Hace unos cuatro años, C.R.O publicaba en sus redes una foto de él en un ataúd y la noticia de que Panash, "la película del rap y trap argentino" según su subtítulo, empezaba a rodarse. El forzado impasse cultural que significó la pandemia, o simplemente un estirado proceso de posproducción, llevaron a la película a estrenarse ahora, en julio de 2022, en simultáneo en salas como el Gaumont (¡con 4 funciones diarias!) y en streaming, a través de Prime Video. Además, tuvo su premier en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, en la categoría de banda sonora original, por el soundtrack a cargo de Negro Dub.
Dirigida por el alemán Cristoph Behl (El desierto), la película abre con material de archivo: saqueos, helicópteros sobrevolando la ciudad, represión policial. Si bien la sinopsis reza que el film transcurre en "una Buenos Aires distópica", no es necesario leer ningúna historia de ciencia ficción para hacerse la idea de ese panorama y lo que implica: hay historia real de sobra y dolorosamente reciente.
La ciudad prendida fuego y un grupo de amigos llevando el cajón de uno de los suyos, como aparente consecuencia del gatillo fácil. "Aparente" no porque se le dé el beneficio de la duda al accionar de la yuta, sino porque en la película los hechos no llegan a desarrollarse del todo, porque cuando la trama va levantando vuelo se pasa a otra cosa, porque lo bueno se queda corto (las interacciones entre los colegas del barrio) o porque el inverosímil raya lo paródico (aquellos diálogos infantiles entre Panash y Ciro, cuando ella le confiesa a su mejor amigo que está interesada en alguien).
► ¿De qué va Panash?
Una vez que la película se instala en tiempo y espacio, apura el mic y se mete en las batallas de freestyle. Un galpón sin mucho adorno (como fueron las competencias en su principio) y estrellas haciendo cameos entre truco y truco: vemos a Coscu y Replik como jurados, un Trueno pre Atrevido desafiando a su oponente, también Sony, Stuart y Zaina. La cosa es que llega un nuevo pibe al barrio y una sola mirada con su coprotagonista bastará para asentar la historia romántica que rodea el relato.
Un triángulo amoroso que tracciona por barras pero a falta de un guión que sepa desenvolverlo queda torpe y a medio camino. Referencias reales o guiños poco sutiles en los nombres de los protagonistas: en lugar de CRO, el personaje de Homer el Mero Mero se llama Ciro. Mientras que a Isidro lo apodan "Isi" -cualquier similitud…-, y lo representa Lautaro LR, quien antes de cantante es reconocido por su trabajo de actor en películas como Mi mejor amigo o, más reciententemente, por su rol de Estalone en la serie El marginal).
Isi llega casi de casualidad, ficha a Panash (la rapera Real Valessa) y enseguida entenderá que carece del (aparente) único recurso para conquistarla: las rimas. Pedirá ayuda al tuerto, a Ciro, un Homer relajado y divertido, que decide dejar en remojo su piel de rapero duro para frasear con ternura. Hay elementos compartidos entre personaje y actor amateur para Homer: el nacer y criarse en un barrio marginal, el crecer sin lujos, ranchar con amigos, sustancias a la orden del día y todos los tatuajes que se mantuvieron sin maquillaje para el rodaje. Sí, incluso el de "Macri gato", que Lucas lleva en su antebrazo izquierdo.
Pero no es ésta una épica de bros pedagógica con un posible homoerotismo. El orgullo de Ciro no permitirá ninguna enseñanza rapera -¿se puede enseñar a rapear?- sino que se hará pasar por él, improvisando en audios de WhatsApp con una absurda distorsión de voz, que en menos de lo que tarda en reaccionar un youtuber a la canción del momento alcanzará para que Panash compre al payador enmascarado y se enamore.
► Rap con amistad
En medio de toda carencia, las amistades son las que motivan. Al junte mencionado se le suman otros popes: Dani Ribba y el Peke77, quien a pesar de tener unas pocas líneas de diálogo, es entrañable, porque es justamente puro Peke. Se lo puede imaginar al uruguayo hablando así con sus ñeris en cualquier esquina.
Los pibes se encuentran a pegar birra entre el hambre, la indiferencia política y las imágenes de violencia policial en Capital Federal (o "el Centro" para los personajes de esta peli que se filmó en Fuerte Apache y que, aunque no especifique, se entiende que sucede en el conurbano bonaerense). Y entienden que no queda otra: hay que salir a la calle, al punto más álgido del caos.
Calzados o no, deciden todo con una liviandad inverosímil, al igual que en la escena donde negocian amigablemente armados -valga el oxímoron- con el chino del supermercado para pedirle comida. Hay un acuerdo que tiene el mismo tenor de una falta mal cobrada en un partido de fútbol. El equipo de turros se mete en el rally porteño y, como no cabía otra posibilidad, acaba en tragedia. Eso sí: final de culebrón y que se pudra.
