“Fue una experiencia muy significativa jugar contra Los Murciélagos. Recuerdo que nos vendaron los ojos y estábamos un poco en las mismas condiciones que ellos, supuestamente. Pero era una diferencia abismal la que había entre ellos y nosotros porque controlaban todo. La pelota hacía ruido y sabían cómo dar pases, cómo encontrarse con sus compañeros. Y yo, en lo personal, prácticamente ni toqué la pelota. Era una cancha chica y no sabía ni dónde estaba parado… Estaba totalmente perdido. Y como no veía, no podía hacer nada. Ahí nos dimos cuenta de lo que pueden hacer jugando al fútbol porque lo hacen con naturalidad. Cuando los ves jugar, tocan la pelota, hacen buenos goles. Y definen bien”, le recordó Ricardo Bochini su experiencia con el seleccionado argentino de fútbol para ciegos al periodista Alejandro Ansaldi para su libro Fútbol ciego (el arte de volar como Los Murciélagos), flamante publicación de la editorial Al Arco.

Aquel encuentro era de exhibición entre jugadores históricos e integrantes de Los Murciélagos, que ganaron 4 a 1. Junto al Bocha jugaba también el Beto Alonso. Aún se sospecha que el gol del descuento lo hizo Alonso levantándose levemente sus gafas. La pelota se clavó en el ángulo.

Ésta es apenas una de las varias anécdotas a las que apela Ansaldi para, a través de un libro ameno, hacer justicia con la historia de este equipo que se construyó de abajo. Ansaldi cuenta cómo, cuándo y quiénes empezaron a jugar al fútbol para ciegos en el país. Dialoga con cada uno de los protagonistas sin apelar a los golpes bajos que puede permitir el tema.

Recorre las instalaciones del Instituto Roman Rosell, en San Isidro, lugar en el que se comenzó a plasmar la idea de hacer un equipo que permita a los no videntes jugar al fútbol. Lo que siguió fue la creación de la Federación Argentina de Deportes para Ciegos (FADEC) y su posterior inclusión en la Federación Internacional de Deportes para Ciegos (IBSA). Los 90 fueron los años del despegue a nivel mundial. Se ganaron dos mundiales y Parapanamericanos, entre otros títulos. También se cuentan logros fuera de las canchas: Konex y Olimpia.

No podría hablarse de los Murciélagos sin destacar a su símbolo, Silvio Velo. “En 2002 Argentina fue campeón del mundo en Brasil, en Río. Y Silvio Velo la rompió y se convertiría, con el paso de los años, en el mejor futbolista ciego del mundo”, apuntala Ansaldi, quien fue más allá de preguntar, escuchar y después escribir. También jugó al fútbol con ellos para contar la experiencia. “Es casi imposible hacer lo que hacen ellos”, dice ahora. Llegó a Los Murciélagos de la mano de su mujer, Natalia, maestra de ciegos que se había anotado como voluntaria para la Copa América 2009 que se jugó en Argentina. Desde entonces, además de sus coberturas deportivas para el diario La Prensa, donde trabaja, se tomó la costumbre de ir a ver partidos de no videntes. “Me volví loco. Traté de pensar cómo podían desarrollar un deporte complejo con tanta habilidad si no tenían la posibilidad de utilizar sus ojos mientras yo los miraba con los míos, sanos, haciendo goles, tacos, lujos, amagos. No podía dejar de verlos. Mi vista, ahí. Las de ellos, apagadas. Pases profundos y cortos, festejos, abrazos. Vi fútbol de verdad, jugado por futbolistas que gritaban goles que no podían ver. Fue impresionante”, reflexionó en Fútbol ciego.

La historia del seleccionado, y del fútbol para ciegos, es la historia de gente que traspasó los límites de las canchas para dialogar con futbolistas de todo el mundo y organizarse para jugar. Por eso el logro tiene más sabor. Aunque queda todavía mucho camino por recorrer. Falta apoyo económico y estratégico y la burocracia no hace más que cerrar puertas cuando deberían abrirse. 

“Entre todos esos mundos que conviven en el fútbol, hay un mundo en el que no se ve. Se juega, pero no se ve. Se gambetean rivales, se circula la pelota, se defiende un resultado, se transpira una camiseta, se le pega al segundo palo, se hace todo lo que hay que hacer en una cancha de fútbol, pero no se ve. Porque los que juegan son ciegos. Cada mundo de los que habitan el mundo del fútbol tiene su historia. Y el mundo del fútbol de ciegos no es la excepción. El fútbol de ciegos encuentra una solución para cada obstáculo. ¿No vemos? Perfecto. Entonces escucharemos. El oído nos dirá dónde está la pelota, dónde nuestros compañeros, dónde nuestros rivales, dónde el arco”, reflexiona el escritor Eduardo Sacheri desde el prólogo de Fútbol ciego.

Y agrega: “La selección argentina de fútbol para ciegos no tiene un nombre cualquiera. Se llama Los murciélagos. Y creo que no hay mejor nombre para esos jugadores que se ponen la celeste y blanca. Te pueden dejar diez años pensando un nombre para esa selección… y no vas a encontrar un nombre mejor. Se dice que los grandes jugadores de fútbol tienen un radar en la cabeza. Un radar que les indica dónde está cada quien, a su alrededor, mientras juegan. Pues bien: los jugadores de fútbol para ciegos tienen únicamente ese radar. Un radar exquisito, delicado, primoroso… como el de los murciélagos”.