Desde Londres
Fue Boris el breve nomás. Con resistencias, remoloneando con bravuconadas intercaladas que iba a seguir cumpliendo el mandato del pueblo británico otorgado en diciembre del 2019, Boris Johnson cumplió con los precedentes de los últimos 40 años anunciando su renuncia como jefe del partido conservador.
Pretende seguir
Johnson pretende seguir como primer ministro hasta después del congreso partidario en setiembre, pero hay mucha resistencia entre los conservadores y por supuesto de parte de los laboristas que amenazan si no se va en los próximos días con proponer un voto de falta de confianza. Se verá en los próximos días qué postura prevalece.
El proceso de lograr la renuncia es similar al que tuvo ese resultado con la mayor parte de sus predecesores: Margaret Thatcher, Tony Blair que se fue cuando los laboristas buscaban otro primer ministro, David Cameron despechado por perder el referéndum sobre el Brexit y Theresa May. Lo que distingue lo ocurrido con Johnson es su renuencia y apego al cargo por su personalidad.
Creía ser un predestinado a ser primer ministro y por ello alguien para quien las reglas de conducta no eran aplicables por definirse como integrante de una elite. No por nada fue ex alumno de Eton y Oxford.
Otro aspecto notorio que jugó en contra de su permanencia en el poder es su falta de apego a la verdad. Mentía como periodista y como político. Eso fue lo que colmó la paciencia de los diputados de cuya confianza un primer ministro depende.
Pragmático pero impredecible
Era un pragmático poco predecible. El conservadurismo versión thatcherista prefiere un estado mínimo y bajos impuestos. Entre la necesidad de estimular una economía golpeada por el Brexit y la pandemia acabó expandiendo al estado, subsidiando a la industria y a la ciudadanía como un keynesiano. Últimamente prometía bajar los impuestos, pero también paliar el aumento del costo de la vida con subsidios, como el de energía ya concretado. También decía que bajaría la carga impositiva. Esto requería una postura fiscal que muchos conservadores rechazaron.
Los escándalos y contradicciones fueron armando una bola de nieve que terminó en un alud que lo sepultó.
Ignorar al parlamento como trató de hacerlo al iniciar su mandato en el 2018 llevó a una severa condena de la Corte Suprema. Ya era claro que había dibujado las cifras con las que hizo la campaña por el Brexit. Trató de minimizar la pandemia durante semanas cruciales y acabó otorgando contratos sin licitación a contribuyentes a las arcas del partido conservador por 17 mil millones de libras.
Siguió su camino transgresor participando de fiestas después de haber tenido que prohibir por ley las reuniones durante la pandemia. Se probaron más de una docena de fiestas con fotos. La policía lo multó, pero su gabinete y su bancada pasaba por alto las transgresiones.
Pero la bola de nieve siguió aumentando con mentiras, políticas zigzagueantes y ausencia de un programa de gobierno que fuera ás allá de meros eslóganes y culminó con el escándalo de un ministro de segunda línea de apellido “Pincher” por pinchador sobre cuya conducta se le advirtió. Mintió que no le habían dicho nada y luego dijo que se le había olvidado.
Renuncia masiva
Así fue que se colmó la medida la semana pasada. Los ministros fueron enviados a los estudios de TV a publicitar las mentiras del primer ministro. El martes se desató una catarata de renuncias que, según las cuentas, llegó a sumar más de 50 funcionarios de primera, segunda y tercera línea. En la tarde del miércoles Johnson ya ni tenía con quién reemplazarlos. El jueves a la mañana debió renunciar en dos cuotas y con tanta renuencia que no hubo ni disculpa ni autocritica algo común en la mayoría de los políticos cualquiera sea su origen.
Con todo, el proceso en el sistema parlamentario es eficiente. Cuando un jefe de gobierno es tan impopular que no logra asegurar la reelección de su bancada el proceso de remoción se acelera como sucedió después del voto de confianza del 6 de junio. En un sistema presidencial, con la noción de los mandatos y ausencia de mecanismos que adelanten elecciones, las crisis se prolongan. En el sistema británico se abrevia el reemplazo.
Sin candidatos
El primer reemplazo lo determina la bancada conservadora a través del gremio que los agrupa, la comisión 1922. Organizarán la semana que viene un proceso en el que votan en secreto. Como en un campeonato deportivo se eliminan candidatos en sucesivas elecciones internas hasta que quedan dos. Pero a la fecha no hay candidatos dominantes.
Las elecciones nacionales tienen lugar cuando al primer ministro le conviene. Un parlamento no puede durar más de cinco años por lo cual, a lo sumo, en diciembre del 2024 debe haber elecciones.
El partido conservador está muy desprestigiado. Se hizo patente con las elecciones en dos circunscripciones hace tres semanas, pero el partido laborista no despierta el entusiasmo del electorado.
Está todo en el aire. Nada queda claro. Nada es seguro. Hoy, la seriedad y la estabilidad política británica parecen un mito.
*Analista político. Ph. D. de la Universidad de Cambridge. Autor de Las Crisis políticas argentinas, estructura institucional y patrones de comportamiento, Editorial Dunken, y de Parlamentarismo y presidencialismo: un estudio del caso británico, El Cid ediciones.