Nadie sabía nada sobre ese tipo con cara aindiada que se había convertido con su música en un profeta contra el apartheid y era más admirado en Sudáfrica que John Lennon o Mick Jagger. Lo único que conocían era su foto de la tapa del disco Cold Fact, en la que para colmo aparecía con un sombrero cuya ala le llegaba hasta las cejas y encima tenía puestos anteojos negros.
Tampoco sabían cómo había llegado ese álbum a Sudáfrica. Nada, ningún dato. No sabían quién era, ni en qué país vivía y hasta desconocían si estaba vivo o muerto, ya que una fuerte versión decía que, desencantado con su carrera, se había pegado un tiro en la sien en pleno show.
Lo que conocían de memoria eran sus canciones, cuyas letras inspiraban a mediados de los 70 a los sudafricanos que luchaban contra la opresión y el autoritarismo del régimen sudafricano. “Sugar Man, ¿no te das prisa? / Porque estoy cansado de estas escenas/ Por una moneda azul, ¿no traerás de vuelta todos esos colores a mis sueños?”, decía la letra de Sugar Man y la población negra la repetía como un mantra en su lucha contra el apartheid.
Los relojes y rutinas del fordismo
El hombre de cara aindiada era Sixto Rodríguez, cantante, guitarrista y compositor estadounidense. Había nacido en el estado de Michigan en 1942, en el seno de una familia mexicana que había emigrado a Detroit, la ciudad emblema del fordismo, donde habían llegado en busca de trabajo en alguna de las tantas factorías automovilistas asentadas en el por entonces pujante distrito del centro del país norteamericano, con casi dos millones de habitantes.
Durante su juventud, Sixto vivió el auge de la “Motor City”, cuando Chrysler, Toyota y la General Motors producían la mayoría de los autos que circulaban por los Estados Unidos.
También fue testigo de la debacle de la industria automotriz en Detroit, cuando las grandes marcas cerraron sus fábricas y miles de trabajadores latinos y negros quedaron en la calle.
En ese contexto recesivo y de cada vez mayor violencia racial, Sixto comenzó a escribir sus canciones con un fuerte contenido político y social. “Y puedes mantener tus símbolos de éxito / Entonces buscaré mi propia felicidad / Y puedes guardar tus relojes y rutinas/ Entonces voy a arreglar todos mis sueños destrozados”, decía en I’ll Slip Away.
De veces en cuanto cantaba por unas monedas en los bares de la ciudad, oscuros y pequeños tugurios frecuentados por desempleados, borrachos y gente abandonada a su destino. Hasta que alguien lo vio actuar y le recomendó a un productor que valía la pena ir a escuchar la música que hacía Rodríguez.
Los productores lo describían como un tipo misterioso, con un extraño carisma y aspecto de indigente. Les llamaba la atención que Sixto Rodríguez no acepta reuniones en domicilios particulares ni en bares. Los encuentros tenían lugar en distintas esquinas de la ciudad que elegía Sixto. Sospechaban que vivía en la calle.
Con Jesús en la alcantarilla
En 1967, a los 24 años, grabó bajo el nombre de Rod Riguez el simple I’ll Slip Away, con muy escasa repercusión. Los próximos tres años siguió actuando esporádicamente en bares, a veces a cambio de comida, a veces a cambio de modestos pagos.
En 1970 firmó contrato con la discográfica Sussex Records y grabó ya como Rodríguez dos discos: Cold Fact (1970), que mezclaba folk-rock y canciones de protesta, y Coming from Reality (1971). Las críticas fueron despiadadas y las ventas bajísimas. Cold Fact, que incluía el tema que mucho tiempo después se convertiría en un hit, Sugar Man, apenas vendió un puñado de copias. Lo despidieron del sello dos semanas antes de Navidad.
“Porque perdí mi trabajo/ Dos semanas antes de Navidad / Y hablé con Jesús en la alcantarilla/ Y el Papa dijo que no era asunto suyo”, cantaba en Cause, como una profecía autocumplida.
