Dicen que los artistas sueñan con actuar alguna vez en el Teatro Colón. Se podría decir que a mí me pasó algo parecido hace unos días. No era exactamente el Colón sino la sede del Partido Justicialista, lugar donde nunca me imaginé estar como expositor, contando mis aventuras literarias y mis desventuras ideológicas.

Como sea, yo no iba a dejar pasar este momento de gloria. Entonces, cuando llegó el momento de actuar, de dar lo mejor de mi “arte”, me lancé a hablar de mi relación difícil con el peronismo, sobre todo por venir de una tradición antiperonista, lo que a su vez me permitió hablar de mi familia, educación, pueblo.

Aprovechando que tenía un auditorio atento, le di para adelante, como si los oyentes pidieran “otra, otra”, y para hacerme el inteligente cité a Marshall Berman y a Baudelaire, a Saccomanno y a Marechal. Todo era poco para ejemplificar mi devenir, mi ir y venir ideológico. Y hablé de Borges, claro, cómo me iba a perder la oportunidad.

Me gusta hablar de esto. Me sirve para entenderme, incluso en mis contradicciones. Es decir, más que hablar, en la sede partidaria lo que hacía era pensarme.

Era obvio que la mayoría de las personas que estaban ahí no necesitaban ratificar esa relación con el peronismo y sus líderes en ninguna pose intelectual del estilo de la mía. Eran militantes como yo nunca fui. Eran personas (en general, digo) apasionadas, con ese amor incondicional que cuesta entender si no sos parte de esto.

Es que yo, además de venir de una tradición familiar antiperonista, vengo de un pueblo antiperonista. Un lugar donde todavía te educan con eso de que “los negros arrancaban el parquet para hacer asado”. Mi relato era eso, un largo devenir, un ir de acá para allá, hasta estar ahí, “actuando” en el Teatro Colón, quiero decir en la sede del Partido Justicialista.

Dije devenir dos veces adrede, porque esa es la palabra que utilizó el preopinante, el psicólogo y escritor Juan José Lakonich, en oposición al concepto de identidad. Según él, más que ser portadores de una identidad, uno está en un perpetuo devenir. Creo que citó a Deleuze, además.

Yo, que soy más bien de los que creen en la identidad, me quedé pensando. Porque mi relato no era la historia de una identidad, sino justamente la de un devenir. En cómo había devenido de ser el pibe educado con eso de “Perón se robó el oro del Banco Central”, hasta ser el tipo (el “intelectual”, incluso… ja) que estaba sentado ahí, dando cátedra de peronismo tardío, ¡a peronistas! ¡Empardame ésta!

Desde un mural en la pared, los ojos inquisitivos del Pocho parecían mirarme como diciendo “a vos te conozco, mascarita”. Pero ya no había marcha atrás, así que seguí con mis desventuras y mi largo devenir.

En plan de seguir entendiendo, les conté a los presentes que unos días atrás había estado escuchando al artista plástico Daniel Santoro explicar al “sujeto peronista”, y que después, en una breve y ocasional charla privada, le agradecí la sencillez con que lo hacía porque eso me permitía a mí simplificar a la hora de escribir de lo mismo. Más devenir. Devenir sobre el devenir…

Al fin, pelea conmigo mismo mediante, había llegado a una tremenda conclusión. Lo mío nunca fue una identidad sino un ir y venir, un devenir, hasta ponerme ahí. Algo que además me obligaba a reconocer que no todas las explicaciones están en los libros. Que también están en la calle, en las anécdotas, incluso en la participación del azar.

Entonces mezclé todo, y seguí. Conté que días atrás un taxista de Buenos Aires me dijo que me parecía a Fernando Iglesias. Hablé también del peronismo incipiente de mis hijos, promocioné mis libros de manera subliminal, y me saqué una selfie la cara del Pocho para usar, a manera de carnet, en futuros encuentros con compañeros.

No era poca cosa haber entrado a ese lugar como un tipo con identidad y haber salido entendiendo que uno se construye cada día, como puede, usando las herramientas que tiene a mano. A veces serán los libros, otras la tradición. Cada uno sabrá.

Pensé al fin que, al aceptar ese devenir, por unos días iba a dormir tranquilo. Es que uno no puede “devenir” todo el tiempo, a veces quiere tener una identidad, ser “eso”, al menos por un rato. ¿Qué sería eso? Bueno, un argentino que se siente a gusto con el lugar que ocupa.

Así que salí de ahí a la noche fría, como diciendo acá estoy y esto soy, al menos por el momento. Duró poco, claro. Porque había que seguir deviniendo. Y al día siguiente llegó la renuncia del ministro de Economía, y una nueva crisis. Entonces sí, todo seguía andando. A remar de nuevo, Chiabrando. A devenir todo lo que se pueda y lo mejor que se pueda. Que el país te necesita, me dije cómo dándome fuerzas para seguir luchando y jodiendo.

Me queda contar que al cierre del acto se cantó la marchita. Dicen que hay un video donde canto un par de compases. Lo dudo, creo que más bien estaba bailando, como si yo escuchaba: “¡Al Colón, al Colón…!”. Aunque seguro que era el típico “¡Perón, Perón…!” que se canta cuando se junta un puñado de peronistas.

 

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