Las tempranas eliminaciones de Boca y River, en los octavos de final de la Copa Libertadores de América, tienen el efecto de un mazazo para el fútbol argentino. Por razones diferentes y aunque la sombra del VAR se haya cruzado otra vez en el camino de River, los dos clubes que mas se han concentrado en los últimos años en ganar el máximo torneo continental a nivel de clubes han vuelto a quedar demasiado lejos de las definiciones. Como si hubiera una relación inversamente proporcional entre la obsesión por la Copa y los resultados deportivos.
Es cierto que entre Vélez y Talleres aseguran un semifinalista y que el sorteo de los octavos de final resultó ingrato para los equipos de nuestro país: cuatro clubes debieron cruzarse entre si y dos más tendrán que hacerlo en cuartos. Pero la marginación de los dos gigantes argentinos da que pensar. Acaso sea el reflejo indeseado de un fútbol argentino que se achica y se atrasa en lo económico y en lo futbolístico mientras que en Brasil sucede todo lo contrario. Y que desde 2020, ni siquiera puede llegar a la final.
Boca ha hecho de la Copa Libertadores, la razón de su existencia. Un objetivo excluyente deportivo e institucional. La apuesta es a todo o nada. Tanto que los últimos cuatro técnicos que no pudieron ganarla (Guillermo Barros Schelotto en 2018, Gustavo Alfaro en 2019, Miguel Angel Russo en 2021 y Sebastián Battaglia en 2022) fueron despedidos sin contemplaciones. El poderío boquense se mantiene intacto a nivel local, en el que ganó 11 títulos en 12 años. Pero resulta insuficiente en el plano continental donde lleva 15 años sin conseguir la Libertadores. Acaso porque el fútbol sudamericano cambió y la situación ya no es como era en la primera década del tercer milenio cuando jugó cinco finales y ganó cuatro Copas (2000, 2002, 2003 y 2007). Tres de ellas como visitante en pleno Brasil ante Palmeiras (2000), Santos (2003) y Gremio (2007).
River también se obsesiona por volver a ser campeón de América. Pero las consagraciones de 2015 y 2018 en la histórica final con Boca en Madrid parecen otorgarle un cariz menos dramático a las eliminaciones. River sufre cuando se queda afuera, pero un poco menos que Boca. De hecho, fue marginado en octavos de final en 2016, en semifinales en 2017 y 2020 y en cuartos de final en 2021, perdió en dos minutos la final ante Flamengo de 2019 y a nadie se le ocurrió pedir la cabeza de Marcelo Gallardo.
Hay un fenómeno que excede la voluntad de los dirigentes y de los millones de hinchas de uno y otro equipo: la situación económica argentina ha empeorado notoriamente desde 2018. Ahora además, si un club quiere comprar un jugador desde el exterior, el Banco Central no le autoriza el giro de los dólares, salvo que antes los haya ingresado por la misma o mayor cantidad. En Brasil, no hay restricciones. Y el apoyo de fuertes grupos empresariales y contratos de televisión muy superiores a los que se pagan en la Argentina les posibilita a sus clubes contratar a quienes ya han cumplido su ciclo en Europa, pero todavía pueden rendir en Sudamérica. Y firmarles contratos de nivel internacional.
Las llegadas de Arturo Vidal (de Inter a Flamengo), Willian (de Chelsea a Cortinthians) y Fernandinho (de Manchester City a Atlético Paranaense) son los últimos ejemplos de ello. Es impensable que Boca o River puedan tan siquiera soñar con hacerlo. En sus tiempos como presidente de Boca, Daniel Angelici lo intento trayendo a Carlos Tevez desde la Juventus y a Eduardo Salvio desde Benfica. Pero él éxito no acompañó su audacia.
Para esta edición de la Copa, Boca y River se reforzaron como pudieron y queda claro que no les alcanzó: Boca repatrió de España a Darío Benedetto, de México a Guillermo "Pol" Fernández y de los Estados Unidos a Jorge Figal y contrató al paraguayo Oscar Romero. Y River firmó el regreso desde China del colombiano Juan Fernando Quintero y los préstamos desde la MLS estadounidense de Esequiel Barco, Tomás Pochettino y Leandro González Pires. Emanuel Mamanna llegó libre desde Rusia y del medio local se adquirió por 1.500.000 de dólares a Elías Gómez (Argentinos Juniors) y por 2.500.000 de la divisa estadounidense a Andrés Herrera (San Lorenzo). Ninguno de todos ellos resultó determinante.
A la hora de la verdad, Boca se aburrió de tirarle centros a un equipo diezmado como Corinthians que sólo quiso defenderse con tal de llegar a los penales. Y más allá de las nimiedades del VAR, River tampoco pudo desbordar a un Vélez juvenil y corredor que lo superó con nitidez en Liniers y supo aguantar en el Monumental. Los dos gigantes del fútbol argentino dieron menos de lo que necesitaban para avanzar en la Copa. Tal vez porque también tuvieron menos de lo que necesitaban. Desde ahora, la mirarán desde afuera con una certeza: ya no les alcanza para mandar en Sudamérica como antes. Entre una economía que les juega en contra y las limitaciones propias, ven, cada vez desde más lejos, como los brasileños se apoderan de la Copa Libertadores hasta transformarla, casi, en una sucursal de su extenuante Brasileirao.