Cada tanto, Brasil se conmociona con alguna novela de TV que detiene el país en sus capítulos culminantes. Desde el mes pasado, sucede lo mismo cada miércoles con una historia real publicada por entregas en un podcast del diario Folha de São Paulo: el periodista Chico Felitti va revelando su investigación sobre la historia de una mujer que vive sola desde hace 20 años en una mansión ruinosa de Higienópolis —un barrio paulista de alcurnia— y se deja ver muy cada tanto por la ventana con una máscara de crema blanca en el rostro.
El periodista conoció por casualidad a esa mujer harapienta y huidiza con la cara blanca e intuyó una historia, o el posible caso de alguien en el abandono que necesitaba ayuda. Logró cierto acercamiento a ella sin poder averiguar mucho. Hasta que un vecino le reveló la trama: quien hoy se hace llamar Mari por los pocos que alguna vez cruzan palabra con ella es Margarida Bonetti, protagonista de un crimen atroz. Y es descendiente de barones de alcurnia del siglo XIX.
Casada con René Bonetti, la pareja emigró a Estados Unidos en 1979. Él consiguió trabajo como ingeniero satelital y se llevaron a una sirvienta de 40 años que habían recibido como “regalo de casamiento”. La convirtieron en su esclava negra: jamás le pagaron y la tuvieron bajo su techo de por vida. Una vez en Estados Unidos instalaron a la mujer en el sótano de la mansión en Gaithersburg, donde para bañarse ella debía bajar baldes por la escalera y llenar una tina. Tenía que cuidar a los hijos, los perros, el jardín y tres autos. Y le colocaban un candado en la heladera (a veces pasaba hambre). Quien la torturaba era la patrona: una vez le arrojó sopa hirviendo en la cara porque no le gustó cómo bañaba al perro. Y la atacaba a zapatazos y puñetazos. La situación duró 20 años, mientras a la víctima —el nombre no fue revelado— le iban creciendo siete tumores en el estómago hasta parecer embarazada (ya tenía 60 años). Pero le negaron atención médica: hubiese saltado que la tenían ilegal y el costo de la medicina sin seguro social es muy alto. Una vez, Margarida le arrancó pelos de la cabellera haciéndola sangrar.
Cierta vez que los patrones fueron de vacaciones a Brasil y la dejaron sola con un total de 5 dólares, la mujer esclavizada profundizó una amistad con una vecina que hablaba español y comenzó a desnaturalizar la situación de dominio: la amiga la llevó al médico —la operaron—, ante un abogado y a una iglesia que la alojó para sacarla de la casa. Y comenzó un juicio. Al inicio de la causa, en el año 2000, el padre de Margarida falleció en Brasil y ella regresó al entierro, quedándose para siempre en la casona en majestuosa decadencia que algunos vecinos consideran embrujada (y a su dueña una bruja, tal como le manifestaron al periodista). Así eludió el juicio: la ley brasileña impide la extradición. Su marido fue condenado a 6 años y medio de prisión y a indemnizarla con 100.000 dólares. En su declaración, el hombre dijo que no le pagaban porque la consideraban de la familia y trabajaba menos que la esposa: habría sido un “acto de caridad” porque ella era analfabeta y no podría desenvolverse sola. El caso recibió en aquel tiempo cobertura en la revista Time y el Folha de São Paulo.
Felitti habló con los vecinos de Margarida, quienes contaron que vive con dos perros y casi nunca sale: su hermana suele traerle comida. Al viralizarse el podcast con el relato del periodista cargado de suspenso, miles de personas comenzaron a desfilar frente a la casa en ruinas semicamuflada por una vegetación descuidada para tomarse selfies, hacer vivos de Instagram, bailecitos para TikTok y escudriñar del otro lado del muro con drones para ver a la mujer fantasma. Y se acercaron los noticieros amarillistas haciendo informes con música de película de terror. La casa devino en atractivo turístico. Cuando medio Brasil ya casi no hablaba de otra cosa, la mujer desapareció, como en un cuento de Mariana Enríquez.
La primera intriga es dónde está la mujer de la cara blanca. La segunda, si aún se la podría juzgar. Se especula que podría estar dentro de la casa, pero lo más probable es que la haya dejado en la noche. En el jardín abandonó a sus perros. La gran noticia del 3 de junio fue que miembros de una ONG treparon el muro de metal para salvar a las mascotas de la inanición. Uno de los misterios secundarios que alimentan el morbo es por qué casi ningún vecino la ha visto a cara lavada. Ella contó que tiene un problema de piel. Las hipótesis son tema de debate nacional en colegios, oficinas, parques y redes sociales (plagadas de memes): podría sufrir fotodermatosis —“alergia al sol”—, lupus, urticaria solar o erupción polimorfa a la luz. Se cubriría la cara con una pomada a base de óxido de zinc como la que usan los surfistas. Hay quien dice que la usaría para ocultar su cara y no ser reconocida por el FBI.
Felitti descubrió que en el barrio todos conocían el pasado de la fantasmal vecina, a quien han visto revolver tachos de basura y acumular todos sus desperdicios en su mansión, donde los techos ahuecados se vienen abajo —coloca allí paraguas cuando llueve—, no tiene cloacas pero sí luz: arroja todo al jardín generando proliferación de ratas (la han denunciado por falta de higiene en la municipalidad de Higienópolis).
La pedagoga Juliana de Paiva Costa declaró que la casa de esa mujer no debería banalizarse con selfies y bailecitos: "Yo, como mujer negra, no puedo pasar por allí sin tener deseos de llorar; esa no es una situación excepcional sino una regla de lo que sucede en este país con marcas coloniales tan profundas”.
El podcast se convirtió en el más escuchado de Spotify, se oye por YouTube, es trendtopic en TikTok y va por su quinto capítulo. En el muro exterior de la casa alguien escribió en aerosol "Escravocrata". Felitti viajó a Estados Unidos buscando a René Bonetti —aún un exitoso profesional ligado a la NASA— pero dio por teléfono con la verdadera protagonista de esta historia. La mujer esclavizada aceptó que se publique su historia —sin su nombre aunque algunos medios lo revelaron— y contó que vive feliz a sus 85 años en ese país en una casa propia y con una pensión, y tiene muchos amigos. Pero le dijo a Felitti: “Yo no quiero recordar nada”. Y se despidieron con “un abrazo” mutuo, telefónico. Mientras tanto, todo Brasil —y gran parte del continente— se pregunta dónde estará la mujer de la casa abandonada que vale dos millones de dólares.