Un género poco utilizado por el cine argentino combinado con figuras internacionales como el actor francés Gérard Depardieu y el español Santiago Segura es la apuesta del argentino Federico Cueva, experimentado realizador de escenas de acción y supervisor de dobles de riesgo que supo introducir también en su primer largometraje como director, Sólo se vive una vez, que se estrena el próximo jueves. A los dos artistas internacionales se suma Peter Lanzani, quien tras su buena performance en El clan, no desentona en este largometraje pensado para pasar el rato –no más que eso– en el cine. Lanzani encarna eficazmente a Leo, un estafador que deberá asumir otra personalidad para huir de los sanguinarios Duges (Depardieu), López (Segura) y Harken (Hugo Silva). Con dosis de humor y acción, Sólo se vive una vez muestra sus altibajos en algunas interpretaciones no del todo convincentes, como la de Eugenia “La China” Suárez, quien aparece en pantalla solamente unos minutos de la hora y media que dura la ficción. Completan el elenco Pablo Rago, Darío Lopilato, Arancha Martí y Luis Brandoni.
“Me pareció súper interesante la propuesta de hacer una película tan masiva, de acción, un género que acá no se ha explorado lo suficiente”, comenta Lanzani en la entrevista con PáginaI12. “Ya de entrada había un elenco súper prometedor, conozco a los productores y cuando leí la historia me pareció un relato muy lindo, con una serie de gags para poder experimentar dentro de la comedia, que quizás es un género al que tampoco estoy tan acostumbrado. Es una comedia con acción a todo trapo y la verdad que filmarla como lo hicimos fue una experiencia que no me podía perder”, agrega Lanzani.
–¿Cómo construyó el perfil del personaje que debe fingir su identidad para poder sobrevivir?
–Fuimos buscando variaciones que encontramos dentro de la comedia porque no deja de ser una comedia de acción en los tonos y en la atmósfera que se quería lograr. Lo que le pasa sobre el inicio de la historia es un poco lo que lo ata a seguir el camino del héroe que termina trazando.
–¿Cómo trabajó la dualidad del personaje, cuyas acciones oscilan entre el humor y la tragedia?
–Sí, bueno, la tragedia es lo que banca el nexo del personaje y lo que le hace tomar las decisiones que toma para salvarse, para vengarse de lo que le sucedió a su compañera de vida, para sacarse todos los embrollos que tiene. Tiene que salvarse. De alguna manera, es un tipo que se crió y se curtió en la calle. A la hora de resolver situaciones de acción remitía a eso. No es un tipo que pelea profesionalmente, pero si se tiene que plantar, se planta. Es un tipo que si se tiene que tirar se tira. Busqué humanizarlo lo mejor posible porque no es un héroe de acción, pero se transforma en eso sin querer, quizás.
–¿Cómo se manejaron con el idioma con Gérard Depardieu?
–Fue una experiencia increíble. Como buen francés, no le gusta hablar en inglés. Había una persona que nos daba una mano traduciendo, pero yo pude charlar algunas cosas en español. Las pocas que agarraba estaban bien o si no, hablábamos en inglés o italiano. Se armaba un mix de idiomas pero nos entendimos. Hablamos de cine. En el set le comentaban y él decía la letra en francés y cuando tenía alguna frase o gag en español los tiraba y sacaba un par de sonrisas. Fue muy divertido. Laburar con una eminencia así no sucede todos los días y es algo de lo que uno tiene que aprender. Son personas con mucho talento y oficio. Y cuando te las cruzás en un set hay que mirarlas y ver qué hacen y aprender de las cosas buenas.
–¿Por qué el cine de acción argentino no es bien considerado?
–No sé si bien considerado. Quizás hoy en día el cine de acción no está tan exteriorizado. También hay un tema de presupuesto. La mejor manera de hacerlo es intentando. Yo creo que la gente se divierte mucho. Hay personas a las que, tal vez, no les interese porque les gusta más un cine psicológico o un thriller. Pero para eso también están las películas de Campanella, Szifron o Trapero. Este es un cine más de acción, de comedia, donde se puede ir con amigos, con la familia a divertirse, para sacar un par de sonrisas, ver un par de gags nuestros. No deja de ser una película entretenida. Depende de lo que a cada uno le guste.
–Tal vez sea imposible por infraestructura y condiciones de producción estar a la par del estadounidense...
