El viernes a la tarde hubo una buena noticia, si se comparte que no hay solución económica posible mientras la conducción política no muestre, aunque fuere, algunos signos de unidad renovada.
Como sabe el micromundo ultrapolitizado, Cristina hizo en Calafate un discurso que bajó varios o todos los cambios y ratificó, apenas con eso, que está en presunto desarrollo un “armisticio” dentro de la coalición gobernante.
De hecho, su aceptación del nombramiento de Silvina Batakis ya suponía que ató su suerte a la del Gobierno.
CFK dispuso quedarse prácticamente sin margen para continuar diferenciándose, en forma descarnada, de cómo le vaya a este último intento de encarrilar la economía.
Tampoco puede eludirse, sin embargo, aquello de que hablamos de un (re)comienzo de lo básico. Nada menos que eso. Y nada más.
¿Es para festejar? No. Es para recrear expectativas, lo cual significa que el FdT ya no está, o no estaría, completamente inerme ante las clarísimas operaciones de desestabilización que ejecuta el Poder concentrado.
Esas acciones de actores políticos y económicos se montan en sus intereses, desde ya, pero igualmente en la eterna vocación oficial por dispararse a los pies. Esto último es lo que habría entrado en una tregua.
Producida la renuncia de Martín Guzmán, que antes de insólita por lo sorpresiva lo fue por el modo y momento escogidos, “volvió” a adquirir vigencia el desbarajuste prácticamente absoluto del Gobierno en materia comunicacional.
Reforcemos un concepto prioritario e indiscutible no ya desde lo académico, sino desde el más elemental sentido común: al margen de errores “autónomos” que puedan tenerse en cómo se transmiten noticias oficiales; en la manera de construir una imagen personal o institucional; en las formas de lo que se declara o se deja de decir, y etcéteras, es la dirección grande de la política aquello que determina la comunicación. Nunca al revés.
Veamos el ejemplo sencillo y terminante de, justamente, lo ocurrido entre el sismo por la dimisión de Guzmán y el anuncio de su reemplazo por Batakis.
En esas veintipico de horas y como enseña un oxímoron de los más empleados, el silencio gubernamental fue atronador.
Preguntas retóricas. ¿Eso pasó porque hay falta de cantidad o calidad de voceros oficiales? ¿Porque los protagonistas disputaban si lo mejor para transmitir disposiciones era la noche avanzada o las primeras horas del lunes? ¿Porque no estaba resuelto si era más adecuado que la nueva ministra apareciera de inmediato o a la mañana siguiente?
No, y mil veces no. La obviedad, asimismo abrumadora, es que pasó por lo casi inenarrable de que no había ni el más mínimo plan B tras la renuncia del titular de Economía, insólita y repudiable en su ejecución; pero de la que el Presidente estaba al tanto con alta probabilidad desde que, el jueves previo y antes también, Guzmán le manifestó su agotamiento por el “bombardeo” a que lo sometían las líneas más duras del kirchnerismo, junto con sus “manos atadas” en, sobre todo, el manejo de Energía.
Pasó porque -mucho más allá de maniobras individuales, venta de humo, periodistas que debieron llenar aire y posteos mediante conjeturas interminables- hubo (¿hay?) un aquelarre de marchas y contramarchas.
Sergio Massa que pedía de todo y se quedó sin nada. O que no pidió nada, y todo lo que se rumoreó fue una opereta para que el Ejecutivo mostrase autoridad frente a reclamos desmedidos del tigrense que, incluso, motivaron el rechazo de Fernández.
La obstinación de Fernández que era no dialogar con Fernández de ninguna manera hasta que, por fin, se cruzaron por teléfono, Fernández propuso a Batakis y Fernández lo aceptó. O viceversa.
Efectuado el arreglo acerca del quién, viene lo que en rigor está primero: el qué, en lugar de cuándo, cómo y dónde (aunque el dónde se lleve sus pergaminos, con cinco cacerolos -cinco, literalmente- impidiendo una conferencia de prensa en la noche tremebunda de Olivos).
¿Qué línea sobre el descalabro de los precios, motorizado por la cotización del tipo de dólar que, a la par de ser un mercado “marginal” de “escaso volumen” es, en la realidad realmente existente, lo que pauta el comportamiento general de la economía?
