Desde Londres
Los conservadores han dominado la política británica en los últimos 100 años. Vienen gobernando desde 2010, con el Thatcherismo alcanzaron un record histórico (1979-1997), en los 50 y principios de los 60 tuvieron el poder durante 11 años. En comparación, el laborismo tuvo un solo período largo de gobierno (1997-2010) con el “Blairismo”. Las otras gestiones laboristas duraron un período, a veces sostenidas por alianzas extrapartidarias, por más que en algunos casos, consiguieron implementar grandes transformaciones (el estado de Bienestar Social de la posguerra, por ejemplo).
Este balance histórico ha llevado a que los mismos conservadores se jacten de ser el “partido natural” del gobierno. Más allá de que se trate de una evaluación interesada y narcisista, la debacle del gobierno de Boris Johnson ha abierto un profundo interrogante sobre su vigencia.
Muchos analistas creen que el hedor que dejaron sus dos años y medio de gobierno (Partygate, escándalos financieros, sexuales) será difícil de disimular, más cuando la enorme mayoría de los candidatos a sucederlo formaron parte de su gobierno. Pero además, Boris Johnson dimitió el jueves, pero no se ha ido: sigue siendo el primer ministro en funciones hasta que los conservadores elijan un nuevo líder partidario que automáticamente se convertirá en primer ministro. Este proceso puede tomar hasta tres meses: una eternidad en política.
El Chernobyl rubio
Apodado así por el semanario británico conservador The Economist, su renuncia dio la vuelta al mundo, pero salvo en el Reino Unido pocos repararon en el hecho de que sigue siendo el primer ministro en funciones y que está buscando formar un gobierno de transición.
El proceso no es fácil porque en las caóticas 48 horas que precedieron a su dimisión renunciaron más de 50 ministros, secretarios y subsecretarios de estado, y asistentes de éstos: la maquinaria gubernamental quedó semi vacía. No son muchos los que quieren servir a sus órdenes. Muchos temen lo que el The Economist llamó la “toxicity” (toxicidad) de Johnson: su cercanía contamina las carreras políticas más impolutas.
El laborismo, la oposición y buena parte del partido Conservador han pedido que dé un inmediato paso al costado y que se nombre a una figura de consenso en su lugar.
Johnson no quiere saber nada de esa salida a las patadas y por la ventana. Pero no está en sus manos. Los laboristas presentarán una moción de censura esta semana contra el nuevo gobierno del “Chernobyl rubio”.
Mucho dependerá del apoyo que consiga esta moción de los diputados conservadores que siguen gozando de una amplia mayoría parlamentaria. Pero continúe o no Johnson en lo inmediato, el problema, como puntualizaron el The Economist y otros medios, va mucho más allá de su figura: es el país y los mismos conservadores.
¿Quo Vadis conservadores?
Con ya 12 años en el poder marcados por un permanente ajuste fiscal, los conservadores no solo van a tener que salir de este entuerto y elegir un nuevo líder. Al mismo tiempo van a tener que decidir qué rumbo toma el partido.
En estos últimos 100 años ha habido dos grandes tendencias. Los “one nation conservatives” (conservadores con conciencia social) han buscado preservar la unidad nacional a través de un paternalismo estatal que resuelva o ponga un parche más o menos digno a las fracturas de clase y geografía que dividen al país.
Esta variante de conservadurismo dominó el partido hasta que en 1979 llegó Margaret Thatcher al poder y sentó las bases de un neoliberalismo que se proyectó por el mundo en los 80 y 90.
Thatcher es hoy como Churchill para los conservadores: una figura totémica. Pero el mundo ha seguido dando vueltas. Las promesas neoliberales del “trickle down” (derrame de la riqueza gracias a la privatización y el mercado) no se cumplieron. La desigualdad sigue creciendo, la economía depende cada vez más del sector financiero, los niveles de evasión fiscal y desfinanciamiento del estado alarman.
Es interesante la evaluación del The Economist porque proviene del mismo campo conservador que celebró el Thatcherismo. “El país es mucho más pobre de lo que cree. El déficit de cuenta corriente ha explotado y el interés de la deuda está creciendo a pasos agigantados. Si el próximo gobierno insiste en aumentar el gasto público y bajar impuestos al mismo tiempo, se encamina hacia una crisis terminal. La política que asuma tiene que estar anclada en la realidad”, señala el semanario.
Conservative´s choice
Como la Sophie´s choice de la célebre novela y película, la decisión que tomen los conservadores abrirá heridas profundas. La tendencia dominante, los Thatcheristas, quieren seguir ajustando las cuentas fiscales y al mismo tiempo bajar impuestos (sin combatir la evasión fiscal de multinacionales y multimillonarios).
Los “One nation Conservatives” quieren aumentar el gasto público para lidiar con la creciente pobreza del país, intensificada por la inflación global. En este grupo están los influyentes diputados conservadores que en 2019 consiguieron un milagro político: derribar el muro rojo en el norte del país desplazando a los laboristas que perdieron un bastión histórico.
Boris Johnson se las arregló retóricamente para estar con ambas partes. En sus dos años y medio de gobierno prometió aumentar el gasto público, avanzar una ambiciosa agenda igualitaria y bajar impuestos porque los conservadores “are the party of low taxation”.
