“¿Por qué razón representar a mujeres junto a la ventana ha interesado al arte durante siglos y siglos, desde la Antigüedad hasta nuestros días?”, se interrogan desde las filas de la Dulwich Picture Gallery, al sur de Londres, donde han montado una gran exposición a los fines de despejar la incógnita. En Reframed: The Woman in the Window, muestra en curso hasta septiembre, se explora este tropo clásico, recurrente en la historia del arte; demasiado frecuente para resultar una mera casualidad, según destaca la historiadora Jennifer Sliwka, curadora de una exposición que propone una recorrida por más de 50 obras de los últimos 3 mil años.
Consistentemente elogiada por la crítica especializada, la exhibición enmarca un tema que se revela apasionante, y que habla sobre la experiencia de ser y ser vista. También bebe del enigma: ¿qué observan estas figuras femeninas? ¿Es el público testigo o voyeur?, ¿está involucrado en la narrativa cuando la mujer sostiene la mirada? Y siguen las intrigas: ¿están protegidas las mujeres por permanecer adentro, aisladas de un afuera potencialmente hostil?, ¿o están enclaustradas en contra de su voluntad? El tropo, acorde a Sliwka, “entrelaza cuestiones de género, de identidad y de visibilidad”, variando las interpretaciones según las épocas y según las geografías, porque a decir de Jessica “la mujer se convierte aquí en un lienzo sobre el que proyectar unos ideales y una moral que dicen mucho sobre las preocupaciones de cada sociedad en particular”.
Da un ejemplo ilustrativo, a partir de notable contraste; a saber… En Muchacha leyendo una carta (1657-1659), el maestro holandés Vermeer retrata a una joven que repasa absorta las líneas de una epístola amorosa frente a la ventana de su cuarto, iluminada por los rayos del sol. Woman Reading Possession Order, fotografía laureada del inglés Tom Hunter, de 1997, emula esta composición pero le da un giro: la mujer que aquí lee, una joven madre llamada Filipa, tiene en sus manos… una orden de desalojo.
Un marco dentro de un marco
“La idea es ofrecer algunos elementos para que la gente note que artistas han tomado el dispositivo ‘ventana’ como una especie de portal entre dos reinos: el real y el imaginario, el sagrado y el profano, el de esta vida y el más allá, el público y el privado”, aclara Sliwka, que si bien abona a la multiplicidad de lecturas, sugiere algunos escenarios históricos que saltan a la vista. Entre ellos, el de la mujer confinada y controlada que anhela un afuera que no le está permitido; el de la mujer que es condenada cuando se muestra “impúdicamente” en este espacio ambiguo, semipúblico; el de la mujer cosificada que, cual objeto sexual recatado, de belleza idealizada, es mostrada exclusivamente para disfrute de la platea masculina.
Así lo advierte la crítica española Isabel Gómez Melenchón que, un comentario para el rotativo La Vanguardia, anota que “la posibilidad de que la ventana en lugar de contener dentro de unos límites proporcionara una apertura al exterior, dando pie a la ‘lujuria de los ojos’, se convirtió en una obsesión para las autoridades eclesiásticas de la Edad Media”. Suma además esta especialista que “la mujer debía permanecer en el espacio doméstico, como ‘un clavo en la pared’, pero no solo eso: debía dedicarse a los trabajos del hogar y dejarse de distracciones; las pinturas flamencas, neerlandesas o alemanas se ajustan a ese ideario a partir de mediados del siglo XVI”.
Y es que, durante mucho tiempo, mirar por estas aperturas -que dejaban pasar luz y aire fresco- fue una actividad asociada al ocio; también a la ostentación de belleza y de opulencia. Y por tanto, sufrió -como no- la condena, entendido como gesto exhibicionista y de holgazanería femenina. Pese a las admoniciones moralistas, recalca I.G.M., la mujer en la ventana se consolidó como un motivo en el arte, generando además una simbología propia, pletórica de jaulas, pájaros, peceras, cortinados…
El puntapié inicial
Revela la curadora Sliwka -experta en pintura barroca- que la piedra angular de la exposición es Muchacha en la ventana, de 1645, obra maestra de Rembrandt, “a quien suele endilgársele la invención o -más no fuera- la innovación del motivo ‘mujer en la ventana’. Una afirmación errónea porque, mucho antes del Siglo de Oro neerlandés, ya había artistas que exploraban este tópico, como deja en evidencia esta muestra”. En la citada pieza, siguiendo la tradición del trampantojo, la joven apoyada en el alféizar parece salirse del marco y mira al espectador mientras juguetea tímidamente con un cordón dorado. Una imagen que ha encandilado durante siglos y que asimismo ha frustrado a críticos que -en vano- han tratado de dilucidar la identidad de la chica: ¿la amante de Rembrandt?, ¿una cortesana?, ¿su sirvienta?, ¿una figura alegórica, bíblica…?
