Primero lo hizo como alquimista de la identidad del rock latinoamericano, luego se encargó de redimir y modernizar la música ciudadana rioplatense, y en el medio se aventuró a la realización de bandas de sonido. Lo que devino en sendos Oscar. Así que tras apilar un sinnúmeros de golazos en los últimos tres lustros, en los que puso su sapiencia y vasta trayectoria al servicio del proyecto o del otro, Gustavo Santaolalla malacostumbró al público a pensar en él más en calidad de productor, músico, entrepreneur y empresario que de intérprete o cantautor. Al punto de que su último trabajo de estudio (en solitario) compuesto por canciones fue GAS, que data de 1995. O sea, hace ya muchos años. Así que el anuncio en 2016 de una serie de recitales retrospectivos, donde repasaría sus cinco décadas en la música, se tornó en una sorpresa. Especialmente porque buena parte del repertorio se encontraba sustentado en los temas de su banda seminal, Arco Iris, con los que se reencontró después de varias décadas. Tantas que parecía imposible que sucediera.  

Esos tres shows, repartidos entre el Teatro Colón, el Centro Cultural Kirchner y el programa Encuentro en la cúpula, quedaron registrados en el nuevo álbum de Santaolalla, Raconto, publicado a fines de mayo. Si bien el emprendimiento podría haber terminado ahí, el músico, fiel a su impronta, fue por más. Entonces armó una serie de actuaciones, por ahora a nivel nacional, para compartir en vivo un proyecto pensado específicamente para ese formato. Aunque muchos tracks parecen de un disco de estudio, en otros, bien al final, se pueden escuchar los aplausos. La primera de las performances del flamante material, enmarcada en la gira Desandando el camino, sucedió en la noche del sábado en el Teatro Coliseo. En las inmediaciones, la sensación que palpitaba era la del encuentro con un emblema del rock argentino.   

Minutos antes de que se levantara el telón, y ya a oscuras, la sala fue escenario de un concierto de toces, lo que dejaba en evidencia la dureza con la que golpeó el frío en la ciudad. Aunque también rompió el hielo ceremonial. Pero sólo durante un instante, pues apenas Santaolalla y su banda asomaron con “Abre tu mente”, clásico de Arco Iris, la solemnidad se adueñó del teatro. No obstante, rápidamente ésta bajó un cambió y tomó forma de almíbar con la oda pop bossanovera “¿Quién es la chica?”. “No saben al alegría que me da estar aquí. Es un lugar que me trae muchos recuerdos”, expeditó el artista. “Luego de sentarme y reflexionar, me dieron ganas de recrear mi vida de chico hasta ahora. Eso hizo que revisara cientos de canciones. Algunas de ellas muy inspiradoras”. Lo que dio pie a “Y una flor”, de claro matiz medieval, a la que siguieron “Camino” y “Hoy te miré”, con las que dejó constancia de la capacidad de desdoblamiento del pop al rock progresivo y el poder generacional de esos temas. Luego abordó el matiz folklórico del cuarteto en “Vasudeva”. 

Antes de hacer “Zamba”, Santaolalla recordó cómo la intelligentsia del rock argentino se resistió en los sesenta al diálogo con el folklore. Preludio para “Quiero llegar”, suite que compendia el jazz, Piazzolla y el rock progresivo, y cuyo inicio desató un coro aprobatorio entre el público. A pesar de la pluralidad generacional de la audiencia, el recital reveló al segmento más joven uno de los cancioneros más exquisitos del acervo de la música popular contemporánea nacional. Confinado, hasta ahora, al ostracismo. De algún modo, puede establecerse que la brillantez de su artífice, al momento de desempolvar este material, fue respetar sus arreglos. Esta actitud le permitió demostrar, no sólo lo bien que maduró, sino la manera en que evolucionó su voz. De eso dio muestras, por ejemplo, en “Canción de cuna para el niño astronauta”, a la que introdujo evocando su interés desde chico por lo interplanetario. Pero, a manera de adelanto de lo que se venía, cerró la primera parte del show con “Río de las penas”, tema que compuso al lado de –nada menos– Mercedes Sosa, León Gieco y Milton Nascimento. 

Si con esto ya bastaba y sobraba para postular a este recital entre los mejores del año, Santaolalla volvió media hora más tarde para picotear un poco en sus discos en solitario, de los que rescató canciones como “Hasta el día en que vuelvas” y “Ando rodando” (ambas de su homónimo trabajo debut, de 1982). O “A solas”, “Todo vale” y “Vecinos” (incluidos en GAS). Al igual que en sus colaboraciones con León Gieco, camaradería que recordó y de las que hizo “De Ushuaia a La Quiaca”, “El cardón”, “No sé qué tienen mis penas” y “No existe fuerza”, de la banda de sonido de la serie documental Qhapaq Ñan, que tuvo una dedicatoria a “dos mujeres que a las que admira y lo inspiran”: Nora Cortiñas y Estela de Carlotto. Ambas estaban presentes en la sala y fueron ovacionadas por el público. También hubo un potpurrí de Secreto en la montaña, precedida por la música que hizo para el videojuego The Last of Us. Y claro, la cuota bajofondera las aportaron “Pena en mi corazón” y “Pa’ bailar”. Sin embargo, eso fue en el cierre del recital y con una audiencia efervescente.  

Pero para llegar a ese estado tocó “una que se saben todos”. Así se mandó “Mañana campestre”, hitazo de Arco Iris (también hubo reconocimiento para su baterista, Horacio Gianello, presente en el teatro) que estuvo antecedida en la segunda parte del show (cuyo éxito motivó la confirmación de una segunda función el 30 de septiembre) por “Paraíso sideral” y seguida por “Sudamérica”: “La tierra prometida pronto va a despertar”. Y ese pasaje del tema lo supo encarnar la banda que lo acompañó. No es un secreto que Santaolalla –quien a lo largo del recital alternó las guitarras acústica y eléctrica con el ronroco–, siempre se rodeó de músicos notables. Esta ocasión no fue la excepción. Además de su socio Javier Casalla, el artista de 65 años reclutó a una troupe brillante de multiinstrumentistas, conformada por Barabarita Palacios, Andrés Beeuwsaert, el pampeano Nicolás Rainone y el riojano Pablo González, que le ayudó a consumar una deuda con su pasado y a reclamar esa estrella de leyenda del rock argentino que tanto lo estuvo esperando.