Hay que zambullirse en Arrecife, rutilante instalación inmersiva realizada con fibras de escobillones color rojo, para recorrer las obras que se encuentran en el Gran Hall del Museo de Arte Decorativo. Es que Casa tomada, la hipnótica exhibición de Gaspar Libedinsky (Buenos Aires, 1976) —que ya fue visitada por más de 36.700 mil personas, récord rotundo de visitas en los últimos tiempos en el museo— reúne más de una década de su producción y ocupa por primera vez todos los espacios del museo, desde el subsuelo hasta el jardín.
Libedinsky subvierte la estructura palaciega de este museo creado en 1936 en el antiguo Palacio Errázuriz Alvear, diseñado en 1911 por el arquitecto René Sergent en estilo neoclásico francés, residencia de Josefina de Alvear y Matías Errázuriz Ortúzar. Mientras que los sectores de servicio se encontraban aislados de la residencia –y en general en las casas los elementos de limpieza se ocultan— aquí el artista pone en primer plano esos objetos plebeyos y los vuelve joyas de la corona en un fastuoso entorno.
El arrecife rojo resplandeciente –hecho con mil pompones de cerdas de escobillones (cada pompón pesa un kilo)— una vez terminada la exhibición será transformado en 500 escobillones: una edición especial que se venderá en góndolas de supermercados. Ahora forman una especie de jardín alucinado y laberíntico que guía zigzagueante al espectador en el recorrido de las vitrinas de sala. “Esas cerdas fueron plástico derivado del petróleo, y ese plástico se convirtió en botella de gaseosa, que fue consumida, descartada, reciclada por recuperadores urbanos y transformada en cerda de escobillón. El arrecife no vuelve a su origen, sino que sigue la línea industrial a la que estaba destinado. Opera en un lugar intermedio entre botella y escobillón”, señala el artista en diálogo con Radar.
Con sus obras, Libedinsky pone en cuestión la lógica del ready made duchampiano: todas sus piezas, creadas con elementos de la vida cotidiana, rápidamente pueden perder su carácter sacralizado y volver a su estado original.
Cuidando en forma milimétrica movimientos y detalles, Libedinsky hizo una intervención deslumbrante y al tiempo efímera en este edificio declarado Monumento Histórico Nacional en 1997. No es posible intervenir paredes ni techos ni cambiar mobiliario de su sitio original. El desafío fue apropiarse de esta casa museo intocable. Y lo hizo con obras deslumbrantes y, al tiempo, conceptualmente contundentes.
En la antecámara, cuelga Intocable, una instalación con extrañas aves que sobrevuelan constantemente (¿alienadas?) alrededor de La noche, escultura de Joseph Pollet. Esta instalación no requirió una intervención en la arquitectura: pende de un pequeño orificio que el artista descubrió en la claraboya.
Cinco ideas fuerza guían el trabajo de este artista que también es arquitecto y que trabajó en dos de los más importantes estudios del mundo: Rem Koolhaas/OMA (Rotterdam), y Diller Scofidio + Renfro (Nueva York): “La transformación de lo ordinario en extraordinario, la transformación de lo marginal en objeto de deseo, la reorganización de lo existente para generar la obra; la revelación del deseo intrínseco de los materiales por una vida más elevada, y el obstáculo como potencial”.
Especialista en arquitectura carcelaria y graduado en la Architectural Association (AA) de Londres, Libedinsky recorrió y analizó cárceles de Inglaterra, Alemania y Argentina. “Es el uso más extremo de la arquitectura. El grado de tensión que hay en ese muro radica en que divide la ciudad de la no ciudad”, señala.
En el subsuelo del museo, se puede ver el documental Productos Caseros filmado en la cárcel de Caseros mientras era demolida. El artista cortó 2 metros cuadrados de un muro donde había un boquete realizado por los presidiarios y, con una cámara en su interior, lo trasladó hasta los bosques de Palermo. Le dio a esta ventana, creada por quienes habitaban el calabozo, una nueva visión, ahora con vista al lago.
En la videoinstalación Boquete (que se ve en la apertura, junto a los títulos, de la película El hombre de al lado) el artista, matafuego en mano, hace un boquete en un muro de esa prisión. Quiso testear el esfuerzo físico que demanda hacer ese agujero. El sonido es impactante: retumba en el cuerpo. Ahora, en el subsuelo del Museo de Arte Decorativo —que se encuentra intervenido y con una investigación y proceso judicial en curso por el robo de 20 piezas que integraban su valiosa colección— esos golpes violentos que percuten el muro y el cuerpo del espectador resultan intimidantes: da la sensación de que unos peligrosos intrusos están ahí, a punto de arrasar.
