En los Estados Unidos algunos comentaristas han dicho que Hillary Clinton debió haber escuchado un antiguo consejo: “Nunca te pelees con un cerdo. Los dos acabarán inevitablemente cubiertos de mierda. Pero al otro le gusta”.
La idea es atractiva y parece proponer interesantes reflexiones, pero el yerro que la desautoriza radica en que esa idea parte de suponer que las lides políticas se dan entre cerdos e impolutos, o sea entre buenos y malos.
Así se desconoce la realidad común a la política en todo el mundo, ese infinito muestrario de la naturaleza humana, cuyas taras morales y de todo tamaño, en la Argentina y en ciertos ambientes (si no en todos) se tienen por normales.
Y en materia de gestión de nuestro golpeadísimo Estado ni se diga: cual gigantesca estantería de gobernantes que la van siempre de “buenos” condenando el pasado siempre “malo”, ahora mismo está colmada de patanes sostenidos por mentimedios que avivan el fuego generalizador de corruptelas que sí hubo –algunas innegables y todas condenables– pero que a ellos en realidad les sirven para ocultar y negar su propia corrupción, que es feroz y provoca el día a día dramático que vive hoy esta república en la que la impunidad de los ricos es tan grotesca que parece narrada por Rabelais.
Aquí y ahora las “herencias recibidas” son –y es claro que son– una vil chicana y una injusta acusación generalizada. Pero también hay que reconocer que son el triste recordatorio de yerros cometidos por un gobierno que hizo muchísimo por el bienestar y la reafirmación identitaria de nuestro pueblo, pero que estuvo sobrado de estupideces que empañaron una gestión nacional y popular que debió ser ejemplar y limpia, y pudo serlo, pero no lo fue.
Podría pensarse entonces en una renovada guerra de cerdos –que nada tiene que ver con la maravillosa novela de Adolfo Bioy Casares– pero guerra simbólica que de una buena vez debiera servir para que los argentinos/as descubramos que el camino de la paz social pasa sin dudas por la inclusión y la equidad; la autodeterminación y la soberanía; la educación, la salud y la previsión social en manos del Estado; e incluso por las grandes decisiones autonómicas que entre 2003 y 2015 concretaron la recuperación de YPF, los satélites ARsat y la unión sudamericana.
Pero también ese período quedó signado por una transparencia nunca alcanzada, porque ni siquiera se la procuró. Fue la política de Estado que faltó, y las consecuencias están a la vista ahora que sobre esa falta se montan estos tipos para ocultar sus corruptelas.
En este sentido pareciera -al menos a esta columna le parece– que todo camino de retorno popular al poder en una república en paz, con fábricas y trabajo para todos y todas, debe pasar por el ejercicio de una imprescindible memoria autocrítica que lamentablemente hasta ahora no se ve ni se escucha.
Y sin embargo será necesaria a la hora de sustituir a los oligarcas ladrones y mentirosos que hoy gobiernan para los ricos y sus negocios, y al servicio de una globalización esencialmente injusta y maligna. De lo contrario será muy difícil un exitoso retorno nacional y popular –que es inevitable y sólo cuestión de tiempo– si no incluye la renuncia explícita y militante a la caterva de cerdos y lameculos que también hubo en estos doce años.
Cierto que decir esto es odioso, pero acaso sea la única explicación a lo que tanto fastidia al pueblo trabajador y a la buena gente que sólo quiere tranquilidad y progreso. La única explicación, o sea, a los legisladores que hoy se doblan y a los dirigentes que se tuercen presumiblemente por temor a carpetazos y chantajes. La única explicación a la genuflexión generalizada que tanto duele y fastidia a las personas decentes, esa verdadera mayoría silenciosa de argentinos/as que ha sido estafada y es golpeada y condenada a diario a la ignorancia y la pérdida de ilusiones y futuro.
Es hartante que ciertas dirigencias de “oposición” –entre comillas, claro está– continúen aceptando y/o negociando de la manera más canalla la nueva entrega del patrimonio nacional. Es hartante esa trivialidad generalizada de calzones sucios y hediondos restos coprolálicos que permite y justifica las agachadas de catervas de legisladores, jueces, asesores, influyentes, munícipes y una larguísima ringlera de funcionarios de todo pelo y color que se creen y ven a ellos mismos como puros, frente a los cerdos.
En un contexto en que el problema principal de esta nación es el poder comunicacional devastador que dibuja a diario una realidad inexistente, no es exótico pensar que la batalla política actual es decisiva porque la política necesita empezar a limpiarse en serio. De una vez con verdad y no con especulaciones como hizo más de una dama en los últimos años, esas denunciadoras seriales que sin embargo se acogieron, y ahí están, bien acogidas, al poder corrupto del macrismo.
Es una cuestión moral, desde luego, pero fáctica y urgentemente comunicacional, que es el terreno en el que nos han sacado ventajas. No se trata de no pelear con los cerdos, ni de considerar que cerdos son los otros solamente. Se trata de aplicar políticas rigurosas y controles estrictos contra los propios.
Si del lado del Populismo virtuoso, nacional y fraterno y patriótico, no entendemos que es un paso fundamental para recuperarnos como Estado y como Nación, puede ser vana toda recuperación. Y eso es imperdonable en la tarea de que nuestro pueblo recupere la esperanza.
Opinión
Una nueva guerra del cerdo
Este artículo fue publicado originalmente el día 21 de noviembre de 2016