¿Qué información en torno de medidas a ese respecto; y cuál sobre los vencimientos de bonos en pesos que atribulan al “mercado” porque la emisión condicionaría las pautas con el FMI; y qué sobre los faltantes de productos ligados -o no- a la importación, y así sucesivamente?
¿Acaso había o hay un conjunto de decisiones firmes y contundentes, para que recién después pueda concretarse una comunicación eficaz?
Renunciado Guzmán, ¿se conservan los lineamientos del Plan Aguante, por entenderse que habrá un paulatino reacomodamiento positivo de las variables macro? ¿O habrá correcciones estructurales o de urgencia que, entre otros pequeños detalles, reconstruyan poder adquisitivo de los ingresos populares para no seguir cayendo en picada?
En ese segundo punto sirve otro ejemplo.
Cristina volvió a plantear (nadie parece escucharla o nadie quiere hacerlo) que “estamos sonados venga quien venga” si no hay un nuevo contrato social sobre el bimonetarismo. Un gran acuerdo nacional sobre el que ella no avanza en términos técnicos (¿Una dolarización parcial? ¿Desdoblamiento cambiario? ¿Cambio de moneda?). Pero deja clarísimo, cada vez con mayor insistencia, que, si no hay algún shock en ese aspecto, no hay salida.
Junto con ello, impulsó que se implemente el Salario Básico Universal.
Batakis, en cambio, dijo que no lo ve factible, aunque enfatizó que “es necesario estudiar bien la situación” porque, a futuro, “gran parte de la población (ya) no encontrará soluciones en el mercado de trabajo” (lo vinculó a la Revolución 4.0, como agregado que estuvo muy bien) y debe verse cómo esas personas se proyectan al mercado laboral”.
Luego, la portavoz Gabriela Cerrutti señaló directamente que “no está la posibilidad, en este momento, de avanzar con un Salario Básico Universal”.
Desde una lógica estricta, en gobiernos con dosis básicas de coordinación frente a temas sensibles, hubiera bastado con ponerse de acuerdo en decir que la idea debe estudiarse con profundidad. Punto y a otra cosa.
No es el caso. Y eso tampoco consiste en un problema central de comunicación. Es un derivado de resoluciones ausentes o, peor, de que ni siquiera hubo diálogo sobre cómo encarar lo irresoluto.
De allí el machaque con lo imperioso, para el Gobierno y la coalición que decidieron no romperse, de cuidar la figura de Batakis como prenda unificadora.
Debiera apropiársela el FdT. Y sin duda que se lo merece la nueva ministra porque -encima de ser una profesional de primer nivel, con un paso impecable por la función pública que hasta le ganó el respeto de gobernadores de la oposición- aceptó sentarse en esa silla eléctrica de Economía sin tener lo que se llama “volumen político”.
Precisamente por eso, aparte de que la cuide el palo y el acuerdo propios, debe cuidarse ella.
¿A quién se le ocurrió que Batakis vaya a la boca del lobo, para caer en la trampa de decir que el derecho de viajar al exterior colisiona con la necesidad de preservar divisas y fuentes de trabajo?
¿A quién no se le ocurrió que gracias a eso se activaría la maquinaria tilinga de propagandizar afectación de la libertad (a secas, no la turística. “No nos dejan viajar”, gritan perejiles como cuando defendían la tierra sin haber visto más que la de la maceta del balcón. O cuando “Todos Somos Vicentín”, bocineando arriba de un Duna. Alcanzaba con advertir que el derecho de pasear afuera del país está totalmente preservado porque se pueden usar los dólares de abajo del colchón, en vez de comentar acerca de un tema que aún no era dispositivo).
De vuelta. ¿Eso es comunicación fallida? ¿O es que la comunicación no parte de acordar trazados fundamentales en la orientación política?
Cuidado. Extremo cuidado.
Es desde aspectos como ésos que cobran valor la sencillez y contundencia descriptiva de Hugo Yasky, al advertir sobre los grupos que están jugando a que Alberto termine como Alfonsín, adelantando las elecciones.
Es el terreno en preparación para el ajuste descomunal, con apoyo en las urnas, que todos los cambiemitas anticipan.
Viejo adagio cancionero, que tanta vigencia conserva. Las cosas se cuentan solas. Sólo hay que saber mirar.