La espiral autodestructiva en la que Boca ingresó la semana pasada parece no tener fin. El lunes, una reunión entre los referentes del plantel (Carlos Izquierdoz, Darío Benedetto, Marcos Rojo y Javier García) y el Consejo de Fútbol que lidera Juan Román Riquelme por los premios adeudados de la Copa de la Liga terminó a los gritos, de mala manera. El martes, no pudo pasar al Corinthians, quedó eliminado demasiado pronto de la Copa Libertadores y luego del partido, el técnico Sebastián Battaglia señaló que al Consejo (o sea a Riquelme) le había faltado agresividad para reforzar el plantel en el actual mercado de pases.
El miércoles, Battaglia fue despedido al cabo de una insólita reunión de tres minutos en una estación de servicio del complejo Nordelta. El jueves, Hugo Ibarra asumió como técnico interino y en su primera decisión, mandó al banco a Izquierdoz, el capitán del equipo y uno de los participantes de la reunión caliente del lunes. El sábado, Rojo fue a abrazar a Izquierdoz tras haber marcado un gol ante San Lorenzo en un gesto de respaldo al compañero relegado y de enfrentamiento al interinato de Ibarra. Y luego de haber jugado con desdén, los futbolistas descargaron su furia rompiendo a patadas y puñetazos algunos ploteos del vestuario visitante del Nuevo Gasómetro.
Este último episodio pone en evidencia el descontrol de la situación en el explosivo camarín boquense. Y la necesidad de una mediación urgente que serene los ánimos de los futbolistas y de los ásperos integrantes del Consejo de Fútbol (otrora temperamentales jugadores como Jorge Bermúdez, Raúl Cascini, Mauricio Serna y Marcelo Delgado). En un gesto que se asemejó a un golpe de autoridad sobre la mesa, Ibarra fue confirmado hasta fin de año como técnico. Pero algunos creen que alguien con mayor espalda que él debería asumir ya mismo en Boca para calmar los egos desbordados y empezar a armar el plantel que en 2023 irá otra vez por la Copa Libertadores. El tema es que ningún entrenador podrá encarar esa o cualquier otra tarea mientras Juan Román Riquelme siga haciendo y deshaciendo como máximo responsable del fútbol xeneize.
Riquelme no busca entrenadores con peso propio. Simplemente necesita un técnico haga lo que él dice o por lo menos, sugiere. Sus deseos son ordenes. Mientras Miguel Angel Russo y Battaglia lo hicieron, más o menos pudieron sostenerse en el cargo. Cuando los resultados no empezaron a darse y ellos mostraron que tenían algunas ideas diferentes, el desgaste y el ninguneo fueron incesantes y en ambos casos, tuvieron que irse. Ninguno de los nombres que circularon no bien se supo del despido de Battaglia aceptaría semejante nivel de manoseo o intervención por parte de Riquelme.
Pero el próximo técnico que llegue a Boca deberá saber dos cosas de antemano: 1) que su margen de autonomía será escaso y 2) que a su trabajo lo evaluarán sólo por la Copa Libertadores. Si la gana, seguirá, si queda eliminado tendrá que marcharse. Como se marcharon Guillermo Barros Schelotto, Gustavo Alfaro, Russo y Battaglia después de que la máxima obsesión boquense se les fue de las manos.