Casi al final de la performance, Sergio Rotman recordó una vez más: “Esto es Cienfuegos, la banda que no existe. Esto jamás sucedió”. Lo había subrayado apenas la fecha había salido a la venta y lo había recalcado unos días antes del show, cuando se enteró de que las entradas estaban agotadas. Si bien el frontman parecía referirse a un fantasma, lo que aconteció en la noche del sábado fue una de las ceremonias más vívidas que experimentó el rock argentino (al menos, en el primer semestre de 2022). La pandemia legó muchas cosas, además del caos que hoy todavía se trata de poner en orden. Pero en lo que a música se refiere, se produjo una constante revisión del pasado, a partir de la efeméride, posiblemente porque en medio de la distopía lo hecho cobró un poco más de valor. Sin embargo, también era una forma de resignarse ante los tiempos modernos, en los que lo virtual, lo inmediato, lo efímero, el modo diablo y el autotune establecieron un panóptico que de una u otra forma esclaviza.
Así que la vuelta de la banda cuyo nombre rinde tributo al revolucionario cubano se pareció más a una catársis o a un desahogo que a un recital tal cual se los conoce Y es que los shows en vivo se tornaron eventos sociales, donde el público que se ubica atrás de todo es el que pasó gratis y se dedica a charlar. En esta ocasión, en cambio, estar en el fondo del local fue una circunstancia dada más por haber llegado tarde que por el cotillón. En mente y corazón, todos querían estar adelante haciendo pogo o mosh, por más que fuese simbólico. Desde los alrededores de Plaza Italia, se sentía el deseo de decarga, lo que puso en alerta a los encargados de seguridad, algunos de ellos tensos con ese clima enrarecido. A diferencia de la reunión anterior de Cienfuegos, lo que pasó en Groove tres años más tarde tuvo otro tono. Si esos dos shows fueron la posibilidad de reencontrarse o descubrir al tesoro mejor guardado del post punk argentino, lo de recién versaba sobre la liberación del espíritu.
No es fortuito que el repertorio haya arrancado con “¿Querés saber lo que es estar muerto?” (tras tocar “Intro”). La canción incluida en el disco NS/NC (1998) tiene entre sus pasajes algo parecido a lo que pretendía el público que se acercó hasta la sala ubicada en el barrio de Palermo: “Poné tu mente en blanco y escuchá la voz que dice no es solo un sueño”. Nada de lo que estaba sucediendo ahí se parecía a un experimento onírico, por más que tenía sabor a fantasía ver a esos tres guitarristas y al bajista alineados sobre la parte de abajo del escenario. Una postura tan retadora como románticamente punk. De entre ellos, salía Rotman a declamar acerca del no futuro, en consonancia con su condición de vástago de esa escena que nació entre Nueva York y Londres. Con actitud nihilista y cara de malo (medio Joker, a veces de Chucky y en otras ocasiones a lo Alex DeLarge), hablaba sobre el final, invocaba ese “no lugar” diseñado por Marc Augé y se atrevía a darle la extremaunción a su banda.
Sin importar mucho si se estaba o no en la Matrix, Cienfuegos fue desempolvando durante una hora y media un arsenal de himnos propios y ajenos. Continuó con “Soñar, soñar (Última tentación)” seguida por “Moonage Daydream”, clásico de David Bowie (en tiempos de Ziggy Stardust, del que en junio pasado se celebró el medio siglo de su aparición). “Esto está pasando muy rápido”, dice Rotman, al tiempo que pide que le “digan cositas”. Alguien del público le disparó “Estás viejo” y el vocalista respondió “Lo estás vos”. Ahí soltaron un punk rock quirúrgicamente filoso como “Carne de tiburón”, de su primer y homónimo disco (lanzado en 1996), al que le siguió otro tema de ese álbum: “El secreto del nombre”. Sin embargo, a manera de antípoda de ese arrebato y antes de salir de escena por un rato, el frontman presentó a Gigio González para revelar el perfil cancionero de la banda: el violero se encargó de ejecutar “Corazón morado”.
Rotman volvió y levantó del suelo una pandereta con forma de estrella para comandar uno de los temas más grooveros de Cienfuegos: “Vudú”. Eso sí, mechado con “Alimentándome del sol”. Pegadito tocaron “Viaje hacia el fin de la noche”, con la advertencia de que nunca la habían interpretado en vivo. La cuota psicodélica llegó con “La vida es un pastel”, del álbum Hacia el cosmos (1999), y “Krishna roll”, partícipe del cancionero de NS/NC. Después de preguntarle al público si se encontraba bien, el también integrante de Los Fabulosos Cadillacs, Mimi Maura y Elsiempreterno (proyectos en los que lo ha acompañado el igualmente baterista de Cienfuegos, Fernando Ricciardi, quien se fue ovaciondo de Groove), improvisó el momento existencialista del recital. “La evolución del ser humano es una fucking vergüenza. Te dicen hasta dónde debes mear”, espetó el músico con un acento que por momentos aludía a la inmensidad del Caribe. Y eso le dio pie al punk espumante “Desierto”.
Cuando la aspereza bajó un cambio, saltaron tres formas de entender a Cienfuegos. El raíd comenzó con el delirante “Delicias”, luego el guitarrista Hernán Bazzano volvió a aportar el matiz cancionero con “La colina”, y la terna la cerró el épico post punk “El mundo es tuyo”. Y Rotman reflexionó: “No éramos punk sino poetas. No lo sabíamos”. El bajista Martín Aloé pasó al frente para hacer “Para mí que no estás bien”, a la que le sucedió la celebrada “Hacia el cosmos/ hacia el infierno”. Cuando quedaron atrás “Llega el dolor” y “Te fuiste”, el cantante preguntó si valía la pena otra vuelta del grupo. La gente dijo que sí, pero él se negó. Lo que sí vino fue el bis. Tras “Sombras en la noche”, Cienfuegos desenfundó su adaptación de “Love Will Tear Us Apart”, de Joy Division. "Así como Jescucristo murió en la cruz, Ian Curtis lo hizo por nosotros”, la presentó Rotman. Y después, antes del fin con “La eternidad”, Rotman avisa que la vida se nos va. Pero bueno, al menos esa noche hizo que valiera la pena.