Primero una tregua y después una forma, en ese intervalo está el nervio de su mirada y la razón por la que podía pasar días y días trabajando en la composición que la llevaría a hacer una sola toma. Ruth Bernhard es la mejor fotógrafa de la forma desnuda, dijo Ansel Adams y desde que lo dijo su sentencia de oro se repite con sabor de laurel cada vez que se la presenta en sociedad.
A pesar del podio, y aunque hablar de Ruth sea hablar de la mejor entre las mejores fotógrafas de cuerpos desnudos, su nombre no luce habitual entre las celebridades de la lente. Estar ausente en el canon no es la única omisión, Instagram suele censurar algunas de sus fotografías. “Si he elegido la forma femenina en particular, es porque la belleza ha sido degradada y explotada en nuestro sensual siglo XX (…) la mujer ha sido objeto de muchas cosas sórdidas y baratas, especialmente en fotografía.”
Nació en Berlín y a los dos años dejó de ver a su mamá (creía recordar que volvió a verla a los nueve y después, una o dos veces más) y tampoco vio mucho a su papá, el famoso diseñador gráfico Lucian Bernhard, quien después del divorcio delegó el cuidado de su hija a maestras y a una segunda esposa. “Se hizo ella sola”, dicen las biografías y las memorias que recorren sus cien años de vida (murió en San Francisco unos meses después de cumplir 101).
Ruth es una mujer que se crio a sí misma en compañía de la luz, su inspiración y su pincel: “mi búsqueda, a través de la magia de la luz y de la sombra, es aislar, simplificar y dar énfasis a la forma con la mayor claridad (…) la luz es la verdadera maestra". En 1927 vivió un tiempo con su papá a New York (él ya estaba allá), fue asistente de cuarto oscuro, se compró su primera cámara (una 8X10) y descubrió los rincones del Village.
Tres años después creó Salvavidas, -una escena de pastillas redondas con un agujero en el centro que dominan perpendicularmente una superficie plana- y en 1934 hizo fotos para el catálogo del Museo de Arte Moderno. Fue entonces que creó Embrión, su primera foto publicada de un desnudo. Ruth estaba en el estudio fotografiando grandes cuencos de metal (para la cocina de un hotel) cuando se le ocurrió que una amiga bailarina (que acababa de entrar al estudio) se sacara la ropa y se metiera adentro.
El cuerpo de la modelo imprevista contorsionado entre las rendijas de las sombras dispuesto a sumergirse en el aire, como si el aire fuera agua, se convirtió en una de sus fotos más celebradas. Muchos años después repetiría el juego funámbulo de armónicos recónditos con una modelo (esta vez con una caja) creando tal vez su foto más famosa: In the box-horizontal. En 1935 conoció a Edward Weston en la playa, en Santa Mónica, "fue un rayo en la oscuridad (…) un artista intensamente vital cuyo medio era la fotografía”.
Después de aquel rayo, Ruth -que formó parte del f/64- se adelantó a todo. Lo que iba a ocurrir en los años setenta, ella ya lo estaba haciendo cuarenta años antes. Se enamoró de la artista y diseñadora, Eveline Phimister, vivieron juntas más de diez años, y también de un coronel de la Fuerza Aérea: “permití que la vida me diera regalos y todo ocurrió más o menos como se suponía que debía ocurrir”. Además de honrar la pertinencia del azar le gustaba pensar que las preguntas vivían en las plantas y por eso se soñaba a sí misma como una semilla (igual que Sofie, la protagonista de Amor y anarquía).
Les enseñó
a sus alumnos la importancia de reconocer la diferencia entre el ojo propio y
el impersonal de la lente elegida y, con una elegancia difícil de encontrar detrás
de una cámara, supo deshilvanar temores de piel y descifrar el fulgor que
proyectaba una foto suya jovencita (se la había sacado Edward Weston) pegada en la puerta de su heladera.