“Intimidad” es una de las series en streaming más exitosas del último tiempo, una de la más vista de habla hispana en cantidades de países y con millones de horas de visionado. Su atractivo tiene la actualidad de la pornovenganza: una filtración de videos o publicación de imágenes eróticas no consentidas que padecen dos mujeres. Está basada en hechos reales. Por un lado, una candidata a la alcaldía que intenta continuar su carrera política frente a su partido que le sugiere que dimita, y por otro, a una mujer trabajadora que al sentirse avergonzada frente a sus compañeros y compañeras laborales no denuncia lo ocurrido y se suicida; su hermana va en busca de lo que pasó. Se trata de un asunto donde se visualiza la raíz patriarcal, vengativa, falocéntrica de la sociedad en las cuales son mujeres las que deben luchar contra delitos que se cometen contra ellas.
Diferentes países están incluyendo en sus códigos penales a estas publicaciones de videos o fotos de contenido sexual o erótico no consentidas de personas en las diferentes redes. La legislación civil argentina cubre este tipo de hechos ilícitos, no así la penal, lo que deja un vacío para lo cual este tipo de prácticas deben ser canalizadas por la vía de los delitos contra los derechos intelectuales, de las injurias, por hostigamiento o chantaje, lo que hace que cada caso se deba tomar particularmente para comprobar que dichos delitos fueron cometidos y darle el respectivo tratamiento.
Investigaciones en Estados Unidos sostienen que el 5 por ciento de la población ha padecido este tipo de venganza. No existen en Argentina estudios confiables, pero la intimidad publicada sin consentimiento es un clásico dentro de dos rubros: el descrédito político y las comidillas de rumores de infidelidades, venganzas y chantajes en el ambiente del jet set.
La pornovenganza ha tenido un especial auge por la facilidad de filmar y sacar fotos y sobre todo por la circulación en redes sociales que se viraliza en segundos, con un poder destructivo irreparable para quien es su víctima. Esas venganzas se hacen aparentemente “en caliente”, pero sus efectos no amainan cuando la cosa se va enfriando, al contrario, se vuelve un hecho sin retorno. La pornovenganza vuelve público algo que aconteció en el plano de la intimidad pero al igual que una escena de abuso, cierra esa escena y ése que se vengó queda marcado también por lo que no se olvida, imborrable en la memoria. Pero más que el victimario, se padece la infinitización que producen las redes pues será muy difícil que ese material deje de estar ahí, que sea “reencontrado”.
Dentro de los sitios de pornografía es un género muy buscado, y muchas páginas aceptan y publican estos videos no consentidos con filmaciones caseras que no permiten distinguir las caras. Otros videos son “artificiales”, tienen el tópico de una mujer que descubre una infidelidad y le devuelve la afrenta “con la misma moneda” a su pareja pero haciéndolo testigo. Así la venganza nunca es como se podría pensar en primera instancia como la ley del talión, “ojo por ojo, diente por diente”, la venganza no es lo mismo de lo que se padeció.
El asunto es reflexionar acerca de la venganza, que hunde sus raíces (y el debate que conlleva) en los comienzos de la humanidad. En la Biblia, por ejemplo, aparece esa disputa, y no es un asunto menor, cuando se habla del “ojo por ojo, diente por diente”, en el Éxodo 21: 24, el pasaje donde Dios le revela a Moisés algunas leyes para transmitirle al resto del pueblo. Luego, estas leyes cambiaron con la llegada de Jesús y de la Nueva Alianza, en el libro de Mateo 5:38: “Habéis oído que se dijo: ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: no resistáis al que es malo; antes bien, a cualquiera que te abofetee en la mejilla derecha, vuélvele también la otra”.
Este tema de la otra mejilla ha tenido diversas interpretaciones, algunos la han ubicado como una renuncia a la lucha, a la pasividad para enfrentar las injusticias, pero Jesús la contrapone con la ley vengativa del Talión. Es un debate que excede este espacio, pero Gandhi afirmó: “si seguimos el ojo por ojo, el mundo acabara ciego”. Jesús y Gandhi podrían estar revelando que la justicia humana no podría manejarse ni por la venganza ni por darle al victimario exactamente lo mismo que hizo padecer, no hay correspondencia entre víctima y victimario, por eso la “no venganza” frente a un victimario podría tener un sesgo revolucionario.
