Achacarle la culpa de todos los males al poder económico concentrado puede ser algunas veces una forma de ocultar errores propios. Pero como dijo alguien que no creía en los brujos: “que los hay, los hay”. Y sacar de la manga la fantasía de la renuncia presidencial para empujar una crisis institucional y transformar una bola de nieve en avalancha que fuerce una devaluación y una situación destituyente es película repetida en este país. No es un fenómeno de combustión espontánea, sino el incendio intencional por parte de los conocidos de siempre.
Que la economía es bimonetaria y que la inflación es multicausal está aceptado y reconocido, lo cual evita la calificación de dogmático o esquemático. Pero sobre esos dos fenómenos se montan para estimularlo quienes se favorecen con ellos. Dos más dos, cuatro. Imposible equivocarse. Para la inmensa mayoría, las devaluaciones constituyen una catástrofe que pulveriza el salario, las jubilaciones y baja las ventas en el pequeño comercio y la producción en las PYME.
Al que exporta siempre le interesan las devaluaciones. Y por eso de la economía bimonetaria y la inflación multicausal, las grandes corporaciones, incluso las que están más vinculadas al mercado interno, tienen aceitados sus mecanismos para aprovechar esas realidades. Si para gobernar y diseñar políticas económicas hay que tener en cuenta estas características particulares de la economía argentina, es obvio que para hacer negocios es lo mismo. Y los que hacen negocios se dieron cuenta mucho antes que los que gobiernan.
Así se cerró el círculo vicioso: cuando ya tienen ese mecanismo para ganar con la inflación y las devaluaciones, entonces se convierten en sus promotores. Cada devaluación es una fortuna que les cae del cielo sin esfuerzo y sin arriesgar nada. Aunque para la mayoría del pueblo sea una desgracia.
Las grandes corporaciones perdieron fortunas durante el gobierno de Mauricio Macri en sus actividades comerciales y productivas. Pero siguen siendo macristas. Uno se puede imaginar lo que han ganado con la inflación y las devaluaciones macristas en sus actividades financieras y especulativas.
Parte de ese mecanismo tan aceitado es el lobby para la devaluación. La excusa para dispararlo puede ser cualquiera: un acto político, una discusión en el partido popular, la renuncia de un ministro, el encuentro entre dirigentes, un discurso presidencial o ministerial, cualquier suceso puede convertirse en disparador del lobby para la devaluación.
Y el discurso siempre es el mismo: la emisión, el gasto público, la brecha entre el dólar y el dólar del color que sea, negro, blue, verde... Y de repente empiezan a aparecer en los cañones mediáticos de las corporaciones de medios los economistas ultraortodoxos que son tratados como si vinieran de recibir el premio Nobel cuando en realidad son sus empleados que repiten siempre la misma rutina sobre la obligación de devaluar.
Y son amplificados hasta el infinito por la poderosa corporación de medios hegemónicos. Hasta que un sector importante de los que van a ser afectados, los más distraídos o los que en vez de dos dólares tienen doscientos, se hacen cargo del discurso y critican al Gobierno porque no devalúa. Inmediatamente después de la devaluación, este sector lo criticará por haber devaluado.
En Argentina es un clásico. Cuando empiezan a aparecer estos personajes que el capital concentrado candidatea siempre para ministros de Economía es porque necesitan desacreditar alguna medida distributiva o porque está encendido el lobby de la devaluación. Y la Argentina pisa el palito nuevamente, una y otra vez, porque el lobby trabaja sobre un problema estructural que es el famoso carácter bimonetario de la economía.
Cuando se dice bimonetario no es solamente porque el trabajador atesora en dólares y, cuando puede, compra su casita en dólares, sino porque las grandes corporaciones se han mimetizado en esa realidad y encontraron la forma de ganar dinero en ese esquema. Las que más “bimonetarizan” son ellas.
En el ránking mundial de los países con más fugadores, Argentina ocupa el tercer lugar, detrás de Rusia y Gran Bretaña. Y es el país que atesora más dólares después de Estados Unidos. Una parte estará en el colchón de sectores medios, pero el grueso de esas fortunas pertenece a las grandes corporaciones. Sin embargo, cada vez que explican el fenómeno describen al trabajador que junta dos pesos para comprar un dólar.
Desde el miércoles de la semana pasada, el lobby fue una locomotora lanzada a todo vapor presionando por una devaluación. Se producía un cambio de ministro. Un ministro importante, es cierto, pero no era el fin del mundo ni del Gobierno. Los medios hegemónicos tuvieron titulares como “la peor crisis institucional en democracia” o “golpe de Cristina contra el Presidente”. Y de ese estallido político pasaban a la economía con la brecha de los dólares y anunciaban una devaluación inminente. En los mentideros políticos y periodísticos había alguien que decía, en secreto y “en confianza”, “por lo menos del 30 por ciento”.
En realidad, la corrida hacia el dólar blue había empezado antes de la renuncia de Martín Guzmán, cuando se habían anunciado restricciones a las importaciones. Rápidamente hubo operaciones para subir el blue. A ese contexto previo se le sumó la renuncia y el blue pegó otro salto. En realidad, nunca pasó los 280 pesos, pero los medios hegemónicos hablaban de 300 o de mil, decían algunos. No tuvieron que hacer mucho esfuerzo: sólo movieron 1.800.000 dólares. Con muy pocas operaciones y poco capital, provocaron una subida de casi 40 pesos, lo que demuestra que se trata de un indicador muy relativo de los movimientos en los mercados reales. Y al día siguiente bajó a 250 pesos.
Pero en ese momento ya se estaba hablando de la renuncia de Alberto Fernández. Los medios hegemónicos batieron el parche con el golpe de Cristina por lo que la versión de la renuncia del Presidente parecía una consecuencia lógica para los que los siguen y les creen y hasta para los del otro lado que les creen a regañadientes porque también son arrastrados por una agenda que instala los temas que discute o le preocupan a esta sociedad.
El dispositivo de humo es tan poderoso que hasta una periodista le preguntó a la vocera presidencial, el jueves pasado, si Alberto Fernández pensaba renunciar. Era lo opuesto de lo que estaba pasando: esa noche habían cenado en Olivos, el Presidente, Cristina Kirchner y Sergio Massa. El discurso de Máximo Kirchner en Escobar, ese mismo jueves, dejó entrever que las tensiones habían cedido. El discurso de Cristina en Calafate, el viernes, fue igual. No hubo malabares de lapicera ni críticas al Gobierno, pero quedaron abiertas expectativas en los puntos que se discutieron y en los que habría acuerdos. En ningún momento, por lo menos hasta ahora, la situación podía equipararse ni de lejos, con la salida anticipada de Raúl Alfonsín o con la de Fernando de la Rúa, como había querido instalar la máquina de humo.
Tampoco hubo golpe de Cristina como decían. La arquitectura del Gobierno es doblemente asimétrica en sentidos opuestos. La vicepresidenta es la que tiene mayor representatividad. Pero el Presidente es el que tiene la capacidad de decisión a nivel institucional. Así como está ahora, esa arquitectura funciona si las tensiones que surgen de esas asimetrías se articulan y no se anulan.