"Quiero arder, quiero arder, en el espejo de tu alma me quiero ver”, canta Julieta Laso al inicio de Cabeza Negra, su nuevo disco editado por el selo Ultrapop. Su canto es singular, dramático, vagamente coloquial, como una conversación desgarrada. La canción se llama “Pregón” y es la única entre las doce de Cabeza Negra que ella escribió “una noche, muy tarde o muy temprano según se mire”, cuenta.
Ese fuego abre paso a un trabajo conceptual que marca un punto de quiebre con la discografía anterior de la artista, sumergiéndose en composiciones mestizas donde conviven la copla y el tango, las músicas del monte y del arrabal. Si bien esto es algo que Laso ya había experimentado en sus discos anteriores, hay novedades. Por ejemplo, una orquesta con cuatro bandoneones al frente que grabó en vivo cada tema y un repertorio ecléctico con reversiones que van al hueso.
Ahí emergen aportes del cancionero más clásico a cargo de Violeta Parra, Alfredo Zitarrosa e incluso Horacio Guarany, que echan chispas al entrar en contacto con la contemporaneidad de Fito Páez, Palo Pandolfo o Tomi Lebrero. Despojada de todo sentimentalismo, capaz de convertir estas historias de amor malogrado en pregunta política sobre quienes son empujadxs a la periferia, Laso se adentra en la espesura más íntima. Y vuelve de esa zona rotunda con estas interpretaciones que brillan como sangre fresca bajo la luna.
“El disco es particularmente audaz porque la formación es atípica. No es común armar una orquesta de cuatro bandoneones, sumar otros instrumentos como un contrabajo y sobre todo, una caja norteña… Entonces los arreglos también aportan sus particularidades y toda la música va dialogando entre sí, retroalimentándose, creando un clima oscuro que me encanta”, dice Julieta.
¿Ese diálogo también repercute en el uso de tu voz?
–Sí, empezando por la exploración que se establece con el bandoneón, un instrumento polifacético como la voz misma. Imaginate qué pasa si a eso lo multiplicás por cuatro, Además el sonido está trabajado para crear distorsiones y efectos enrarecidos. Cabeza Negra tiene rabia y también tiene un gesto rockero aunque no es rock. Y es trágico, re trágico, con canciones de amores que no resultan, mujeres empujadas a los bordes, fantasmas que dejan huella… Pero aún así, el disco va para adelante: no le teme a la profundidad.
Julieta transmite su entusiasmo una tarde luminosa de invierno mientras el sol entra por la ventana y rebota contra los pisos de madera de su departamento en Villa Crespo. Vestida con un buzo amplio y negro sobre su cuerpo espigado y menudo, ella sirve café. Mientras tanto, habla con suavidad sobre el disco y sus búsquedas estéticas, sobre su amistad con músicxs urbanos y monteses en ese tránsito entre Salta y Buenos Aires que viene experimentando desde que se mudó al norte al comienzo de la pandemia. Fue un movimiento que hizo con su pareja, la multipremiada directora de cine Lucrecia Martel, de origen salteño.
Además, viene de presentar el nuevo disco en Montevideo, donde actuó como solista por primera vez. Y, tras un fogueo en el Margarita Xirgu el mes pasado, ahora llegan dos fechas (hoy y el viernes 15) en el Club Atlético Fernández Fierro. Un espacio entrañable para Laso, que se reinventó como actriz al devenir cantante de la Orquesta Fernández Fierro, esa banda flamígera que se sumó a la reinvención del tango en clave de rock mestizo, artífice de su propio club de música ubicado en el Abasto. Esto ocurrió entre 2013 y 2018. Antes, en 2010, ella había lanzado su primer disco solista, Tango Rante, en el que interpretaba clásicos del tango y la milonga.
