Asistimos a una novedad en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Elisa Carrió, la candidata de Cambiemos, se dispone a transitar la próxima campaña electoral presentándose como la quintaesencia de la moralidad, medrando con el legítimo rechazo de la sociedad a la corrupción, y debatiendo hacia adentro de su propia coalición.
Los cuestionamientos y presiones de la candidata se dirigen a los ministros, jueces, parlamentarios y rozan al propio Presidente de la Nación, generando permanentes tensiones al interior de esa alianza electoral.
El denuncismo, planeadamente asociado a los grandes diarios y programas televisivos, por momentos se extravía de su rumbo esencial antikirchnerista y ataca a los propios, en su marcha frenética en búsqueda del voto moral, vaciado de todo sentido crítico. Lo que no hace nunca es criticar al establishment económico-cultural-mediático, o sea, al verdadero poder de las corporaciones capitalistas y sus corifeos, que cada vez se desbarrancan más hacia la burda negación de la verdad.
La conducta del personaje impide prever si esas tensiones aumentarán hasta precipitar una ruptura, o si se atenuarán progresivamente. En ambos casos, se presenta una novedad; se trata de dos partes del mismo proyecto que disputan, no se ponen de acuerdo, hacen silencio, pero que se ofertan ante el votante porteño como una unidad a los efectos de seducirlo.
Ahora bien, si pensamos en el interés ciudadano, resulta obligatorio preguntarse: ¿qué se elegiría, votando a Carrió? ¿Sería pronunciarse en contra o a favor de Macri-Rodríguez Larreta? ¿Qué expresa la tensión que Carrió coloca recurrentemente en escena ante el desconcierto de sus aliados y los editoriales domingueros que la defienden y justifican a rajatabla en aras del proyecto de la derecha?
A esta altura, vale la pena detenerse en las declaraciones públicas de Carrió. ¿Qué propone al electorado porteño? La respuesta es difícil, ya que siempre es imprecisa en los temas específicos, se mueve tras un fárrago de denuncias poco rigurosas y de extrañas amistades con servicios de inteligencia locales y extranjeros, desde paraguayos a la CIA. Resuena a lo lejos algo viscoso, que intenta presentarse como independencia de la justicia, autonomía de los tres poderes, combate contra la corrupción; aunque tiene claro que en los casos que involucran al Presidente y al jefe de espías, solo actúa amagando.
La candidata intenta introducir en el macrismo parte de la memoria conceptual del viejo liberalismo, aunque al ser resistida o ignorada, la denuncia muta al discurso moralista. La realidad es que resulta imposible inficionar al gobierno actual de una verdadera ética republicana, ya que esta última no está en la naturaleza de los empresarios millonarios que gobiernan privilegiando los negocios por encima de cualquier otro impulso político. Desde esa dinámica autocontradictoria, se desliza permanentemente hacia la tentación de dar el portazo. En esa línea imagina los espacios estatales como instancias tecnocráticas y autónomas de la política.
Claro que esa escisión y vaciamiento de la lucha y el conflicto político es absolutamente artificial, un sofisma, ya que parte de una base falsa, desde donde construye una “realidad” ficticia.
En esta perspectiva, la tensión entre Carrió y el macrismo es una consecuencia de la dificultad para compatibilizar el nuevo liberalismo devastador del tejido social y de toda perspectiva de Nación soberana, con el viejo liberalismo de la generación del ochenta y sus frágiles variantes del siglo veinte.
La candidata asumida como porteña transita su actual fase conservadora, luego de una larga deriva en el sistema político, transformada en la esperanza blanca del proyecto neoliberal. Muy atrás quedaron sus brevísimas incursiones en el progresismo. Si se corren las brumas de su pose de “Catón el censor”, emerge el rol que le asigna el gran titiritero de dotar de legitimidad al gobierno macrista, lo cual posibilitaría la profundización del ajuste contra las mayorías de nuestro pueblo luego de las elecciones.
Lo cierto es que en el paradigma de la derecha moderna, las esferas política, judicial y mediática se subordinan a la reproducción de los intereses económicos concentrados, particularmente las multinacionales. No son esferas autónomas. No pueden serlo. Además, la corrupción, con su moderna versión degenerativa que incorpora a los paraísos fiscales, es un mecanismo estructural para facilitar el despliegue vertiginoso y la acumulación del capital en su actual fase de financiarización.
En la historia reciente sobresale el intento fallido de la Alianza con su plan de esconder el poder monopólico de las corporaciones tras la moralización del neoliberalismo. Ya conocemos que todo aquello terminó en un desastre social y político. En suma, es un imposible moralizar el proyecto neoliberal, consecuentemente su propuesta a la ciudadanía es inválida.
En toda esta conducta política, la democracia resulta ser un elemento que utilizan a discreción, renegando de todo sentido de auténtica representación popular, sacrificándola en el altar del poder, cueste lo que cueste.
Para completar la teatralización que el establishment porteño presentará en la próxima función de octubre, llegó desde Washington Martín Lousteau, un nuevo actor político que se vestirá de “opositor” a Carrió. Es obvio que el guión de su personaje incluye un poco de discurso y pose para el público de centro-derecha y otro tanto (algo menor) para el electorado de centro-izquierda.
Nosotros, el campo del pueblo, sostenemos la convicción de siempre, luchando por una verdadera democracia sustentada en el protagonismo y la participación de la sociedad. No nos resulta indiferente su vaciamiento, ya que ese camino va rumbo a la demolición de la conciencia acerca del sentido de la democracia como instrumento para ampliar y potenciar los auténticos intereses de los trabajadores, la clase media, los profesionales; o sea las mayorías sociales y culturales.
Ante el dilema de la hora, no tenemos dudas: lo esencial es oponerse, con toda la determinación, la voluntad y la inteligencia, al plan neoliberal que expresan Mauricio Macri en la nación y Rodríguez Larreta en la ciudad y recuperar el proyecto político nacional, popular y democrático que lidera y expresa la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
No nos hacen falta personajes fabricados en laboratorios en los que la máscara ha pasado a ser su rostro. Parodias de políticos. Existen en nuestra ciudad y en el país auténticos luchadores, mujeres y hombres idealistas y de principios, que se sostienen en las mejores tradiciones políticas de nuestra Patria.
* Secretario general del Partido Solidario; director del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.