La tradición sigue vigente, e indica que Ámsterdam es el lugar adecuado para ejecutar el ritual de pasear, ver museos y consumir drogas psicodélicas. El porro sigue siendo muy bueno, pero a decir verdad, las variedades argentinas no tienen nada que envidiarle: en los últimos años el cultivo local subió muchísimo de nivel.
El menú cannábico neerlandés está repleto de cogollos de variedades conocidas que se consiguen por peso, armados o en porros mezclados con tabaco. El europeo promedio consume el porro mezclado con tabaco y ve como símbolo de barbarie el porro armado sólo con porro. Oh, la ironía.
Los porros armados se venden sólo como "sativa o indica", sin mayor explicación. Para acceder a variedades, hay que comprar por peso. Para tener un estándar y comparar cómo varía la calidad en cada lugar, muchos compran siempre el mismo tipo de porro, y después prueban algo más para darse el gusto. Algunos coffee shops imperdibles de la ciudad son Kandinsky, Sensi Seeds y Tweede Kamer, que además de tener un porro excelente es un local que rompe con la cultura "bro" de los locales más céntricos.
Pero uno de los mejores porros del viaje está a una hora de tren de Ámsterdam, en Utrecht, donde se firmó el tratado que terminó la guerra por la sucesión de la corona española en 1715. El lugar se llama Anderson, y ahí el precio del gramo oscila entre los 8 y los 11 euros, pero cada coco picado deja una montañita de cristales que funciona para condimentar el recién armado.
Es que Amsterdam no ostenta el rango de única ciudad porrera de Europa. En Roma (Italia), Zúrich (Suiza) y Berlín (Alemania) es posible conseguir marihuana en maxiquioscos o mercaditos de cualquier callecita medianamente transitada. En Suiza y Alemania es legal vender porro con muy bajo contenido de THC, menos del 1% (el THC es la sustancia psicoactiva del cannabis) pero alto de CBD (la "medicinal", relajante y desinflamante). En Italia la situación es similar, con la diferencia de que el contenido de THC puede ser de hasta el 6%.
Pero si bien estos porcentajes son muy bajos comparados con las variedades que pululan el mercado cannábico actual, el porro cumple algo de su tarea. Además, es bastante simpático entrar a un kiosko o minimercado y llevarte alguna golosina, una bebida y un porro tamaño dedo de momia.
Para quien busca otro tipo de experiencias, el viaje no puede terminar sin una sesión de hongos en la capital neerlandesa. Las trufas psicoactivas son un point que se consigue en locales en los típicos callejones holandeses: cuestan unos 20 euros y equivalen a dos dosis. Pese a la estridentes publicidades de los locales, durante el viaje de trufas no hay contacto extraterrestre sino apenas un sentimiento de comunión con la naturaleza y un viaje que nunca termina de despegar, algo así como un cuarto de dosis de LSD que nunca alcanza el summun. Pero que, pese a todo, te deja dos horas acariciando el pasto y riéndote mucho.
► La bicicleta de la creación de contenido
Otra característica singular de cualquier tour europeo actual es la cantidad de instagrameros, youtuberos, tiktokeros y vlogeros que rondan las diferentes ciudades, y en especial los puntos turísticos. Es muy gracioso ver pibas recontra empilchadas tirando poses arriba de un puente mientras sus amigas, novias, novios, o madres (no tan empilchadas) les disparan con un celular último modelo.
O ver la cantidad de pibes con sus cámaras, sus gimbals y sus one-man-set-up caminando a toda velocidad por las calles imbricadas de las trazas europeas medievales-renacentistas, mientras hablan (solos) a cámara, no exentos de cierta timidez al atraer las miradas de todos los que los rodean.
Ver cómo se produce contenido de viajes mientras el resto del mundo sigue en la suya genera una disonancia muy fuerte y bastante vergüenza ajena. El esfuerzo de parte de los creadores de contenido por superar la dicotomía entre lo que están haciendo y su entorno no deja de ser simpático y también llamativo.
Las bicicletas son, sin duda, otra de las estrellas del verano europeo. En ciudades como Berlín, Ámsterdam y Zúrich son las dueñas indiscutidas de las calles. Mientras que en París y Roma, dada su extensión, todavía luchan por ganarse un lugar entre el tránsito. En París se nota mucho más la inversión del municipio en bicisendas, pero las distancias tan largas a comparación de ciudades más chicas puede ser desalentadora. No así en Berlín, que es gigante y todo el mundo anda en bici.
A modo de compensación, en las ciudades que no son tan bicicleteras, el monopatín eléctrico destaca como la opción de movilidad en ascenso. Es muy común ver pendejos de todas las edades usándolos por doquier con diferentes niveles de inconsciencia. Hasta de hecho en París es común ver que la policía pare a gente que va de a dos en un solo monopatín.
► La pilcha y el morfi
La cantidad de marcas de moda rápida como Primark, H&M y Zara tiene como contraparte una proliferación de ferias americanas con un ethos ecologista. Reciclar ropa como resistencia política y modo de frenar la avanzada del consumo. Berlín está repleta de ferias de ropa ética, e incluso las marcas más grandes empezaron a poner en sus etiquetas el porcentaje de algodón reciclado que llevan sus prendas.
Pero entre todas las tendencias la más silenciosa y omnipresente es gastronómica y viene de la región árabe. La cada vez más importante inmigración desde allí llevó a que desde el ya clásico "döner kebab" al novedoso pizza kebab pululen las calles de toda ciudad de mediana importancia en Europa.
Además de ser muy baratos en comparación con otras comidas, son los únicos lugares que están abiertos hasta tarde (es decir, después de las 18, cuando cierran casi todos los comercios; y de las 22, cuando cierra la mayoría de los restoranes). Además, cada ciudad ya tiene su propio barrio árabe donde se pueden conseguir desde comida típica hasta vestidos de casamiento, burkas y copias del Corán.
Así está Europa en 2022, plagada de bicis, influenciadores, porro y döner kebab.