La presencia de Yuri Venturín, arreglador y director musical de Cabeza Negra, enlaza aquellos días con el presente. El músico, también contrabajista histórico de la Fernández Fierro, fue quien descubrió a Julieta casi por accidente mientras ella cantaba en su casa de entonces. Venturín, que iba a visitar su novia, escuchó aquella voz como venida de otro tiempo, que se abría paso sobre el pasillo de casas comunes en ese pequeño complejo de Parque Chacabuco. Así es como Julieta se sumó como cantora de la Fernández Fierro en reemplazo de Walter “Chino” Laborde. Por esas casualidades, Venturín devino en estos días en el nuevo frontman de la Orquesta, como las vueltas de un símbolo infinito.
“Hace unos años, cuando con Yuri nos despedimos porque yo me iba a vivir a Salta y emprendía mi camino solista, prometimos hacer algo juntos más adelante. En 2021 sentí que había llegado la hora. Lo llamé y empezamos. Yuri me propuso una formación muy particular, de cuatro bandoneones y contrabajo, como te dije antes, y agregó el bombo y la caja cuando empezamos a ensayar”, continúa Julieta. “Fue un gran cambio. Empecemos por el hecho de que cambié el equipo de trabajo con el que había grabado Martingala y La caldera, mis discos anteriores. Es gente maravillosa, obvio, pero necesitaba otro enfoque en mi trabajo. Sabía que con Yuri iba a salir algo oscuro, trágico y es eso lo que estaba buscando. Además, él es fundamental en mi desarrollo porque es quien me llamó para la Fierro. Así que está siendo emotivo volver a trabajar juntos, salir de gira, ver cómo suena el disco en vivo”.
Me contabas que Cabeza Negra se gestó en un momento muy particular de tu vida como es tu mudanza a Salta.
–Dejé la Orquesta con ese plan, que se fue posponiendo. Hasta que llegó la pandemia y con Lucrecia dijimos “nos vamos”. Yo soy re urbana, viví toda mi vida en Buenos Aires así que sigo en estado de cambio, de acostumbrarme a un paisaje y una vida que no tienen nada que ver con esto. Salta me encanta. Allá nos estuvimos haciendo una casita bastante cerca de Salta capital, pero ya en pleno monte. Ha sido un proceso lento. Y eso también te modifica la cabeza y el acelere. Así que venía acá, grabábamos dos temas, volvía y grabábamos otros dos temas más… A esa lentitud necesaria se le sumaron los ensayos, que fueron un montón. Porque estábamos todos los músicos juntos en el estudio y al ser un disco orquestado, la voz necesita acoplarse de una manera particular, sutil para que suene todo al unísono.
¿Cómo fue la selección de canciones?
–Empezamos a buscar canciones nuevas y otras que escuchábamos en la infancia, desde esa versión desgarrada de “Llámame cuando amanezca”, que compusieron Guarany y Tormenta hasta búsquedas más actuales que vienen del tango y que no, como “Fuga de ausencia”, de Alejandro Guyot, ex 34 Puñaladas, o “Ejercicio”, de Mocchi, músico(a) de apenas 32 años que tiene versos de una madurez increíble como “me endurecí, fui parte de mi infierno/planté cuarenta flores para el sol/me despojé de todo lo que siento/lo puse casi todo en la canción”. Según dice Yuri, él eligió canciones que se parecen a mí. Yo elijo las canciones que me liberan de mí. Quizás es lo mismo. La música, el canto, me ayudó a reconciliarme conmigo, y con las personas.
¿En qué sentido?
–Yo de chica me frotaba la piel porque pensaba que estaba manchada. Me peleaba con lo crespo de mi melena mestiza. Pero cuando canto, voy derecho para ese lado. Canto a esas manchas que por suerte no se borran. Ahí también hay una decisión vinculada al nombre del disco: yo soy parte de esa negrura que menciono. Y antes de interpretar las canciones, las miro con detenimiento, las anoto en los costados, indago cómo puedo decir yo lo que está escrito, busco la poesía en versos no lineales. Por ahí están hablando de amor y yo las pienso más desde un gobierno o un país. Las canciones de Cabeza Negra tienen mucho contenido político y voy descubriendo cómo se resignifican cuando las hago en vivo. Para concentrarme, para entender eso que voy a decir, trabajo con imágenes y pienso “¿a quién le estoy cantando en esta canción?”
¿Y qué te respondés?
