La exposición Trance y otras pinturas, muestra individual de Daniel García, colma un ala completa de la planta alta del Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino (Bv. Oroño y Av. Pellegrini, Rosario) hasta el 6 de noviembre. Como siempre que exhibe sus obras en la ciudad donde vive y trabaja, este artista rosarino de sigilosa y brillante trayectoria ofrece el mejor arte que puede verse en la ciudad. 

Cabe hacer una salvedad: no es una muestra fácil de mirar. Como todo gran arte, sea literario o plástico o dramático o en el medio que sea, muchas de estas obras abordan temas graves: los que nos cuesta enfrentar, los que solemos eludir en la charla banal. Y esta vez lo hacen desde un compromiso afectivo y vital muy intenso. De modo que el minucioso oficio pictórico ha sido la práctica que le permitió al pintor no sólo afrontar una pérdida, sino plasmar un universo de imágenes cuyo deliberado anacronismo seduce y provoca a la vez un exquisito terror. Muchas de estas pinturas (no todas) son escenas donde la figura humana femenina aparece como suspendida entre mundos, como en un teatro de apariciones, en el umbral de una vacilación donde cuesta decidir entre lo visionario o la alucinación. Figuras más reales que lo real, algunas, poseen ese rasgo que en diseño de videojuegos se denomina "uncanny valley", literalmente: valle siniestro. Es el efecto de un rango de verosimilitud en la representación, entre el más perfecto hiperrealismo y la semejanza que todavía no engaña al ojo. Si la representación se confunde por completo con lo representado, no hay inquietud. Si la mímesis es lo suficientemente imperfecta, de ello resulta la sensación tranquilizadora de estar ante una mera representación. Pero entre un grado y otro, hay una ventana de semejanza ni imperfecta ni perfecta: una inquietante zona liminal de indecisión entre lo natural o el artificio. 

Y es allí donde suceden muchas de estas pinturas, plasmando fielmente el proceso creativo que las generó. El título de una de las obras, "Eurídice", inspirada en una fotografía de Edward James Muybridge, da una pista. En el mito clásico de Orfeo y Eurídice, Orfeo desciende vivo al Inframundo a buscar a su amada muerta, Eurídice. Le es dado por Hades traerla de vuelta al mundo con una condición: que él no se dé vuelta ni una sola vez a ver si ella lo sigue. Que no se vuelva hasta que hayan salido juntos al sol. Pero Orfeo no puede resistirse. Y ella retrocede y él la pierde para siempre. “Es una metáfora de lo que me pasa a mí cada vez que trato de pintarla”, confiesa el pintor Daniel García. “Desciendo al Inframundo y pinto su retrato, creyendo que así voy a poder recuperarla, pero en el último minuto me doy cuenta de que fracasé. De que no la tengo a ella viva de nuevo conmigo, sino que sólo tengo una pintura, un cuadro”.

"Ella" es la poeta Gilda Di Crosta (Capitán Bermúdez, 1966 – Rosario, 13 de noviembre de 2019), compañera del artista, quien estuvo a su lado hasta el fin (si es que la muerte es el final, algo de lo cual algunas de estas pinturas hacen dudar) y la acompañó en procedimientos médicos que la imaginería de las obras "condensa" (como en la imagen onírica según Freud) con aquellas prácticas del siglo XIX donde la ciencia positivista y los hechos paranormales buscaban algún tipo de acuerdo. Una figura yacente, que flota en la oscuridad con los ojos abiertos, vestida con una bata bajo una luz focal dramática, pasa por un aro que evoca al mismo tiempo los experimentos decimonónicos con la hipnosis (el intento de verificar que no hubiera cables, es decir fraude, en un acto de levitación) y las tecnologías contemporáneas del diagnóstico por imágenes, como la resonancia magnética. La cabellera que cae en caudal evoca la figura femenina de "La pesadilla" (1781), de Fuseli. De sus propias "imágenes sobredeterminadas", como las describe el artista, habló Daniel García en una visita guiada para prensa el 30 de junio, en la víspera de la inauguración. Gilda había tenido que redescubrir el lenguaje tras las secuelas de un tumor cerebral, una victoria que se manifiesta en los cambios de estilo de su tercer poemario, Amarino, cuyo título es un neologismo aparecido en esa lucha. En los años felices que le precedieron y siguieron, Di Crosta y García colaboraron en proyectos, como el libro Casi boyitas o una muestra del ciclo Presente Continuo (2017). 

Antecedentes de esfuerzos casi milagrosos de la pintura por atravesar el velo entre los mundos se encuentran en los retratos póstumos que hizo el prerrafaelista inglés Dante Gabriel Rossetti de su amada y modelo Elizabeth Siddal, artista y poeta. A diferencia de éste, García era más impreciso en las pinturas hechas en vida, que también pueden verse en la muestra: son pequeños rastros, huellas diminutas que aparecen apenas visibles como cuadros dentro de un cuadro. Rossetti, según fuentes no del todo fiables, pintaba a Siddal copiandola de sus apariciones. En García está mucho más presente la diferencia entre la realidad y la representación; en el abismo entre una y otra, aflora lo real. La serie de retratos póstumos no deja de dialogar con el corpus de toda la obra de García, donde el tiempo y sus dislocaciones son el tema principal. El imaginario de la pintura de Daniel García se nutre de un archivo nacido de su pesca por Internet de fotos en blanco y negro, y que incluye entre sus categorías a las muñecas japonesas de la dinastía Han o a registros de prácticas anacrónicas como el trance mediúmnico y los estudios sobre la histeria. El Dr. Jean-Martin Charcot y el espiritismo, que representan tendencias opuestas dentro de la modernidad del siglo XIX, son fuentes de estas obras. 

Otra de sus series presenta juegos exquisitos entre la representación y lo real: una imagen feroz aparece pintada dentro de la pintura en un jarrón antiguo chino, como una ficción más que una falsificación inverosímil. La contradicción, propia del período victoriano, entre el positivismo racionalista y el Romanticismo de las pasiones al infinito se expresa en una nouvelle de Stevenson, "El extraño caso del Dr. Jekyll y el Sr. Hyde", personaje de doble personalidad con quien García se identifica a la hora de explicar cómo en una obra como "Acteón" aparece primero un pintor serio, mitológico o épico, europeo y modernista, que luego sale de escena y la pintura seca es intervenida con gestos urgentes y vandálicos por su otro yo en forma de niño travieso, un Otro salvaje y afroamericano a lo Jean-Michel Basquiat, que contradice y relativiza el cuadro canónico.

El humor de Daniel García es indestructible. Uno de sus personajes recurrentes es "El Ñato", cuyo apodo viene de un dicho popular. Seleccionada por el artista, la muestra es rica en guiños literarios, en referencias de una obra a otra o a tradiciones de la cultura, como un ramillete de nomeolvides en las manos de la retratada. La pintura más nueva abre líneas de fuga impensadas desde la geometría hacia una expresividad cómica. El pintor está vivo y no emerge del Inframundo con las manos vacías: nos trae el elixir.