Desde Río de Janeiro

Este sábado, en otra de las tantas marchas con Jesús – la que más gente atrajo – realizada en San Pablo, el ultraderechista presidente Jair Bolsonaro volvió a insistir en uno de sus temas favoritos, la “guerra del bien contra el mal”.

Una vez más disparó ferozmente contra cuestiones que predominan en sus pronunciamientos: “Estamos contra el aborto, contra la ideología de género, contra la liberación de drogas, somos defensores de la familia brasileña”.

Hasta este punto, ninguna novedad: Bolsonaro es de los más ostensibles defensores de posiciones ultraconservadoras.

Como de costumbre, advirtió sobre los riesgos de que Brasil vuelva a ser un país “pintado de rojo”. Pidió que “nuestro país no experimente los dolores del socialismo”, y luego de mencionar a Venezuela, Chile, Argentina y Colombia, aseguró que “no queremos eso para nuestro Brasil”.

Frente a una multitud arrodillada en la calle declaró: “Somos la mayoría en el país, la mayoría del bien, y en esta guerra del bien contra el mal el bien vencerá otra vez”.

El problema es cómo el bien – léase: Bolsonaro – pretende derrotar al mal, léase el expresidente Lula da Silva, franco favorito en todos los sondeos relacionados con las elecciones de octubre.

Dos días antes, el pasado jueves, en otra de sus transmisiones semanales por internet el mismo Bolsonaro volvió a atacar el sistema electoral brasileño, anunciando una vez más que presentará “pronto” pruebas de la vulnerabilidad de las urnas electrónicas. También mantuvo acelerado su violentísimo tiroteo contra el Tribunal Superior Electoral y a algunos integrantes del Supremo Tribunal Federal, instancia máxima de la Justicia.

Vale recordar que desde que fue implementado, hace más de veinte años, jamás se detectó ningún vestigio de manipulación del sistema. Bolsonaro, sin embargo, y escudado por su ministro de Defensa, el general en actividad Paulo Sergio Nogueira, sigue insistiendo en que se implante una “auditoría paralela” al conteo de los votos, que sería llevada a cabo por el Ejército. Caso contrario, anuncia que no reconocerá el resultado.

Hace poco, en una reunión con empresarios en Rio de Janeiro, el general retirado Walter Braga Netto, que ocupó el ministerio de Defensa y ahora aparece como candidato a vicepresidencia junto a Bolsonaro, dijo que sin la auditoría exigida por el ultraderechista “no habrá elecciones”. Luego se desdijo. Olvidó que fue grabado por uno de los presentes.

"Bondades"

Al mismo tiempo en que sube el tono de sus amenazas Bolsonaro incita a sus seguidores más radicales – se calcula que correspondan a 15 por ciento del electorado – a mantenerse “en alerta permanente” para exigir “elecciones auditables”. Y anuncia una serie de “bondades” aprobadas por el Congreso surgido en la estela de su elección en 2018, y considerado el peor desde la redemocratización de 1985.

Entre las “bondades” hay un “auxilio Brasil” que beneficiará a unos 40 millones de brasileños con 120 dólares al mes hasta diciembre, además de una bonificación única de 200 dólares a los camioneros para combustible.

Violando radicalmente no solo a la legislación electoral pero a la misma Constitución, esa distribución de dinero vedada por ley en época de elecciones rondará la casa de los doce mil millones de dólares. Son recursos desviados del ya corroído presupuesto de Educación y Salud, y significan un agujero inmenso que elevará aun más la ya elevada inflación prevista para 2023.

Brasil tiene hoy un cuadro tremendo, a raíz de la falta absoluta de una política económica y social de parte del gobierno. Son 53 millones de brasileños en estado de pobreza, y otros trece millones en extrema pobreza. De cada cuatro niños brasileños, solamente uno come tres veces al día.

La inflación supera desde hace un año la marca de los once por ciento, lo que significa una corrosión creciente en los ingresos familiares.

Bolsonaro, sin embargo, pasa de largo a ese cuadro. Insiste, en sus cada vez más rabiosos pronunciamientos, en decir que el país está en situación mucho mejor que las principales economías del mundo. Reitera que tanto los combustibles como los alimentos cuestan aquí mucho menos que en Estados Unidos, Inglaterra y Alemania, olvidándose que los ingresos medios en eses países son al menos diez veces más elevados que en Brasil.

La insistencia desesperada de mantenerse en el puesto tiene, en el caso de Jair Bolsonaro, algo más que el deseo de apegarse al poder.

Él sabe que sin la inmunidad asegurada por ley al presidente su destino directo será la Justicia, y que difícilmente escapará de una condena dura por todos los crímenes que cometió mientras se sentó en el sillón presidencial.