Se dice que la venganza ciega al ser humano. Es lo que se trató de evitar con los juicios por verdad, memoria y justica en Argentina. Por eso, llevar a los genocidas a la justicia civil, hecho inédito en el mundo, es no dejarse llevar por el revanchismo. En la película El secreto de sus ojos, aparece la posición contraria: venganza por mano propia. Morales mantiene al asesino también genocida preso en una cárcel privada por veinticinco años, y con un detalle de crueldad: sin hablarle en todo ese tiempo. La venganza, dicen, es una mala fotocopia de la justicia.
Otra vertiente ubica a la venganza del lado de lo dulce. Esta posición deja en claro que se trata de algo primario, del gusto. Freud ubica al duelo patológico en ese registro, sostiene que el duelo que no tiene final (lo escribe en varios textos pero sobre todo en “la transitoriedad” (1915)) tiene relación con la pérdida del gusto y la falta del disfrute de la vida. La venganza nunca es satisfactoria salvo si es absoluta, y por tanto acaba con la vida; al vengativo lo relaciona con un duelo que no tiene final, algo traumático que se repite más allá del paso del tiempo, con lo interminable. Lacan ubica a la venganza en las grietas del narcisismo, ubicando a ese objeto viscoso que no es el objeto de esa retaliación y que “conforma” en tanto causa a ese vengativo narcisismo.
No existe otra palabra-concepto que tenga tantas frases famosas (quizás sí el amor), una de ellas es “la venganza es un plato que se come frío” que apareció por primera vez en un libro publicado en 1782: Las amistades peligrosas (Les Liaisons dangereuses, título a veces traducido con mayor propiedad por “Las relaciones peligrosas”), una famosa novela epistolar escrita por Pierre Choderlos de Laclos. Obra maestra de la literatura francesa del siglo XVIII, fue prácticamente olvidada a lo largo de todo el siglo XIX, antes de ser redescubierta a principios del XX. Si el dolor sentido fue mucho, la venganza debería agregar esa planificación, ese plus de crueldad, que se detiene en pensar dónde y cómo hacer doler más.
Un enorme buceador literario de la venganza fue Edgar Allan Poe, en varios de sus cuentos pero en “El barril de amontillado” demuestra una maestría espeluznante. Fortunato, al que las repetidas libaciones han borrado toda desconfianza, ha sido conducido por Montresor a una catacumba donde jamás podría ser encontrado. Antes de darse cuenta es atado al muro, primero cree que se trata de una broma pero Montresor, sin responderle una palabra (como el personaje de Morales frente al asesino Gómez) pone manos a la obra y, valiéndose de piedras de construcción preparadas de antemano, comienza a tapiar aquella especie de nicho. Fortunato comprende y siente el “frío” terror de la venganza perfecta, no hay vuelta atrás, morirá enterrado vivo y nunca será encontrado.
La venganza es un sentimiento humano primario que se relaciona con la justicia, con el duelo, con la crueldad, la pregunta es cómo ha cambiado la forma de las venganzas en el tiempo de las redes sociales donde el halo de anonimato tiene el mismo efecto que busca Montresor, que nunca se sepa de dónde salió y cuáles son sus repercusiones. La venganza viral esconde al abusador, que no es más que otra forma de hablar de un victimario pero achatado, horizontalizado por la viralización. Y la víctima, que supuestamente hizo un mal primero, rápidamente se desentiende de quién fue el que tiró la primera piedra y quiera evitar que esas imágenes no consentidas se viralicen, pero las redes tienen mecha corta, explotan rápido y cada persona funciona como una antena de viralización y se prende como un fósforo. Y como acontece en la serie “Intimidad”, todos y todas conocen ese video porque han sido “cómplices” de haberlo compartido, y muchas/os comiencen a mirar a la víctima como si ellos también se estuvieran vengando, como si la venganza también tuviera esa cualidad de contagiosidad.
* Martín Smud es psicoanalista y escritor.