–Es que a la par es muy difícil. Ellos tienen una estructura como cine que nosotros no tenemos. Hay que ser realistas. Hay películas con una cantidad de dólares que no se puede creer. Si tuviésemos esa plata para hacer films, estoy seguro que haríamos cosas muchísimo mejores. No quiere decir que no las hagamos porque sé que el cine argentino está en un momento muy particular, ascendente a lo loco. Tuve la posibilidad de viajar con El clan a festivales y muchos periodistas han destacado eso. Las películas argentinas están dando que hablar en el mundo. Es cuestión de tiempo, de que nos sigamos formando poco a poco como estructura y tratar de hacer la mejor película. No creo que acá haya nadie que haga cine por hacer.
–¿Cómo trabajaron las escenas de riesgo que tiene el film?
–Con sumo cuidado. Fede Cueva, el director, es especialista en eso y ha dirigido segundas unidades de películas de Santiago Segura, las Torrente. Fede es también un tipo que se crió en el mundo de los efectos especiales, los cómics. Entonces, siempre tuvo en mente lo que quería contar y cómo hacerlo.
–¿Usted no tuvo doble?
–No, los saltos los hice yo. En las explosiones estaba yo al lado, también con los autos, los tiroteos, las peleas. Y también estaba el desafío de hacerlo y que terminara siendo un antihéroe. Salté de un quinto piso con un arnés y eso fue espectacular.
–Y ya que habla de salto, ¿su gran salto artístico fue la participación en El clan?
–Sí, me abrió un mundo enorme dentro del cine, un terreno al que hacía mucho tiempo quería entrar y que consumo mucho. Entrar en las grandes ligas me abrió la cabeza. Me dieron ganas de seguir experimentando sobre eso, de seguir teniendo experiencias en películas. Pude debutar con un director como Pablo Trapero, que es un genio, y al lado de Guillermo Francella, que es de los mejores actores que tenemos. Fue debutar en primera. Así costó entrar en el proyecto. Se terminó dando y fue un antes y un después para mí.
–¿Hasta ese momento era inimaginable?
–No, nunca fue inimaginable. Siempre tuve ganas de hacerlo. Sabía que si no era con El clan iba a ser con otra película. Tuve esta posibilidad de poder estar en una película tan grande como la de Trapero. Di hasta lo último que tenía y por suerte terminé entrando.
–Usted practicaba rugby de chico, ¿no?
–Sí, eso ayudó de una manera u otra a entender un poco la atmósfera en la que estaban los personajes, pero después la composición iba por otro lado. Que supiera jugar al rugby era un condimento. El personaje era más psicológico y conflictuado.
–¿El cine le facilitó explorar otras facetas artísticas que la televisión no le permitía?
–Son formatos que se hacen de maneras completamente diferentes. Descubrí un modo distinto de contar. Después, la televisión también es saber cómo estar frente a una cámara, practicar una escena. El cine me amplió un rango en la manera de hacerlo. Y al estar ahí uno aprende horrores. Y hoy en día hago cosas de tele al modo de cine, como lo que estoy filmando. Es prácticamente hacer cine para tele.
–¿Y en cuanto a tipos de personajes?
–Depende. También son diferentes formatos para contar las historias. En la tele tenés un unitario que se filma como tele, pero tenés diez capítulos para desarrollar un personaje. O las tiras, que son 120, y el personaje tiene un vaivén y un sube y baja de las cosas que le van pasando. Una película es una hora y media, donde tenés que componer meticulosamente. Son diferentes maneras de trabajar.
–También trabajó con Nicolás Puenzo en Los últimos, que todavía no se estrenó. ¿Qué puede contar de la historia y del personaje?
–Fue espectacular. Nos fuimos tres semanas a Bolivia, estuvimos una acá y una en Chile. Y nos dejamos llevar por lo que sucedía en la historia. Es sobre un mundo post-apocalíptico. Hay una pareja de refugiados en un mundo que está en guerra por falta de comida y de agua. Y nos metimos en lugares muy locos. Nico crea una atmósfera con la fotografía, que es lo que más hizo en su carrera. Sabía muy bien lo que quería, por dónde iban a transitar los personajes. Mi personaje fue muy intenso para componer y bajé diez kilos para hacerlo.
–¿Cómo fue la transformación física para este personaje cercano a la destrucción?