► Barras torcidas
Las inconsistencias de Panash tienen que ver con que no termina de ser ni una cosa (una película de ficción con un elenco de raperxs) ni mucho menos la otra (un documental). Este híbrido desaprovecha caminos interesantes, como profundizar sobre la complicidad entre los amigos que se encuentran a rimar o pasar el rato, o la construcción de una canción y su proceso de composición. Enceguecido por la marquesina de contar en el cast con nombres grandes, pierde potencia.
¿Por qué? Es mucho más poderosa la imagen de Homer el Mero Mero rapeando que la del carilindo de la historia (Isi) apuntando nervioso un arma. A fin de cuentas, fue la música el fierro que les permitió sobrevivir, la herramienta que los sacó de la mala y a más de uno le implicó un ascenso social y un crecimiento que va mucho más allá de lo económico.
De hecho, estos productos audiovisuales funcionan como un objeto más de la factoría del trap y el rap contemporáneo. Se celebra porque, como dice el disco del colombiano Crudo Means Raw: "Todos tienen que comer". Y si bien esta película deja claro -aunque con un subtítulo ambiguo- que no es biográfica, es una pena que con la realidad tan rica e impresionante ("de película") que cargan la mayoría en sus espaldas, no hayan sabido aprovecharla. O hayan elegido no hacerlo.
► Un registro en prueba y error
Semanas atrás, Duki anunció sus presentaciones en Vélez, el debut en estadios a cinco años de haber grabado su primer tema. Este dato da cuenta de dos cuestiones: por un lado, la bestialidad de los tiempos que hoy una estrella vive con su ascenso (porque perfectamente también podría haberlo llenado en 2020); y por otro, a medida que el ritmo sigue y estos hitos se multiplican con una peligrosa carga de lógica, sobran los motivos para comprender la necesidad del registro, de contar la historia.
¿Dé qué modos se eligió retratar hasta ahora el rap, el freestyle y el hip hop en Argentina? Son varios los antecedentes, cada uno con lo suyo. Pero, por lo menos hasta ahora, ninguno hizo justicia.
Buenos Aires Rap es un documental de 2014 dirigido por Sebastian Muñoz, Diane Ghogomu y Segundo Bercetche que aporta testimonios claves de la escena fundante del rap local en los '90, como el Sindicato Argentino de Hip Hop o Actitud María Marta. La película marca un recorrido de rimas ao vivo y la utilización de la disciplina como método de supervivencia (las tomas en vagones de tren en Monte Chingolo) o herramienta educativa (las clases de improvisación con Mustafa Yoda).
También prueba la constancia de otros que se mantienen vigentes, como el rapero y productor Núcleo con su estudio en Lomas de Zamora, y el relato de Emanero. Ocho años después, se movieron tantas fichas del tablero que no alcanza ni como introducción, aunque no deja de ser una acertada aproximación y, sobre todo, un retrato de época.
► Se vino el estallido
A finales de 2019, con estos géneros ya en auge, la TV Pública emitió semanalmente la miniserie BRODER. Vendida con un póster engañoso donde estaba Cazzu como supuesta figura principal (siendo que apenas tiene una escena sin prácticamente diálogos), resultó una mezcla entre escalera a la fama y enfrentamiento de clases.
Allí volvían a aparecer Núcleo y Klan haciendo de ellos mismos. Con golpes bajos, estereotipos a la orden del día y poco lugar para hablar de música, de disciplina, de deporte, o de ese vuelo que acaso sus protagonistas aseguran sentir cuando están arriba de un escenario.
La segunda parada trajo (mucho) más presupuesto y la fantasía desmedida de algo así como "la lectura del freestyle de Cris Morena" en 2020, con un elenco de artistas bien repartidos entre el mainstream (Ángela Torres) y el under (Tomás Wicz), para completar junto a Ecko el elenco central. La serie Días de gallos viene de la mano de HBO y no le hace asco a nada: narrativa con lógica de filtros Instagram, canciones en clave High School Musical y hasta un número de freestyle en el vestuario de unos rugbiers. Es cierto que la ficción acepta ciertas licencias, y acá se las tomaron muy en serio.
Este año llegó CATO, que a pesar de ser nombrada en varios lugares como "la película del rapero Tiago PZK" era, otra vez, sólo un anzuelo de márketing, pues es más bien un novelón bastante absurdo lleno de clichés, donde la historia de "pegarla en la música" se cuela sin convencer a nadie. Pero ojo: están las canciones (baladas) de Tiago y la emoción que su voz transmite. El rap acá es apenas un eco, funciona como un golpe de suerte, como encontrar la fórmula del éxito y el resto viene solo. ¿Viene solo?
Evidentemente, las historias del trap y del rap en Argentina deben y necesitan ser contadas, pero no parece ser éste el momento ni el lugar.