Su talento como letrista, compositor, guitarrista y su dulce voz no fueron suficientes para que lograra instalarse con esos dos buenos discos en el mercado musical estadounidense.
Sixto Rodríguez tras esa corta experiencia en la industria musical sepultó el sueño de ser un artista reconocido. Su carrera se había terminado casi al mismo tiempo que había empezado. Volvió a su casa de siempre en un barrio de la periferia de Detroit y consiguió trabajo como obrero de la construcción en las afueras de Michigan.
Nunca más se lo vio en los bares de Detroit ni en algún otro ámbito musical. Para el mundo de la música, la tierra se lo había tragado.
Profeta en tierra lejanas
Alejado de todo, Sixto no sabía que lejos de Detroit y de su esforzada y monótona vida de obrero, lejos de su mundo y de sus sueños rotos, en Sudáfrica, sus discos se agotaban y sus canciones acompañaban las marchas contra el apartheid.
Las masas oprimidas que recorrían las calles de ese país del sur de África coreaban los estribillos de sus canciones y se hacían preguntas sobre el profeta que le daba letra a sus luchas. ¿Quién era Sixto Rodríguez? ¿Estaba vivo? ¿Dónde vivía? ¿Cómo había llegado su música a Sudáfrica?
La versión más aceptada sobre la existencia en Ciudad del Cabo de uno de los pocos discos vendidos por Rodríguez en los Estados Unidos contaba que una joven estadounidense que estaba de novia con un sudafricano había sido quien había llegado con el álbum Cold Fact. Las canciones de Rodríguez primero comenzaron a circular entre un pequeño circulo a través de grabaciones caseras, que luego se comenzaron a multiplicar. La música del misterioso Rodríguez también se empezó a hacer conocida en Australia y Nueva Zelanda.
Músico de culto y disco de platino
Ante la creciente popularidad del cantautor, la compañía discográfica australiana Blue Gosse Music compró los derechos de los dos discos de estudio de Sixto Rodríguez y además lanzó una compilación con temas inéditos.
Sin que ni siquiera en sus mejores sueños se lo pudiese imaginar, sus álbumes se agotaban apenas eran colocados en las bateas de las disquerías y Cold Fact se convirtió en disco de platino. Muchas de las canciones de Sixto fueron prohibidas por la Radio Televisión estatal de Sudáfrica, pero ya era tarde: la gente conocía sus letras de memoria y las cantaban en sus casas y en la calle, durante las marchas contra el régimen sudafricano.
Lo que se prohíbe, siempre encuentra alguna hendija y logra crecer. Y así, músicos locales como Koos Kombuis y Willem Möller, inspirados en Rodríguez provocaron la revolución musical Afrikaan, que representaba la lucha de los negros contra la segregación racial.
Los años pasaban y también las décadas. La lucha contra la opresión mantenía la llama siempre encendida y en paralelo el mito del autor de Sugar Man (que en realidad habla de un dealer) crecía y crecía. Había algo que tampoco cambiaba: nadie sabía quién era Rodríguez ni dónde estaba.
Buscando a Sixto Rodríguez
Steven Segerman tenía una disquería en Ciudad del Cabo, le decían Sugar Man, por su fanatismo por Sixto, y un día se le ocurrió averiguar quién cobraba las regalías de los discos. Siempre obtenía la misma respuesta de la discográfica: “Estamos averiguando para darle una respuesta”. Hasta que un día, volvió a llamar y quedó sorprendido al enterarse que la discográfica había cambiado el número telefónico.
Algo andaba mal, pensó Segerman, alguien se está quedando con los dividendos de la venta de discos -se dijo- y esa sospecha se volvió la punta del ovillo que le permitía pensar que acaso Sixto Rodríguez no se había suicidado.
Con el periodista sudafricano Craig Bartholomew-Strydom, también fanático del músico estadounidense, decidieron iniciar una investigación por distintos medios para dilucidar de una buena vez el misterio que envolvía a la admirada figura de Rodríguez.