–Pienso que le canto a personas desesperadas.
Del folklore al tango, de la milonga al gesto rocker
El sonido un poco distorsionado de los fueyes pone a este disco en una zona propia y extraña. Drama telúrico. Misa pagana. Arrabal con cabeza bifronte que de a ratos parece hundirse en el cemento compacto en el borde de las ciudades y que luego se escapa al barro fresco de un matorral. En Cabeza Negra hay voces de folklore, de tango, de milonga y de baguala. Todas confluyen en una sonoridad que lleva la marca mistonga de Laso, capaz de cantar eso que canta y llenarlo de nuevos sentidos. El bandoneón se transforma en piedra de toque, en referencia que resplandece con toda su potencia sonora. No es extraño, entonces, que el arte de tapa del disco –a cargo de Alejandro Ros– rinda tributo a este diálogo donde los sonidos son lo que son y además, otra cosa. Allí, Julieta lleva un tocado negro como un fueye enrevesado que se apropia de casi todo el plano disponible, con su textura mineral como de roca o de osamenta.
“Sí, el tocado es sensacional. Y lo más increíble es que está hecho con tubos de ventilación para aire acondicionado”, revela Julieta y empieza a reírse. La artífice de la pieza es Katrina Raissa. Oriunda de Jujuy, esta drag es experta en vestuario y maquillaje. Y devino leyenda regional luego de ganar el concurso televisivo “Juego de reinas” que premia a la mejor drag queen y que, por su éxito, ya tiene segunda temporada.
“Salta y la zona aledaña son muy conservadoras. Y sin embargo, tienen una comunidad trans muy grande. Después de hacerme fan de “Juego de reinas”, un programa sin dudas muy raro para la televisión salteña, conocí a la conductora, Mística Rich, y a Katrina. Con Alejandro terminamos yendo a Palpalá, donde ella vive, a buscar el tocado que ves en la tapa”, dice Julieta. También cuenta que ella, Lucrecia y la actriz Valeria Bertucelli (que justo estaba de visita) han sido juradas en esta nueva temporada del show. “De hecho, las tres estuvimos hace poco en el set de filmación, completamente montadas como cholas”, remata Julieta entre risas y aclara, para desazón de cualquier groupie, que “todavía ese programa no se emitió así que esas imágenes por ahora no se consiguen en ningún lado”. Luego se pone seria y observa: “Por supuesto, tratándose de drags, todo es brillo y color. Pero cuando estas chicas empiezan a contar sus historias de discriminación y tristeza y pobreza, ves cuánto falta para que tengamos un país no solo federal sino además realmente abierto a todas las identidades, que trascienda este momento de corrección política que muchas veces es apenas corrección pour la galerie”.
Cabeza Negra busca ser espejo en donde se miren las almas desclasadas, muchas de las cuales Julieta ha ido encontrando en su camino. Martel, en un texto que acompaña el disco, lo explica así: “Cabeza Negra en cada canción suplica, no con sumisión, porque el sonido del disco es una amenaza. Es la liturgia de escuchar canciones de protesta, como si fueran de amor. Es una súplica gritada desde algún balcón desvencijado de Buenos Aires. En un barrio de la zona sur. Desde un puente sobre la autopista Ricchieri. No es un disco exactamente urbano. Es el arrabal de este continente. Buenos Aires creció con gente huyendo de la pobreza, migraciones internas y de países vecinos. En sus barrios se cruzan todas las tradiciones musicales de este continente. La ciudad no mira al río marrón, tampoco acepta su destino de toldería”.
Julieta enfatiza: “Llamé al disco como el país que me identifica a mí. Antes de mudarme, ya era consciente de la burbuja que es Buenos Aires pero cuando te vas un poco, te abruma que todo ronde en torno a esta ciudad siendo tan rico y diverso lo que pasa afuera. Argentina se sigue considerando blanca, enraizada en esta zona. A tal punto que allá ves los carteles turísticos que dicen ‘Disfrute Salta’ con unas rubias que decís ‘bueno qué pasa’. Cuánto racismo hay en este país y qué racismo peligroso es porque está tapado”. Después cuenta que para Cabeza Negra volvió además a ciertas fuentes bibliográficas, como el poeta y político francés Aimé Cesarie, defensor de la negritud, o Frantz Fanon, el mismo que a mediados del siglo pasado dijo “en una cultura con racismo, el racista es normal”.