Esta retórica chocó con la realidad, más en tiempos de Covid. El resultado fue que los conservadores terminaron subiendo impuestos y no hicieron las inversiones prometidas para “nivelar” (level up) el empobrecido y desindustrializado norte y el afluente sur inglés.
Según el último informe de la Fundación Joseph Rowntree, experta en el tema de la pobreza y desigualdad británicas, un 22 por ciento de la población vive en pobreza: unos 14 millones y medio son menores de edad. El cálculo es que la pobreza seguirá creciendo con el alza del costo de la vida. En los próximos 12 meses casi otro millón y medio ingresará en esa franja, incluyendo a medio millón de menores.
Get Brexit done
Una de las principales consignas con que Johnson consiguió su aplastante victoria en diciembre de 2019 fue “get Brexit done”: lograr el acuerdo de salida de la Unión Europea luego de casi cuatro años de negociaciones. En efecto, ese 31 de diciembre el Reino Unido se separó del bloque europeo, pero con el “Chernobyl rubio” a la cabeza el Brexit firmado en un solemne tratado, está a punto de desintegrarse y dar paso a una guerra comercial con el bloque europeo.
En junio el gobierno de Johnson decidió declarar nula de manera unilateral la parte del acuerdo que lidiaba con Irlanda del Norte. El anuncio profundizó la crisis existente con la Unión Europea (UE) y puso en peligro el proceso de paz en la provincia que entra en estas semanas en la turbulenta temporada de las marchas (celebraciones históricas unionistas de la victoria en el siglo 17 sobre los católicos) que suele elevar la temperatura política hasta desbordes de violencia callejera.
Bruselas y Dublín celebraron discretamente la renuncia de Johnson con la esperanza de que haya mejores relaciones con su sucesor. No hay ninguna señal de que esto vaya a ocurrir. En el referendo de 2016 para salir de la UE, un 80 por ciento de los conservadores votaron a favor del Brexit. Las cosas no han cambiado. Muy difícilmente el nuevo líder se pueda apartar mucho de la línea trazada por Johnson sin desgarrar aún más al partido.
Es la economía, estúpido
El Brexit duro de Boris Johnson – separación tajante de la UE, pérdida del mercado unificado europeo – tuvo un claro impacto económico. Un 40 por ciento del comercio global británico es con países de la UE. Desde el Brexit las exportaciones al bloque europeo cayeron en un 30 por ciento. El impacto se siente en la pequeña y mediana industria, pero también en los precios, sobre todo los de los alimentos. El Reino Unido importa casi la mitad de sus alimentos: un 50 por ciento aproximadamente le llegan de la UE.
Este Brexit duro de Johnson ha potenciado la crisis económica de la pandemia y la guerra. En los últimos 12 meses los precios – en especial alimentos y energía – se quintuplicaron. Un país que se preciaba de una inflación anual de un 2 por ciento, tiene hoy una de un 11 por ciento. Los salarios públicos están estancados desde el comienzo del gran ajuste conservador en 2010 y los privados han sufrido el impacto de los tres últimos años.
Desde principios de junio ha habido una ola de huelgas en subtes, trenes, terminales aéreas y aerolíneas con miles de vuelos cancelados en plena temporada veraniega. Héroes de la pandemia como el sector de salud y educación amenazan con huelgas si no les equiparan los salarios con la inflación. En los medios lo bautizaron el “summer of discontent”.
Si se suma esta turbulencia económico-social al feroz desatino político de los dos últimos años, el resultado es una fuerte crisis de legitimidad del gobierno de transición de Johnson y del que vaya a sustituirlo. En un sistema presidencialista, en caso de dimisión asume el vicepresidente. En un país que tiene un régimen parlamentarista, el reemplazante será elegido o elegida por los diputados conservadores y los miembros del partido, no por el conjunto del pueblo. El nuevo gobierno nacerá rengo.
Un Reino en crisis
En 1097 días de desgobierno Boris Johnson derrochó el capital político que había ganado en diciembre de 2019 con el fervor de alguien que se dedica a gastar todo lo que sacó en la lotería. Como suele suceder, el vertiginoso despilfarro de una fortuna deja tierra arrasada. Los escoceses nacionalistas, que votaron masivamente a favor de permanecer en la UE, quieren un nuevo referendo para independizarse. Los autonomistas galeses están acostumbrándose a usar más la “i” de Independence que la “a” de “Autonomy”. La división en Inglaterra entre un norte pobre y desindustrializado y un sur afluente es más evidente que nunca.
Aún en el escenario más optimista, la esperanza que suele producir un nuevo nombre después de un período de crisis, difícilmente dure: el desgaste del “partido natural del gobierno” solo ha comenzado. Ahora, según Sean O´Grady, del diario The Independent, viene lo peor. “El nuevo gobierno no cambiará nada porque la mayoría de los problemas que enfrentamos se deben al Brexit y el próximo gobierno seguirá la misma línea o será incluso más duro y autoritario para poder ganar la elección interna para reemplazar a Johnson. La votación final estará en manos de los miembros del partido que son unos 90 mil, en su mayoría de avanzada edad, reaccionarios y que ni siquiera representan a los conservadores. Una pesadilla”, señaló O´Grady.