“Mi obra nunca responde a la coyuntura, sino que la coyuntura la resignifica permanentemente. En tiempos en que todos tuvimos que atravesar períodos de encierro forzado, estas obras en torno al ámbito carcelario nos son muchísimo más cercanas”, dice el artista. Y añade: “Siempre intento que la primera relación con las obras sea emocional. En las capas más profundas se descubre otros niveles, críticas y alusiones a la realidad socio política”.
Su interés por los trapos surgió tras la crisis de 2001, cuando los trapitos aparecieron en escena. Le interesó –cuenta— cómo un elemento del ámbito doméstico cruzó el umbral hacia lo público para insertarse en la polis. “Trapito en mano te hace trapito: es el uniforme más minimalista jamás creado y, al tiempo, opera como una bandera colonizadora del espacio”, dice el artista, quien fue profesor en Harvard y obtuvo la Beca Kuitca.
Analizó distintos tipos de trapos e hizo un mapa textil de la industria trapera local. Desarrolló una tipología exhaustiva con la que creó sus obras. En el Salón de Baile, se exhiben 12 piezas de indumentaria que integran Mister Trapo y que parecen bailarines a punto de danzar. “Revelan el deseo intrínseco de cada trapo por ser prenda. El trapo de piso gris quería ser un elegante traje de vestir, el trapo rejilla profesional que se usa para lavar los autos quería ser un conjunto sport inglés y el paño de piso con trama nido de abeja quería ser cárdigan inglés”, enumera el artista.
Hay mucha belleza en Kunstformen der Natur donde cada escobillón entre acrílicos se convierte en pincelada de color en movimiento: en ellos habita la alquimia. Libedinsky tiene la singular capacidad de crear piedras preciosas –plebeyos objetos de deseo— con los elementos más inesperados.
En el Salón de Madame, junto a La Eterna Primavera, un mármol tallado por Auguste Rodin, Economía circular del avestruz está integrada por dos esbeltas aves hechas con plumeros artesanales que el artista les compró a vendedores ambulantes de Recoleta. “La mayoría de los plumeros circula exclusivamente por la economía informal: los hacen artesanos con plumas de ñandú y de avestruz”. Inspirada en sus ideas fuerza de la transformación de lo ordinario en extraordinario y la conversión de lo marginal en objeto de deseo, Economía circular del avestruz encarna un deseo oculto: “Así como el escobillón quiere ser pincelada o el trapo quiere ser prenda, el plumero quiere volver a su origen: ser avestruz”, considera el artista.
En la entrada del museo se iza diariamente su Monumento al hombre común, formado por una pirámide de trajes reciclados del Ejército de Salvación, en alusión a los castells, torres humanas de varios pisos de altura, donde los más fuertes van abajo y los más chicos arriba, trepados. Son torres humanas erigidas generalmente con motivo de la celebración de las fiestas en ciudades y pueblos de Cataluña. Conforman una estructura corpórea y monumental, en frágil equilibrio.
Monumento al hombre común pone en cuestión la idea de la figura intocable en el pedestal. Este monumento textil, blando –entra en una valija—, pasa rápidamente de ser una estructura heroica imponente y triunfal a transformarse en una amorfa pila de ropa, donde se desvanecen jerarquías. Hay casos cercanos para recordar: ocurrió con el monumento a Cristóbal Colón en nuestro país y con las estatuas de esclavistas y de traficantes en EE.UU. y en Inglaterra, en las protestas antirracistas que se produjeron tras la muerte de George Floyd en manos de la policía, en EE.UU.
Y en el Carrousel (integrado por una serie de bicicletas unidas por ejes metálicos) que el propio artista activa como calesitero de luxe hay que llegar a consensos para lograr activarlo, de lo contrario todo el peso recae sobre una sola persona y resulta imposible seguir. “Aquí se transforma la acción individual de andar en bicicleta en una gesta colectiva, en la que la unión hace la fuerza”, dice el artista.
En el Jardín de Invierno, Nube, hecha con escobillones, cuelga del techo donde antes había una araña de época: fue la única modificación que le permitieron realizar al artista en el museo. Ya en el jardín están las Casas para pájaros que hizo junto a sus alumnos, para que sean tomadas, apropiadas, por las aves. Les pusieron agua y comida, esperando que se genere la alquimia del arte en vida.
Casa tomada se puede visitar en el Museo de Arte Decorativo, Av. Libertador 1902, de miércoles a domingo de 13 a 19. Hasta el 14 de agosto