A lo largo de toda su obra, Horacio Zabala (Buenos Aires, 1943) articula de un modo explícito estética e ideología, así como se propone una conceptualización lúcida de los materiales.
Su obra, sin dejar de ser concisa, se expande hacia todos los géneros: dibujos, objetos, intervenciones, pinturas, instalaciones, arte digital, páginas web, arte postal, video.
En la muestra “Una serenidad crispada”, que se presenta en la galería MCMC, de María Calcaterra, con curaduría de María José Herrera, se exhiben sus series de prisiones, laberintos, mapas y diarios -más algunos objetos y documentación- que datan de los años setenta en adelante y conforman núcleos temáticos que el artista comenzó en aquellos años y luego siguió trabajando. Entre otros conjuntos de obra, se muestra, dentro de la serie de laberintos, un grupo de trabajos de los años setenta, que se exhibe ahora por primera vez.
El recorrido por su obra lo muestra como un artista conceptual, obsesionado por investigar el lenguaje. La lectura, las letras, los diarios, las palabras, los libros, mapas, planos y también los lápices, son recurrentes en su trabajo y marcan el estatuto de legibilidad que el artista pretende para las artes visuales. No se trata de una exigencia de lectura unívoca pero sí de aportar elementos cotidianos y reconocibles para luego transformarlos y cambiarles la función a través de la operación artística y poética.
En relación con la serie de las cárceles, según Zabala, “se trata una larga serie de prisiones individuales que comencé a proyectar en 1972. Los anteproyectos incluyen varios tipos de cárceles: subterráneas, elevadas sobre columnas, flotantes, etc. Utilicé estrictamente el lenguaje arquitectónico para darles verosimilitud a los proyectos. Todo el mundo puede reconocer fácilmente una planta arquitectónica y eso facilitó la comunicación. Fue un proyecto obsesivo y que lo seguí por bastante tiempo. Mis prisiones intentaban solucionarle de antemano al poder el problema de la construcción de cárceles para aquellos que se le opusieran. Y llevé al papel las más atroces que se me ocurrieron. De algún modo el poder hizo un uso extensivo de las cárceles y luego ni siquiera las usó. Después hice otras cárceles, esta vez sí de tipo metafórico. Por ejemplo, la idea de que el papel o el lenguaje son cárceles”.
La forma es vista como una cárcel y al mismo tiempo el artista tiene la capacidad para moverse, con total conciencia y paradójicamente con plena libertad, entre esos límites.
Página/12 recorrió la exposición con el artista.
-Sus ‘cárceles’ de los primeros años setenta son obras contra la violencia y de algún modo no solo hablan de la historia argentina sino que también anticipan la violencia política que vendría poco después en el país. Por otra parte, también usó la cárcel como metáfora del lenguaje y del papel, para hablar, paradójicamente, de la libertad del arte.
-La violencia siempre me pareció un tema para el arte, siempre me atrajo. Es parte del ser humano, como la ternura o el amor. No solo busqué decir algo desde el arte en contra de la violencia, sino que también está la violencia en términos conceptuales o filosóficos. En cuanto a la metáfora de la cárcel, me hace pensar que, en mi caso, necesito el aislamiento y el silencio para concentrarme en mi obra. Como si fuera el monje que se refugia en su celda. Allí uno es libre: es una contradicción, pero fructífera. A una cierta edad, uno sabe en qué ambiente quiere trabajar. Cuando necesito concentración en la obra me incomunico del mundo por un tiempo. Por supuesto después salgo y me comunico.
-Paralelamente a las cárceles hacía otras cosas que pueden verse en la muestra.
-Hacía también los laberintos y las cartografías, tal vez como un modo de higiene mental. Esas otras cosas eran relativamente diferentes, aunque en los laberintos también usaba el lenguaje de la arquitectura. En la serie de los laberintos incluí, por ejemplo, citas de los artistas concretos, que es una etapa del arte argentino que me interesa mucho.
-Los mapas aparecen también como un tema político.
-Político y ecológico. El mapa de Brasil quemado, por ejemplo, es de los años setenta. Fue por la catástrofe de los incendios en el Amazonas, un desastre recurrente. Los mapas son reducciones de la realidad y gracias a estos mapas uno podía, puede, trabajar y reflexionar sobre un desastre inmenso como el de Brasil, donde se queman selvas y bosques como parte de la especulación económica. Con estos mapas yo intentaba poder decir algo, dar alguna señal contra la violencia. Otro ejemplo: la obra del hacha incrustada en el mapa de la Argentina es de 1972. El original está en el Museo de Arte Moderno, pero cuarenta años después hice dos o tres copias, porque la obra se volvió icónica y fue muy reproducida y citada.
-Aunque su obra también es pictórica e incluye objetos, en la base, tal vez en el principio de su trabajo artístico, está el dibujo.
-Mi primer recuerdo con el dibujo es de cuando tenía ocho o diez años, en el garaje de piso de tierra de la casa de mi abuela materna. Para entretenerme ella me dijo: “¿Por qué no dibujas?”. Y me dio un clavo grande. Entonces yo empecé a dibujar con ese clavo. Me pasé horas así, haciendo dibujos grandes con un clavo… A lo largo de mi obra yo no salgo mucho del dibujo. Me interesan otras cosas, por supuesto, pero fundamentalmente el trazo, la línea, hundir el lápiz, dejar la marca. Mi abuela le dijo entonces a mis padres: “Yo le voy buscar y pagar un maestro de dibujo a Horacio”. Y así fui a tomar clases con una chica que era estudiante de Bellas Artes. Yo estaba en la escuela primaria. Después hice la secundaria y cuando terminé, seguí la carrera de arquitectura, a instancias de mi padre.
* En la Galería MCMC, José León Pagano 2649, de lunes a viernes, de 11 a 19, hasta el 12 de agosto.