–Como el mundo está en guerra por el agua y la comida, traté de hacer un laburo físico, que fue cuidado con una dieta. Significó entrar en un mundo que construimos nosotros.
–¿Este film le despertó un interés social por el medio ambiente y por eso está filmando un documental sobre el tema?
–Filmé muchísimas imágenes mientras viajamos. Tengo un montón de material. Lo que más me falta es tiempo, pero el material está. Es cuestión de sentarme un día y empezar a darle un poco de forma. Yo creo que voy a poder hacer algo copado. Le quiero dar su tiempo y que cuando esté se pueda estrenar. Siempre tuve un tema con lo ambiental. La peli habla un poco sobre eso. En esa época yo también estaba haciendo la campaña con Greenpeace, por el tema de la deforestación. Traté de nutrirme y de entender qué es lo que va sucediendo en el mundo. Dentro de la ayuda humilde que yo pueda aportar. Soy consciente de que aunque me mande a fondo no voy a poder cambiarlo rotundamente. Pero una simple ayuda o tratar de generar conciencia pueden despertar más y más y más. Y así es como pueden empezar el cambio y la conciencia de lo autodestructivos que somos con el lugar donde vivimos.
–¿Cómo hace para encarnar nada menos que catorce personajes en El Emperador Gynt, la obra de teatro que dirige Julio Panno en El Cultural San Martín?
–Es agotador. Es una obra súper intensa, pero es gratificante cada segundo que pasa. Se cuenta un mensaje hermoso. Es un desafío enorme como actor. Y con el director Julio Panno nos juntamos horas y horas a desentrañar la historia, a entender cada frase poética, de qué manera decirla. Los personajes tienen una vuelta de tuerca y tratamos de jugar mucho con lo visual. Es una obra que sigue creciendo. Termino muerto, pero cada vez que salgo del teatro estoy feliz y de ahí nace la energía y la pasión dentro de lo que se hace. Es renovadora, función a función.
–En TV está por estrenar Un gallo para Esculapio. ¿Es una historia que bordea al mundo de la marginalidad?
–Sí, un poco una atmósfera pesada y oscura dentro de las mafias del conurbano que utilizan la riña de gallos poniéndola al espejo para ocultar una mafia de piratas del asfalto. Es un ambiente súper pesado. Fue muy intenso el rodaje, pero también gratificante porque como equipo dejamos la vida, pero sabemos que lo que estamos haciendo está buenísimo. Y va a dar mucho que hablar esta miniserie. Mi personaje es un chico de la provincia de Misiones que vine a la Capital a llevarle un gallo de riña al hermano. Cuando llega, el hermano no aparece. Buscándolo, empieza a meterse y a encontrarse con este mundo de riñas, mafias.
–Empezó con Chiquititas y Casi Angeles, dos productos de Cris Morena, hace ya doce años. ¿Qué es lo que aprendió y lo que desaprendió de aquellas experiencias iniciáticas?
–Desaprender, nada. Aprendí todo: a estar en un set, llegar temprano, saber la letra, tener todos los días en el set una persona que esté ahí al lado para hacer las escenas, llenar teatros en vivo, grabar discos. De todo un poco aprendí. Fue una experiencia enorme. Quizás se puedan perder un montón de cosas por arrancar de chico...
–¿Qué edad tenía cuando empezó?
–Tenía 11 o 12 años. Pero fue una experiencia que me formó. Y siempre con los pies sobre la tierra. Te enseñan sobre el oficio y no sobre lo que podés llegar a ser. Te enseñan a laburar desde chico. Yo terminé el colegio, sigo teniendo mis mismos amigos, tengo mi familia...Es una estructura formada.
–Además de la actuación, ¿su otra pasión es la cocina?
–Me encanta. Tampoco es algo que haya explorado, aunque me fascinaría hacer un tremendo curso. No estoy teniendo mucho tiempo. Pero cuando tengo la posibilidad de hacer una comida para amigos me encanta. Y también juntarme con dos o tres amigos y decirles: “Hoy hacemos esto con estos cuatro condimentos”. Empezamos a meterles pociones mágicas y terminan saliendo cosas buenísimas. Mi tío es cocinero y cuando tengo la posibilidad de cocinar con él, como en este Año Nuevo que hicimos una paella para quince personas, es tremendo.