En 2021, Julieta estaba preparando un importante show que a último momento fue cancelado. Pero si la montaña no fue a ella, entonces ella fue a la montaña. Así nació Terminal Norte, un fascinante mediometraje de 37 minutos disponible en la plataforma Cont.ar, que registra el riquísimo acervo musical salteño. La cámara de su directora, Lucrecia Martel, se abre paso entre los caminos de tierra y los montes y la oscuridad donde Julieta baila y canta como una hechicera en rito iniciático. Documental o ensoñación poética, la música brota en esa tertulia compartida con músiques originaries de Salta o afincades ahí, desde la fulgurante folklorista Mariana Carrizo a la coplera trans Lorena Carapachay, pasando por BYami, una joven rapera salteña que focaliza su obra feminista y popular en el barrio de Limache, donde nació y donde vive.
“Ellas son mis amigas y son las que me van guiando por músicas y celebraciones de las que acá no se tienen noticia pero que dan cuenta de qué modo la gente vive el folklore. Por ejemplo, estuvimos con Mariana en la Serenata a Cafayate, donde Lorena pudo tocar por primera vez en su vida aunque nació ahí”, dice Julieta. “Es un mega festival que se extiende y se extiende donde El Chaqueño Palavecino se la pasa seis horas tocando, cosas así. Imaginate lo que es esa fiesta de la que participa todo el mundo mientras va amaneciendo en los cerros. Eso es difícil de olvidar para mí y supongo que es algo que se va colando en mi propio trabajo”.
Con todo ese bagaje, Julieta vuelve hoy al escenario de la Fernández Fierro, un espacio conocido y entrañable aunque no por eso menos desafiante. “Hace quince años que canto y antes hacía teatro así que el escenario ha sido un hábitat común, pero los nervios permanecen. De todos modos, a veces me pongo nerviosa hasta en un cumpleaños”.
¿Por qué?
–Es que la exposición me pone en una zona muy frágil a pesar de que el trabajo es sólido. Estar en el escenario entraña un trabajo deliberado con varios estados anímicos, donde tenés que lidiar con la propia ansiedad para no perderte lo que pasa, lo que estás haciendo. Es importante conectar con lo que sucede y no es fácil porque estás bajo una luz, con la mirada de un montón de gente, escuchándote con tus compañeros… Se altera el espacio y el tiempo.
¿Eso tiene algo mediúmico? Lo pregunto por tu modo de habitar el escenario, donde tu voz se expande, ocupa un lugar, es algo muy privado que se entrega. Y a la vez, es como si vos te agigantaras.
–Puede ser. Si cambia la percepción del tiempo y el espacio es porque cambiás vos. Nunca siento una adrenalina tal como cuando estoy a punto de salir a un show y eso nunca cambió. Ni con la Fierro ni nunca. Hay que encontrarle la onda a esa adrenalina, a ese vértice donde la vulnerabilidad te vuelve poderosa para hacer de un recital, un momento único y especial, que ocurre ahí y es irrepetible.
Julieta desconfía de las tendencias musicales y de una industria concentrada en pocas manos. Ella, dice prefiere rodearse de gente a la que admira, con la que puede ir marcando un surco distinto. El canto parece funcionarle como síntesis alquímica de los cuatro elementos donde se conjugan el fuego pasional, la evocación de una tierra mestiza hecha de amistades históricas y nuevas, el aire y el agua mezclados en barro de negrura intensa. Como una reina que lleva fuelles en su melena y obstinada corona de animal de osamenta dura, Julieta se va a parar hoy en el escenario para renovar el rito de cantar. Y arder.
Julieta Laso presenta su disco Cabeza Negra hoy y el viernes 15 a las 21 (puerta a las 20) en el Club Atlético Fernández Fierro (CAFF), Bustamante 772.