En enero de 1998 Strydom viajó a Estados Unidos para entrevistarse con los productores de los dos discos de Sixto. El periodista sudafricano lo primero que preguntó fue cómo había muerto el cantante. La respuesta lo dejó tan perplejo como ilusionado: está vivo, le dijeron, aunque no sabían nada de él, ni a qué se dedicaba ni dónde vivía.
Internet no tenía el tráfico actual, pero Segerman y Strydom diseñaron un sitio dedicado a Sixto con la esperanza de conseguir alguna información. La noticia llegó más pronto de lo que esperaban. Una de las tres hijas de Sixto, Eva, tras asimilar la sorpresa de que su padre era un músico famoso y muy querido en Sudáfrica, se comunicó telefónicamente con Segerman. “¿En serio quieren conocer la historia de mi padre?”, dijo aun sorprendida la chica.
Sixto tenía 56 años y hacía casi 30 años que trabajaba en la construcción para mantener a sus tres hijas. “Mientras la lluvia bebía champán/ mi Arcángel Estonio vino y me emborrachó/ Porque el beso más dulce que he tenido/ Es el que nunca he probado”, se lamentaba en la canción Cause.
Tras una buena historia
El director de cine sueco Malik Bendjelloul, que estaba de viaje por el mundo buscando una buena historia para hacer un documental, conoció a Segerman y se unió a la empresa de buscar a Sixto. Cuando se enteró que una hija del músico había respondido que su padre estaba vivo, el sueco decidió trasladarse a Michigan para reconstruir la historia del músico.
Así, en el documental Searching for Sugar Man se contó la increíble vida de Sixto Rodríguez, sin adelantar el final feliz. La película resultó conmovedora, casi atribuible a un inspirado novelista, que cuenta una historia hecha en partes iguales de fracasos y éxitos, de sueños truncos y mágicas reparaciones, de malas y buenas jugadas del destino.
El documental tampoco dejó de lado los espurios manejos de la industria musical. Y mostró que, pese a los récords de discos vendidos en Sudáfrica, Rodríguez nunca había recibido ni un solo dólar.
En 2012, entre una veintena de premios obtenidos por el filme, Searching for Sugar Man obtuvo el Óscar en la categoría Mejor Documental Largo. Dos años después, su director, Bendjelloul, se suicidó.
El hombre de azúcar vuelve a cantar
Con la noticia de que Sixto Rodríguez estaba vivo, se generó en Sudáfrica y Australia una enorme expectativa. Al fin el misterio había sido develado y ahora el entusiasmo estaba puesto en escuchar en vivo al hombre cuyas canciones conocían de memoria.
En marzo de 1998 finalmente el cantautor aterrizó en Ciudad del Cabo e hizo una gira por todo el país, con entradas que se agotaron apenas habían sido puestas en venta para sus seis conciertos.
En su primera presentación, el 6 de marzo, Rodríguez se sorprendió cuando la multitud coreaba todos sus temas y se emocionó al ver en las primeras filas al público llorando de alegría. “Gracias por mantenerme vivo”, atinó a decir apenas subió al escenario y fue recibido por una larga ovación.
En 1994 Mandela ya era presidente, había abolido el apartheid y Sudáfrica había organizado el Mundial de Rugby en 1995 con el objetivo de seguir acercando a las partes de un país partido en dos.
Sixto Rodríguez siguió volviendo muy seguido a Sudáfrica y también a Australia. Realizó presentaciones además en Suecia. En total, brindo casi un centenar de conciertos, ante un público que seguía coreando sus canciones con el mismo fervor que cuando luchaban contra el apartheid.
En las últimas presentaciones, hace poco más de dos años, le costaba pararse frente al micrófono debido a un avanzado glaucoma, pero sin embargo nada le impedía disfrutar del público que lo amaba, tan lejos de Michigan, donde le habían dado la espalda.
Sixto Rodríguez hoy cumple 80 años. Vive en Detroit con sus tres hijas (Sandra, Reagan y Eva), es un artista de culto y, finalmente, tras las trampas y premios del destino, la vida le dio el beso más dulce que él creía que nunca iba a probar. “Soy una persona afortunada, me sorprende todo lo que me ha ocurrido en la vida”, suele repetir el hombre que le ganó al destino.