Largar el dolor. Tarde. Como se pueda. Largarlo cobarde, ahora que estás muerto.

Largarlo, mirando hacia abajo, porque estoy segura de que el cielo no será para vos.

Abajo donde está el infierno. Abajo, más abajo que el infierno de cada uno de mis días

Abajo, abajo, siempre llorar mirando hacia abajo, hacia donde caen esas lágrimas, hacia mis piernas envejecidas debajo de estas medias insolentes con tacos aguja.

Largar ese dolor demorado con lágrimas calientes y la garganta gastada.

Llorar para poder lavar cada esquina de cada noche amarga.

Lavar con agua salada.

Hoy, cuando ya pasó lo peor. Cuando ya me acostumbré.

Aquí en esta esquina donde me trajiste esa noche como un pollito mojado y me estrujaste hasta durar sin hacer yunta ni poner huevos. Es mi pollita, decías. Y las dos cosas eran verdad. Fui gallina cobarde y fuiste mi dueño.

Largar el dolor, hoy que pude, y mirar para abajo.

Miro mis pies quietos dentro de los zapatos de siempre con tacos aguja junto a mis lágrimas que hicieron un charquito, justo al lado del hilo de sangre que sale de tu pecho, esquiva los botones de tu camisa limpia y gotea en el mismo pavimento de cada noche.

Largarlo. Sí, como se pueda.

Como se pueda, como se pudo, hoy, que de tan tarde, se hizo temprano.