Poco interesa en Reframed, que prefiere detenerse en qué hay detrás del motivo y por qué ha sido tan perdurable. De hecho, la muestra viaja tan lejos hacia atrás como le es posible; por caso, exponiendo una talla fenicia en mármol del 900 a.C. de una ¿esclava sexual?, ¿diosa de la fertilidad? que observa de frente desde su -ajá- ventana. También se presenta una vasija otrora utilizada para mezclar vino y agua en simposios griegos, que data del año 360 a.C., pintada con una escena “cómica”: la de un varón que escala una fachada tratando de llegar al cuarto de una hetaira, que desde su ventana se asoma.
Una de las piezas más conmovedoras, acorde a la crítica en tema, es un busto medieval del siglo XV, que un empático artista anónimo francés tallara en piedra caliza. Saint Avia (The Jailed Woman) representa a esta santa y mártir cristiana del siglo III tras las rejas, apresada por negarle su mano a un pretendiente. Decidida esta virginal muchacha a consagrar su vida a Dios, la bella y afligida Avoye -como le llaman en tierras galas- apoya la cabeza en los barrotes de su fría y solitaria celda con expresión de palpable congoja, acaso a la espera de un milagro (que acaece al tiempo, según la leyenda: privada de su libertad y de alimentos, la dama recibiría visitas semanales de la Virgen María que, en sus apariciones, le arrimaba manjares divinos, amasados por los mismos ángeles).
Un símbolo atrayente
“Una ventana es un símbolo bastante irresistible: refiere a la luz y a la oscuridad; a la apertura, al cerramiento; a la libertad, a la prisión; a nuevos horizontes, a confinamiento. Puede significar marco, prisión, seguridad, oportunidades. Y a veces, una ventana es solo una ventana, por más tentadas que estemos a sobreanalizarla”, señala Tracy Chevalier, exitosa autora de novelas históricas, que visitó Reframed y salió encantada por una recorrida por el tropo pictórico a partir de: cerámica mediterránea del siglo IV a.C., obras de Botticelli, Raphael y el citado Rembrandt, de Sickert y Picasso, de Howard Hodgkin y David Hockney, etcétera.
Por supuesto, también hay artistas femeninas que trabajaron el tema. Entre ellas, la pintora inglesa Vanessa Bell, hermana de Virginia Woolf e integrante del Círculo de Bloomsbury, que se hace presente en Reframed con el cuadro Woman in a Red Hat, de 1915, “donde una mujer nos mira con la boca fruncida; en apariencia, molesta porque la interrumpamos”. Otras lecturas apuntan a que el gesto adusto de la dama responde a una preocupación un cachito más grave: que la paz en su casa de la campiña, donde permanece a resguardo, se vea interrumpida por los horríficos avances de la Primera Guerra Mundial.
Asimismo, hay tocantes piezas de la artista británica Isabel Codrington (en The Kitchen, de 1927, pinta a una muchacha de espaldas que pausa sus labores domésticas para mirar, con nostalgia y anhelo, el afuera); y más cerca en el calendario, de la díscola Cindy Sherman; de Rachel Whiteread (quien, por cierto, fuera la primera mujer en ganar el premio Turner, en los 90s)... Se exhibe también My Blue Sky, de la gran Louise Bourgeois, una acuarela donde el paisaje son formas insinuantes, carnosas, femeninas; y que, encantadoramente, tiene atípico marco: la ventana real del hogar de Manhattan de Louise, del apartamento donde pasó sus últimos años de vida.
Además, Reframed expone un trabajo de Marina Abramović, Role Exchange: díptico fotográfico que documenta su homónima performance de 1975, donde intercambia roles con una trabajadora sexual de la Zona Roja de Ámsterdam por varias horas, y cada cual es retratada en su nuevo papel (la prostituta, a través de la vitrina de la galería; Abramović, del burdel). Y de este último par de años, fotografías que refieren a la pandemia, donde las ventanas preservaron de la peste y fueron una de las pocas conexiones con el exterior durante el confinamiento, mientras pesaba el peligro incierto.