmulas sino que sirve para pensar una variable de la violencia. Un laboratorio para ver eso que llamamos machismo en partes, como fragmentos disociados que surgen bajo la apariencia y la rigidez de una unidad.
Si el personaje podría funcionar como un patrón de comportamiento, Lisandro Penelas como autor y como el ser encargado de poner el cuerpo en escena, se ocupa de crear interpretativamente sobre esta tipología para analizarla, para desentrañar la lógica de sus hábitos, las justificaciones internas, los mondos en que el personaje repasa y percibe lo que hace y lo que ocurre a su alrededor.
El tipo es una obra que podría imaginarse como un falso psicodrama. Como si un policía real hiciera el esfuerzo de reconstruir la escena que lo llevó a desear a una mujer, vigilarla, fantasear con las posibles maneras de abordarla o conquistarla y, al comprobar que era incapaz de hacerlo buscó una ocasión propicia para secuestrarla y llevársela a su casa. En el relato de alguien que se supone inocente, que no entiende el temor de la chica, que reproduce las frases de sus compañeros de armas con una ingenuidad alucinada, como si no entendiera lo que dicen, está la matriz de ese acto violento.
No hay en la actuación de Penelas una actitud crítica hacia su personaje y esta es una decisión acertada tanto del actor como de la dirección de Ana Scannapieco porque esa crítica ya está instalada en el texto, especialmente en esa mirada que no es absoluta, que no queda pegada en la literalidad del personaje sino que deja el espacio para la lectura de lxs espectadorxs. Y es justamente allí, en las discusiones que el público puede realizar a partir del desarrollo de la escena, hacia donde Scannapieco desplaza la opinión.
La puesta en escena de El tipo sabe balancear los momentos donde nos sentimos testigos a esos otros donde no podemos evitar el miedo cuando el tipo describe lo indefensa que está la chica en su negocio como si quisiera cuidarla pero nosotrxs sabemos que su palabra es el ensayo de un acto despiadado. Es en la humanidad endeble de este tipo donde se sustenta la actuación de Penelas, sin perder de vista toda la dimensión oscura y brutal de sus acciones.
Entrar en la cabeza de un violento, convivir con él durante una hora, descubrir su intimidad como si se tratara de un momento voyeurista, es un dato que despoja a la obra de una discursividad explicativa para dejar que la singularidad de la experiencia hable por sí misma. El realismo, los procedimientos de identificación en el armado actoral son las herramientas que nos permiten pensar en los elementos repetidos, pequeños, invisibles que llevan a esa escena que nunca se ve. Que el tipo no se atreva a decir lo que hizo, que se anime a contarlo todo menos el desenlace, permite confirmar que para materializar la violencia es indispensable alejar la culpa. Aquí el armado teatral nos muestra las técnicas de las que se vale para conseguirlo.
El tipo se presenta los sábados a las 20 en Moscú Teatro.